El dolor ubicuo e inescapable, implacable e inacabable, molesto como la luz del Sol de enero directa en los ojos abiertos, el ruido de una autopista en hora pico zumbando las veinticuatro horas dentro del cráneo. Ese malestar definitorio de la depresión que cada quien nomina con su propio arsenal de palabras y metáforas tiene una condición doble. La depresión se aprende al leer Esta es tu pena. Qué nos diría la depresión si nos animáramos a escucharla (Siglo XXI, 2025), es ese malestar inmediato, duro y palpable, una roca gigante bloqueando el camino vital y, al mismo tiempo, está mediado por una historia económica, política, cultural, científica y hasta lingüística y geopolítica.

Esta mediación no rebaja la validez del dolor inmediato ni tampoco entenderla lo soluciona. Saber no cura. El saber no es una panacea porque es irrealista pensar que todo tiene solución, que puede existir una vida que no la pase mal, que todo dolor puede ser “curado” y todo dolor es patológico. Pero al hacer hablar a la depresión, la inmediata y la mediada, la que sentimos (la nuestra, la propia, la de cada quien) y la que nos hicieron sentir, el libro bucea en lo más recóndito de la subjetividad y de los manuales de diagnóstico para sacar del fondo del mar un cofre, luego abre el cofre y nos muestra cuáles de esos objetos oxidados son tesoros y cuáles son basura.

Estudiar la depresión con la serenidad de la filosofía académica le permite a Renata Prati, Doctora en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, becaria postdoctoral de CONICET y autora de este libro fundamental, recobrar para el malestar de la depresión el lugar público y político de lo compartido y, con eso, abrir la alameda hacia comunidades más cuidadosas que no hagan los desastres que hacemos e hicimos, como cultura y sociedad, con la depresión. 

La depresión como sentimiento público

Lo radicalmente filosófico del libro de Renata Prati es que acierta siempre la compleja especificidad del fenómeno. No necesita negar el rol estratégico de la apelación a la biología y la oportuna eficacia de la medicación para destruir las ensoñaciones psiquiátricas del capitalismo farmacológico. No necesita ensalzar irresponsablemente el sufrimiento para invitarnos a darle un lugar protagónico en nuestra forma misma de lidiar con él. No necesita rechazar la apelación a la biología cuando el carácter distorsivo y confuso de la experiencia encarnada del dolor nos alienta a oírlo también, a veces, como enfermedad. No necesita echar culpas ni afuera ni adentro de quien sufre porque su llamado es a la responsabilidad compartida frente a un fenómeno que tiene más de injusticia estructural que de desvío patológico de la individualidad funcional. Prati puede hacer todo esto porque hace algo que es tan evidente como fácil de olvidar: nada puede afrontarse si no se lo mira a la cara.

En la primera parte del libro Prati reconstruye magistralmente la historia de la melancolía antigua y su mutación monstruosa (su devaluación) en depresión. Esta metamorfosis tiene diferentes aspectos. Creo que uno de ellos (y acá me estoy reapropiando del libro) es su carácter pedestremente pandémico. La melancolía era una nota distintiva de la pertenencia a una elite emotiva; la depresión es una enfermedad que puede sobrevenirle a cualquiera, sobre todo si cumple con los factores de riesgo, como “ser mujer”, algo que Prati analiza hasta el detalle. Estadísticamente nada nos hace especiales si estamos deprimidas. Valga por ejemplo el estudio sobre la evolución del “malestar psicológico” en los últimos años en las ciudades argentinas que hizo el Observatorio de la UCA. (https://uca.edu.ar/es/noticias/malestar-psicologico-la-evolucion-historica-en-la-argentina-urbana-2010-2024). Pareciera que deprimirse es como resfriarse. Y esta casa del amo es otra de las construcciones que Prati desarma. 

El dolor siempre estuvo ahí, bendiciéndonos urbi et orbi, desde que era un desequilibro de fluidos, pasando por el engrandecimiento momentáneo del temple taciturno del poeta genial y hasta hoy, que todo el mundo se deprime, tiene insomnio y pánico y toma pastillas. Siempre parece haber habido un exceso de dolor en el mundo, atribuible a algo interno de la condición humana más que al mundo mismo. Pero el dolor no es un exceso. Y la depresión no es un sentimiento desaforado, inadecuado ni desconectado con lo real. Es una forma de estar en el mundo. En el libro de Prati la depresión es una manera de existir en unas coordenadas espaciotemporales específicas, en una situación. Esta es una apuesta metodológica para estudiarla, es un punto de partida y de llegada de su análisis, y también una apuesta ética que devuelve dignidad a millones de personas que sufren.

Este libro crea conocimiento y pone palabras y sentidos para quienes hemos vivido la depresión en nuestra carne y, sobre todo, para quienes no la han vivido en primera persona del singular, para quienes la han visto en sus seres queridos y para profesionales de la psicología y la psiquiatría que tratan con la depresión sin escucharla realmente. La lucidez filosófica de Renata Prati hace mucho por desentrañar esa historia oculta (ocultada) detrás de palabras, diagnósticos, pastillas, profesionales y devenires lingüísticos que atraviesan siglos y recorren el globo desde su centro hegemónico hasta nuestro propio Sur. Y también hace mucho, muchísimo, por abrir la posibilidad de que ese malestar de mierda se desnude de su disfraz de monstruo para volverse una fuente parlante de la que beber no una verdad oracular ni mucho menos el fin del dolor, pero sí un puñado de aprendizajes que, creo, hacen posible pensar y hacer otro mundo menos doloroso.