El 9 de abril fue el Día del Pago Igualitario en Argentina. Desde Ecofeminita, trajimos a nuestro país esta fecha en 2018 para evidenciar la desigualdad estructural que existe entre los salarios de los varones y las mujeres en el mercado laboral.

A pesar de que el presidente, Javier Milei, niegue la existencia de la brecha salarial, cada 9 de abril buscamos demostrar que una mujer tiene que trabajar un año y más de tres meses para obtener lo mismo que un varón obtiene en un año por su trabajo.

Le pesa a Milei, aunque las perjudicadas somos nosotras: las mujeres recibimos sistemáticamente ingresos inferiores a los de los varones. Más allá del caso particular, tomamos los datos de la sociedad. Cada trimestre, actualizamos nuestro informe “La desigualdad de género se puede medir”, donde mostramos los datos más importantes en torno al mercado laboral argentino y de qué manera varones y mujeres acceden de manera diferenciada al mismo. Los últimos datos disponibles evidencian que la brecha general alcanza el 26,4% y, además, notamos que este indicador no se modificó demasiado en los últimos 8 años y siempre estuvo basado en las estadísticas públicas del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec)

A pesar de la evidencia, que sale de las fuentes oficiales y no de un bot de dudosa procedencia, Milei ha negado en repetidas oportunidades -antes, durante y ahora como presidente- la existencia de este fenómeno. Nuestro objetivo como organización es visibilizar la desigualdad de género para generar una transformación social que nos oriente hacia una sociedad más igualitaria. Por esto, vamos a detallar los motivos de existencia de esta brecha salarial que se evidencia en Argentina y en todo el mundo.

Factores de desigualdad

El primero y principal de los factores es la diferencia de horas trabajadas de manera remunerada. Existe una ilusión, para no decir fantasía, liberal de que todos y todas disponemos de las mismas condiciones y disponibilidades para trabajar, donde elegimos libremente cómo disponer de nuestro tiempo. Sin embargo, esta no es la realidad que se evidencia en los mercados de trabajo. En Argentina, las mujeres dedican casi el doble de tiempo al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado que los varones. Como resultado de ello, ellas suelen disponer de menos horas para dedicarse a trabajos remunerados, lo que las lleva a percibir menores ingresos.

El segundo factor que impacta en la brecha salarial es la segregación horizontal. Existen ciertas ramas de trabajo que son mejor remuneradas que otras. Como resultado de ello, hay brechas de ingresos que se explican también por la distribución de las personas en distintos sectores productivos. La segregación horizontal (también llamada división sexual del trabajo) refiere a la concentración de mujeres en trabajos vinculados a los cuidados y la reproducción social, como la enfermería, la docencia o la limpieza y la concentración de varones en sectores como la construcción y la industria, reproduciendo así los estereotipos de género que inician desde que nacemos.

En la Argentina, las mujeres representan el 96,9% de las trabajadoras domésticas remuneradas del país. Además, están sobrerrepresentadas en el sector de la enseñanza (73%), servicios sociales y salud (69,4%) y los servicios comunitarios (54,4%).

Es importante tener en cuenta que estos trabajos feminizados suelen ser, además, sectores de bajas remuneraciones y alta precarización laboral. El trabajo de casas particulares es una de las ocupaciones que presenta mayores tasas de informalidad: el 74,2% de ellas no está registrada. Como resultado de ello, hay una mayor propensión al incremento de la brecha salarial. No es casual que las jóvenes se dediquen a estudiar ramas de estudios feminizadas, si son desalentadas de dedicarse a disciplinas que tengan que ver con “cosas de varones”.

Un tercer factor que impacta en la brecha salarial es la segregación vertical. Conceptos como el “techo de cristal” refieren a las dificultades que tienen las mujeres para acceder a cargos jerárquicos, lo cual tiene como consecuencia que luego no son incluidas en la toma de decisiones, desarrollo de carrera y escalas salariales. La a Encuesta Nacional a trabajadores sobre Condiciones de Empleo, Trabajo, Salud y Seguridad (ECETSS) 2021 reportó que, en Argentina, las mujeres ocupan apenas el 37,2% de puestos directivos y el 24,4% de puestos de jefaturas en las ocupaciones.

Además, reveló que el 58,4% de las trabajadoras mujeres tienen una jefa mujer, mientras que para los trabajadores hombres el número es de 14,6 por ciento. Esto coincide con la feminización de las ocupaciones laborales: en aquellas ocupaciones tradicionalmente femeninas, es más común ver jefaturas de mujeres, mientras que en las ocupaciones masculinizadas su existencia es nula.

Finalmente, una parte de la brecha se explica ni más ni menos que por discriminación. Aunque pueda sorprender a algunos, todavía persisten espacios donde se les paga más a los varones que a las mujeres, aún con tareas iguales y misma calificación.

Los roles de género influyen en determinantes de la brecha salarial como la desigual distribución de las tareas domésticas, la inserción laboral de varones y mujeres por rama y jerarquía, y la discriminación. Existe una desigualdad estructural y arraigada que se profundiza en el marco de una recesión generalizada y un presidente que niega la realidad que le muestran las estadísticas oficiales.

Sabemos que el contexto tienta a decir que esta desigualdad de género no es prioritaria porque el escenario es negativo para las grandes mayorías. Sin embargo, las economistas feministas venimos construyendo un sendero, no solo posible sino también deseable, para generar condiciones de vida que sean más igualitarias. No hay salida de esta crisis si no nos incluye a todos, todas y todes. «