Dice que un abuelo suyo estuvo por estas costas pero que se terminó yendo más pobre de lo que había venido. Trashumantes, los ancestros de Jean-Luc Mélenchon habían zarpado de España y luego de muchos avatares se afincaron en la Argelia francesa. Por esas cosas de la vida, a él le tocó nacer en Tánger, Marruecos.

En una nueva gira por América Latina, el líder de Francia Insumisa, el partido que formó tras dejar el Partido Socialista francés, donde estuvo por más de 30 años, visitó México, anduvo por Montevideo, vino a Buenos Aires y luego se fue a Brasil. Así, pasó de entrevistarse con Andrés Manuel López Obrador, José Mujica y Cristina Fernández a Lula da Silva en su prisión de Curitiba. «Esta región es el único rincón en el mundo que le hace frente al neoliberalismo», dice. A la vuelta a París, le espera un proceso judicial que forma parte de la versión gala del lawfare, el mismo esquema que acosa a los líderes progresistas latinoamericanos.

En un intercambio con periodistas locales, Mélenchon se restregó las manos asegurando que espera que la futura presidenta del Banco Central Europea plantee la necesidad de recortes para pagar la deuda francesa. «Le vamos a recordar todo el dinero que le dio a (Mauricio) Macri sin ninguna garantía». Porque este licenciado en Filosofía, que llegó a ser ministro delegado de Enseñanza Profesional en la cartera que Jack Lang tuvo entre 2000 y 2002 bajo el gobierno de cohabitación de Lionel Jospin, si bien reconoce que en Argentina «hay una crisis financiera tremenda, lo más interesante es ver cuál es su origen. Y la culpa la tiene el FMI, que le dio el 61% de todo lo que había prestado en el mundo a un sólo país». Y puntualiza que al frente de ese organismo internacional estaba la mujer que desde el 1 de noviembre ocupará el despacho principal de la institución que maneja la salud del euro, en la ciudad alemana de Frankfurt.

«Ella aceptó dar tanto dinero sin otra garantía que la palabra del señor Macri y sin que el Parlamento del país lo haya votado. Una cosa increíble. Por eso, no hay que pegarles a los argentinos, hay que interrogarla a ella. Decirle ‘señora, ¿usted va a hacer lo mismo en el Banco Europeo?».

–¿Por qué cree que lo hizo?

–Esta gente piensa que la democracia no sirve para nada. Por eso olvidaron preguntar al Congreso argentino (ríe y aclara): lo digo a modo de chiste. Los argentinos se preguntan dónde está ese dinero, porque es mucho, en tres años le dieron más que en toda su historia. Yo pienso que los EE UU querían agraciarse con Macri para que se hiciera una demostración de que después de la ola izquierdista, progresista, venía un momento liberal exitoso y que en contra de la naturaleza y la realidad económica de este país, habría un crecimiento que pareciera espontáneo. Yo creo que esa es la razón por la cual hicieron esta locura, porque es una locura.

–¿Por el fracaso de ese modelo es que Lagarde dejó el FMI?

–No sé, no la conozco bastante. La tengo como una mujer de derecha y muy mal intencionada con todos los temas sociales. Y ahora nos va dar lecciones a los europeos. Nos va a explicar en su nuevo cargo que hay que tener cuidado con el dinero, que la deuda de un Estado es sagrada, etc., etc. Que es necesario liberar las energías, bajar los derechos sociales, es decir, el reino que conocemos en el mundo entero. Pero permítannos reírnos un poco: cuando venga a amenazarnos con la deuda francesa le recordaremos: ¿y la deuda de Macri?, ¿y que garantía tenía sobre esa deuda? Va a ser muy interesante.

El «degagismo»

En su estadía porteña, Jean-Luc Mélenchon recibió el título de doctor honoris causa de la Universidad Nacional de Lanús. No tardó mucho en descubrir que el edificio de la casa de estudios fue anteriormente un taller ferroviario. «Me recuerda a una gran huelga que hubo en los talleres del metro cerca de donde yo vivía. Fueron varias semanas y el presidente (François) Mitterrand llamaba todos los días para ver cómo iban las cosas», desliza, mientras se acerca al Aula Magna.

