Ir hacia atrás, fechar, documentar. Hilar, desanudar y dar sentido. El oficio del historiador. Narrar desde sus estelas las oleadas del pasado. Y segmentarlas, en cronologías más o menos arbitrarias. ¿Cómo contar una década? ¿Cómo cortar el agua de un río, y que esa marca resista las corrientes que vendrán? ¿Dónde ubicarnos para comprender una época, los años 60?

Javier Trímboli y “El virus de lo absoluto”, un libro que aborda las figuras de Héctor Murena y Paco Urondo
Paco Urondo

A Javier Trímboli le encomendaron esa la tarea. Pero en El virus de lo absoluto elude los caminos seguros que su profesión lega. Como en la mayoría de sus intervenciones en la vida pública argentina. No entrar por la puerta principal a la fiesta, desconfiar de la bibliografía ya canonizada. Colarse, enmascarado, por las laterales, biografiando a dos figuras soslayadas del momento: Héctor Murena y Paco Urondo. Dos vidas en paralelo para bocetar los contornos del abismo que unió la revolución y su curso trunco. Inventándose una voz. O mejor: varias voces. El investigador, el profesor, el divulgador. Los trajes que Trímboli calzó, siempre singular. Que en este libro dialogan, discuten y se burlan entre sí. Un coro descarnado de personajes que comentan, suplementan o desarman al narrador ficcional – alter ego evidente del autor – en su investigación, durante la pandemia.

Trímboli recorta ambos perfiles, a priori inconciliables: el del poeta guerrillero y el del intelectual recluido, el voluntarismo épico y el ensayismo ensimismado. “No hay manera de desconocer las diferencias”, acota. ¿Qué pasadizos los conectan? ¿Hay destinos convergentes en proyectos tan distantes? De encontrarlos, tal vez rumbee por ahí el espíritu sesentista, un horizonte que unió a muchos. Pero en Murena y Urondo casi nunca hallamos conformidad con sus contemporáneos. Más bien, lo contrario. Desarmonías. Las ganas de acelerar la Historia. Alcanzar otros estados, por arrebatos, fusiles y conceptos en mano. En entrevistas, artículos y libros desatendidos por la mayoría, el autor desgrana esa pulsión.

 Vitalidades disímiles, emparentadas por insospechadas diagonales que las cruzan, como haberse apagado justo antes del inicio del terrorismo estatal. Muertes – la de los biografiados – plagadas de incógnitas, y el suicidio que despunta entre las conjeturas para abordarlas.

Javier Trímboli y los absolutos

Mujeres, amistades, obsesiones: Trímboli todo lo abarca. Hasta la desmesura. Fiel a los absolutos que navegaron, como virus, por la sangre de su dupla. 441 páginas donde circulan citas eruditas arremolinadas con chismes, poemas entrelazados a anecdotarios personales y ráfagas de filosofía y teorías políticas y sociales interrumpidas por anotaciones sobre la rutina pandémica que respiran aires del apocalíptico 2020. Texto póstumo que Editorial Las cuarenta rescata para alimentar una obra prolífica, en la que destacan libros como 1904. Por el camino de Bialet Massé (1999), Espía vuestro cuello (2012) y Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución (2017), cuyos pliegues componen un abanico que ventila el pasado oxigenándolo y dispersando su polvo, a la vez.    

Javier Trímboli y “El virus de lo absoluto”, un libro que aborda las figuras de Héctor Murena y Paco Urondo
Héctor Murena

Los cuatro cuadernos que componen El virus de lo absoluto ofrecen múltiples entradas al universo que cautivó a Trímboli transitando la enfermedad con la que lidió hasta enero de 2025, cuando falleció. El regreso del kirchnerismo light del Frente de Todos – “nihilismo organizado que se muerde la cola”, al decir del ensayista -, los rastros de la marea feminista en descenso, el Conicet, las clases virtuales como profesor en la Escuela Media, la militancia encallejonada, la conversación infinita con la cultura nacional y sus interpretaciones. Narrado con lucidez socarrona, premonitoria – suponemos – de la deriva mileísta que fulminó ese proceso, que funciona como un portal a escenas de la historia argentina y a las señales anticipatorias que diagramaron e hicieron posible el paisaje tormentoso del presente.

Quizás reconstruir el camino de los nubarrones permita anticipar su curso y morar lejos de ellos. De no poder evitarlos, inocularse de absolutos – sospecha Trímboli – también pueda funcionar como estrategia de combate.