Luego de la larga noche de la dictadura cívico militar, el regreso de la democracia con el triunfo en las urnas de Raúl Alfonsín supuso en la mayoría de la población argentina un consenso sobre determinados valores políticos y sociales que parecían incuestionables. A 40  años de ese punto de inflexión en la vida política de la Argentina, esos valores aparentemente incuestionables hoy parecen no serlo tanto. Milei, que asume la presidencia de la Nación a través del voto, hace política en nombre de la antipolítica, es negacionista, desprecia las conquistas femeninas y los Derechos Humanos, promueve valores insolidarios e individualistas y profundiza  una política económica que ya ha producido fracasos estrepitosos en el país. ¿Se trata de una escaramuza más en la batalla cultural o de un triunfo rotundo de quienes quieren un país para una minoría privilegiada y reavivan la teoría de los dos demonios? ¿Cómo se gestó la situación que se vive s hoy?

María Pía López, investigadora y docente de la Universidad Nacional de General Sarmiento le dice a Tiempo Argentino: “Hubo un consenso del Nunca Más, una decisión de que el país forjaría sus disputas políticas contra el terrorismo de Estado y que, más allá de las diferencias entre partidos, ése sería  mayoritariamente el pacto fundacional de la democracia argentina. Pero a partir de allí se van produciendo dos procesos que hoy parecen eclosionar. Mientras dábamos por sentado ese consenso, los sectores de la derecha procesista fueron forjando sus propios intelectuales y dirigencias, fueron dando una disputa respecto de la hegemonía que nosotres habíamos conseguido. Y en este punto, la figura de Victoria Villarruel es clave. Van forjándose en paralelo a sectores democráticos investigadores académicos que plantean la necesidad de otras formas de la memoria, de registrar más matices, de dar cuenta de otras voces respecto del terrorismo de Estado, lo que se llamó más brutalmente “memoria completa”. Villarruel da un paso más porque viene de las entrañas familiares del «Proceso» y comienza una reivindicación a la ofensiva, no a la defensiva, de lo hecho por el terrorismo de Estado bajo el argumento de la ‘memoria completa’”.

Este proceso, del que había señales pero cuyo desarrollo no se percibió claramente, hoy confluye con otro que es “una recodificación de la violencia social y de la violencia represiva en relación a ésta. Comienzan a surgir así intelectuales como Agustín Laje que dice que es necesario indultar para que las Fuerzas Armadas se comprometan a reprimir ahora, porque luego van a temer ser juzgados como en el ’83. Allí se produce un nuevo anudamiento muy complejo: la aparición de formas represivas muy muevas que tienen una ensoñación carcelaria a lo Bukele. Las imágenes que se mostraron de una cárcel rosarina van en contra del consenso del ’83”.

Según considera López, en las cárceles siempre se aplicó un sistema punitivista, pero aun así se podía seguir hablando y debatiendo acerca de los Derechos Humanos en esos lugares de reclusión. “Eso-afirma-es lo que están cambiando ahora como forma de instaurar un nuevo modo autoritario represivo. De cómo se resuelva la situación de Rosario, parecida a la que se produjo en Jujuy en 2016 cuando detuvieron a Milagro dependerá un nuevo anudamiento entre represión de terrorismo de Estado y represión contemporánea”. 

¿Los sectores progresistas están perdiendo la batalla cultural? “Creo que sí -contesta- en el sentido de la dificultad  para reconstruir el pacto del Nunca Más como pacto activo que las mayorías sociales reconozcan como fundamental para sus vidas cotidianas. Ante situaciones de extrema violencia social y de constitución de un escenario de guerra en el que participan las fuerzas represivas, el pacto de los Derechos Humanos aparece como postergable”.

“No creo que se esté perdiendo la batalla cultural”, dice Pablo Vommaro, secretario académico del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Y añade: “Sí creo que se están tensando y desafiando consensos y se está poniendo en riesgo un núcleo básico de coincidencias vinculados con Derechos Humanos, Memoria, Verdad y Justicia, Juicio y Castigo, el Nunca Más y el reconocimiento de que hubo genocidio, terrorismo de Estado con un plan sistemático. Todo ese consenso no se perdió, pero se está horadando. Hay una batalla abierta porque se trata de un campo en disputa y la disputa está más candente que nunca. Hay sectores que existen por lo menos desde la última dictadura y la restauración democrática. La Asociación Memoria Completa, por ejemplo, es de los ’80. Pero se trataba de sectores minoritarios y no tenían una voz legítima en la conversación pública·. Lo que cambió para Vommaro “es la capacidad de esos sectores para expresarse en pie de igualdad en esa conversación”.

“Seguramente –añade- esto tiene que ver con el avance de las nuevas derechas, de los grupos reaccionarios pero también con falencias y debilidades del consenso democrático del que estamos hablando. La frase de Alfonsín ‘con la democracia se come, se cura y se educa’ era una disputa por un sentido social, económico, de bienestar de la democracia, no solamente por un sentido civil y político. Esa dimensión de la democracia se fue horadando. El deterioro paulatino de las condiciones de vida durante los últimos años, inclusive durante los gobiernos kirchneristas, hacen que se meta todo en la misma bolsa. Se asoció ese consenso en Derechos Humanos a una democracia que no satisface las aspiraciones, anhelos y demandas de sectores crecientes de la población».  

Por su parte, Mabel Thwaites Rey, investigadora del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe, FSOC, UBA e integrante del grupo de Trabajo de CLACSO El Estado como contradicción, afirma: “Han pasado 40 años desde la restauración de la democracia y, si bien esta batalla fue dada año tras año, reforzada por los organismos y en su momento el kirchnerismo le dio mucha importancia y se reanudaron los juicios, el problema es que hay nuevas generaciones que enfrentan nuevos problemas que en estos años de democracia no parecen resolverse. Hay un incumplimiento de ciertas promesas materiales que ofrecía la democracia y una exacerbación de problemas económicos y sociales fuertes que no se terminan de resolver. Esto se enmarca en lo que se llama “empate hegemónico”. Esta suerte de empate se da entre las fuerzas más conservadoras y las que materialmente dominan el país y el pueblo. Esto no significa que haya mitades equivalentes ni iguales, que no sean variables ni que dentro de sus campos no existan diferencias».

Una práctica política de la crueldad

Refiriéndose al ataque del gobierno a los sectores culturales y científicos, desde el INCAA al Conicet en relación con el resto de sus políticas, dice María Pía López: “Es coherente porque un régimen así se sostiene sobre la afirmación de la crueldad que requiere un cierto tipo de narrativa, de lenguaje, de imágenes que forjan un grupo de medios concentrados. En la televisión la crueldad organiza la representación. Hay lenguas dramáticamente brutalizadas capaces de decir cualquier cosa y las redes sociales como X son los lugares donde se entrenan esas lenguas. El presidente, sus funcionarios y legisladores hablan de ese modo, con una lengua formada en lo que era Twitter, con insultos, agravios y fake. Ponen en juego formas de la realidad virtual totalmente alejadas de cualquier comprobación empírica, y de la relación con los hechos.