Antes de dar una clase magistral sobre la necesidad de definir al sujeto político en un mundo como el actual, recordó a los 20 francoargentinos «desaparecidos por agentes de la dictadura militar». En 1988, el presidente Raúl Alfonsín le dio la medalla de la Orden de Mayo a Mélenchon por su contribución a la lucha por los Derechos Humanos durante los años de plomo. Ahora, reclama no sólo por aquellos –como Alice Dumont y LéonieDuquet– secuestrados y asesinados por los militares sino por los nuevos perseguidos, como Cristina Fernández y «mi compatriota Amado Boudou».

Ya en su rol de doctor de la UNLa, explicó que su trabajo teórico sigue caminos abiertos por el argentino Ernesto Laclau y su esposa Chantal Mouffe. «Ellos analizaron de qué manera se constituye el pueblo como sujeto político en nuestro tiempo. Me interesó comprender con un método materialista de qué hablamos cuando hablamos de pueblo. El pueblo, creo, debe definirse de una manera materialista».

Pero la del sociólogo fallecido en 2014 no es la única influencia argentina en el pensamiento de Mélenchon. «En Argentina aprendí en 2001 el ‘que se vayan todos'», dijo en un aparte con directivos de la UNLa. Y contó de qué modo esa frase lo cautivó.

-El «que se vayan todos» fue algo muy intenso que después se difundió por el mundo entero. Es así que hice un libro donde puse que la primera fase de la Revolución Ciudadana tiene que ser la fase destituyente. Luego vendrá la fase constituyente. Yo le quería poner de título justamente ese, pero en la dirección política de mi partido hubo una división: los más viejos como yo pensaban que el lema era de un populismo inasumible. «Por favor Jean-Luc, ponga otra cosa», me decían. Los más jóvenes lo veían un poco moderado. «Fuera, tiene que ser el título», sostenían. Y yo creía que eso sería de un populismo muy exagerado, violento. Pero yo me mordía los dedos porque en Túnez y Egipto estaban haciendo una revolución gritando «fuera», con el dedo levantado, dégagé en francés. Es así que hemos construido el término degagismo, el fuerismo. Yo lo usaba porque es una manera bastante latinoamericana y clara de explicar las cosas. Ahora la palabra figura en el diccionario francés.

El libro, finalmente, se tituló Qu’ils s’enaillent tous! O sea, Que se vayan todos. Y salió en 2014. Es uno de los 14 libros que publicó desde el primero, de 1991, A la conquista del caos. En 2014 saldría de imprenta El arenque de Bismarck, un texto mordaz sobre un encuentro entre el entonces presidente François Hollande y Angela Merkel. La canciller germana homenajeó al mandatario del PSF con arenques a la Bismarck. La ironía es que Otto von Bismarck derrotó a los franceses en 1870 y logró coronar al emperador Guillermo I en el Palacio de Versailles. Una afrenta que Mélenchon no olvida y aprovecha para cuestionar la hegemonía de esta Alemania potencia europea casi absoluta.

Elecciones y Mercosur

–¿Cuál cree que sería el impacto del triunfo de Alberto Fernández en octubre?

–Benéfico, porque va a cambiar la política del país en favor de desempleados, trabajadores, jubilados. Pero antes de ver el éxito que esperamos todos, hay que ver el fracaso que estamos contemplando. Porque el fracaso argentino puede perturbar la economía del mundo entero. No es un evento localizado sólo en los pobres argentinos, que están acostumbrados a hacerse robar todo su dinero cada 20 años. No, no, esto impacta en el mundo entero, porque estamos en un momento muy especial, con una amenaza de recesión que es como una profecía que puede cumplirse. Lo que está ocurriendo en Argentina genera una ola de pánico, porque no es una pequeña economía, es una economía importante en la región y la región es importante en el mundo. No sé qué harán los brasileños, pero esto impacta también allá.

–¿Piensa que podría influir también en el acuerdo Mercosur-UE? ¿Qué puede hacer Macron, que ahora además está enfrentado con Jair Bolsonaro? Usted no apoya ese tratado, ¿no?

