La comedia humana fue el conjunto de novelas y demás escritos en los que Balzac describió a la sociedad francesa de la primera mitad del siglo XIX.  Una de las novelas más largas del ciclo es “Las ilusiones perdidas”, que nos muestra los devaneos de Lucien de Rubempré que desde la lejana provincia natal emprende la conquista de París a través del talento periodístico que ejerce.

Pero estas ilusiones perdidas que proponemos aquí son distintas. Tienen más que ver con los intentos fallidos del reciente progresismo regional, en revivir aquella primavera de los pueblos que conocieron las naciones sudamericanas de la mano de los Kirchner, Lula, Chávez y Evo Morales. En esa perspectiva, Chile aparece como un caso paradigmático.

El estallido social que comenzó en 2019 debido a un aumento del subterráneo de Santiago se propagó a todo el país. Gobernaba Piñera, cuya esposa no podía entender lo que sucedía y calificaba a los manifestantes como “alienígenas”. “No son 30 centavos” (el aumento del boleto) decían los chilenos que bajaban a protestar en la calle, “son 30 años”. Y esa rebelión popular espontánea creó los propios mitos, como la Mamá Pikachu que asistía a las marchas con el disfraz del Pokemón, o el Negro Matapacos, un perro algo callejero que no faltaba en la primera línea de los entreveros para defender a los manifestantes y largarle ladridos llenos de verdades a los Carabineros (ninguno resultó occiso por el can). Apareció una sociedad civil movilizada que cuestionaba las bases del sistema neoliberal impuesto a sangre y fuego por el golpe de Estado de 1973. Esa dictadura había privatizado todo y privado de salud, jubilación y destino a quien no pudiera pagarlo. Había que reformar la constitución pinochetista de 1980. Pero llegó la pandemia de COVID-19. Hubo que esperar octubre del 2020 para declarar la necesidad de la reforma con 80% del electorado a favor. En mayo de 2021 fueron electos los convencionales a tal efecto. Para diciembre del mismo año, el dirigente estudiantil y dos veces diputado Gabriel Boric fue electo presidente con el 56% de los votos apenas con apenas 35 años de edad. Era el candidato del movimiento popular alumbrado en la lucha. ¿Se abrirían por fin las amplias alamedas evocadas por Salvador Allende en el último discurso?

Pero lo que funciona en la calle no funciona per se en el palacio, y todo el arte de la política transformadora consiste en plasmar los reclamos populares en las instituciones. Por eso la política no es un asunto de profesionales, pero requiere profesionalismo. Al permitir la elección de candidatos fuera de las estructuras partidarias, los llamados independientes, lo que mostró la Convención Constitucional fue un derroche de amateurismo. Ese comportamiento fue suicida frente a una oligarquía local cuyos apellidos han variado poco desde la constitución conservadora de Diego Portales en 1833. “Lo que en un comienzo parecía pintoresco y llamativo terminó por generar desasosiego”, escribieron con triste lucidez los chilenos Noam Titelman y Tomás Leighton en la revista Nueva Sociedad en octubre de 2022. “Pareciera que haber convertido la propuesta de nueva Constitución en una larga lista de supermercado terminó confundiendo a los votantes”. Y sí. El texto sometido a plebiscito tenía 388 artículos, sólo superada por los 395 de la constitución original de la India sancionada en 1949, que por entonces tenía 400 millones de habitantes. Tal vez los casi 20 millones de chilenos pensaron que eso no era una constitución sino un código. En septiembre de 2022 el proyecto fue rechazado por más del 60% del electorado. El gobierno de Boric ya estaba terminado.

Quizás la propuesta constitucional en Chile no debía insistir tanto en cambios ideales para realizar la sociedad perfecta en el papel sino en asegurar el paso de un texto que consagraba la primacía del mercado por una carta que permitiese construir un Estado de Bienestar. Acaso lo importante era establecer una metodología institucional que permitiese avanzar con la transformación y defenderse contra los embates conservadores. Muchachos, nos diría Balzac, en política no sirve almorzarse la cena.

Y ninguna comida más indigesta que la noche de este 14 de diciembre. Fue cuando resultó electo José Antonio Kast con el 58% de los votos. De joven, apoyó a Pinochet en el plebiscito de 1988, cuando la victoria del “no” con 56% de los sufragios fue fundamental para terminar con la dictadura. Luego fue concejal en Buin de 1996 a 2000 y después diputado de 2002 a 2018. En 2019 Kast consideró que el partido de Piñera llamado Unión Demócrata Independiente (UDI), no estaba bastante a la derecha, por lo que fundó el Partido Republicano. José Antonio Kast es el hermano menor de Miguel Kast, distinguido Chicago-boy que fue ministro de trabajo y presidente de banco central de Chile bajo Pinochet. También es hijo del Oberleutnant Michael Kast, que brilló en las batallas de Cherkassy contra el Ejército Rojo y en la Línea Gótica contra los aliados, como buen militante del partido nazi.

En las “ilusiones perdidas” Lucien de Rubempré se manca por ser demasiado débil en lo que tenía de fuerte y demasiado fuerte en lo que tenía de débil. Derrotado, vuelve a la provincia de origen. La constitución de 1980 estará bien resguardada, pues parece un bien de familia para los Kast. Las amplias alamedas están cerradas. ¿Escribirá Balzac sobre “la tragedia humana” que le espera a Chile? Pero… ¿sólo a Chile? Ilusiones perdidas.