–Macron cambia de punto de vista a cada rato. Lo que diga no tiene ningún interés. Vamos a ver qué va a votar. Con mis compañeros uruguayos hablamos y ellos no son tan contrarios al tratado y lo entiendo, porque Uruguay tiene una economía muy estrecha y hay un modelo en el cual tiene que producir siempre más. No quiero tirarles una piedra a mis amigos uruguayos pero nosotros no estamos de acuerdo y no queremos este tratado. Se habla de libre intercambio, pero libre intercambio no es lo mismo que cooperación y quiero que se distinga la diferencia. La gente puede pensar que hacemos libre intercambio porque hacemos el bien, porque amamos a los otros y queremos compartir lo que producimos. Pero libre intercambio quiere decir que al final tiene el premio el más fuerte, es decir, el que paga menos y menos respeta a la naturaleza. Hay que acabar con el cambio climático. Yo creo que la región es un mercado bastante amplio para que cada una de las naciones tenga un espacio amplio y abierto para desarrollarse. Este tipo de acuerdos en los que el mundo entero se pone como para producir más de manera más especializada reduciendo las matrices productivas de cada uno de nuestros países es un error. Ideológicamente estoy en contra por las consecuencias de esta organización del mundo, porque implica rebaja de salarios y saqueo de la naturaleza. Por eso llamo a la conciencia y pregunto: «Dime qué va a traernos de bueno esto». Además, no quiero beber del Burdeos de Montreal ni me interesa el queso Camembert del Estado de Paraná. Me gusta más el mío y cuando vengo a Brasil o Argentina es para tomar algo nuevo que sea argentino o brasileño y no una copia lamentable de lo que ya tenemos.


Herederos de Lula

–Uno de los aspectos centrales de su mensaje apunta contra la utilización del Poder Judicial para dirimir cuestiones políticas, el lawfare. ¿Por eso lo fue a visitar a Lula da Silva?

–Lula es una figura muy importante en nuestro mundo, en un nuestra familia ideológica y cultural, de modo que el hecho de que esté preso parece una cosa increíble, y menos por corrupción. Eso es totalmente imposible, cualquier cosa que ustedes quieran, pero por corrupción… es imposible con Lula. Soy un heredero de Lula, como toda la nueva izquierda, somos herederos de la ola inicial que empezó en Brasil con el PT y que después tomó otras formas en otros países, como el «que se vayan todos» argentino. Cada uno dando algo nuevo. Él es la primera víctima y la más conocida de este lawfare, del que hoy día estamos dándonos cuenta de que es un método político utilizado en el mundo entero. Yo me desperté este verano, no me había dado cuenta de que a mí también me estaban haciendo un proceso de tipo político en Francia. No sé cómo explicarlo, yo no lo creía, pero el 17 de septiembre tengo que ir y me llaman no para hacerme un juicio sino para condenarme.

Mélenchon, hombre de sangre caliente, recibió furiosamente a una comisión policial que en octubre del año pasado fue a allanar su vivienda y la sede de su partido. Dijo que era una emboscada en el marco de una persecución relacionada con su actividad política. Una denuncia publicada en periódicos aseguraba que había utilizado fondos del Parlamento europeo cuando era diputado para obtener dinero de empleos ficticios que habría sido derivado a pagar la campaña política de 2017, en la que quedó a menos de dos puntos de pasar al balotaje contra Emmanuel Macron, y con algo más de 7 millones de votos.

La filmación de su ira durante el operativo policial llevó a otra denuncia que ahora debe enfrentar a su regreso. «Francia es el último lugar del mundo donde yo pensaba que se podía organizar algo así. Por eso me conmueve lo de Lula. No son libres las elecciones cuando un opositor está en la cárcel. Y por eso también quiero rescatar la figura del fiscal Julio César Strassera, que manejó la acusación contra los dictadores argentinos, en oposición a la del juez (Sergio) Moro, ahora ministro de ultraderecha en Brasil, y que condenó sin pruebas a Lula».