¿Cómo llega un grupo de vecinos a justificar y naturalizar la violencia más extrema? En su último libro, Vecinocracia, olfato social y linchamientos, Esteban Rodríguez Alzueta, abogado y magíster en Ciencias Sociales, procura sintetizar esas oblicuas razones. La noción de «vecinocracia», acuñada por el autor para conceptualizar «determinados modos de pensar, sentir y hablar que ejercen una presión sobre nuestras relaciones cotidianas», se refiere a «la cultura de la queja y el indignacionismo; la indolencia social; la cultura de la delación; el resentimiento, el victimismo y el revanchismo; los procesos de estigmatización social, las habladurías y las ceremonias de degradación moral». En diálogo con Tiempo, el académico asegura que es todo este fenómeno el que genera «linchamientos, escraches, deportaciones de grupos familiares enteros de los barrios, casos de justicia por mano propia, tomas de comisaría y lapidaciones a policías, quemas intencionadas de viviendas y saqueos colectivos».

–¿Qué es la vecinocracia?

–Es el gobierno de los vecinos, la presión punitivista que viene por abajo. Hoy sabemos mucho sobre el punitivismo que involucra a las agencias del Estado, pero muy poco sobre el punitivismo que fermenta cotidianamente en la vida vecinal. Es el gobierno de los vecinos alertas. El vigilantismo, el prudencialismo, el pánico moral, el olfato vecinal, han redefinido no sólo al barrio y la ciudad sino a la propia arena política. Son prácticas que proponen poner la política más acá de la política. Sus actores tienden a clausurar las discusiones cuando reclaman una medida urgente o una sentencia rápida.

–¿Qué precio está dispuesta a pagar esa vecinocracia para sentirse segura?

–Son actores que están dispuestos a renunciar a la libertad y sólo saldrán de su zona de confort para reclamar seguridad, es decir, más policía. En la Argentina tenemos una percepción policialista de la seguridad. La vecinocracia es demandante de policías de proximidad, de videovigilancia, de garitas de seguridad, de más patrulleros, de botones antipánico. Una de sus consignas fetiche es la «prevención», que contribuyó a vaciar los espacios públicos.

–¿Por qué?

–El prudencialismo mira con sospecha y desautoriza los encuentros sociales, sobre todo con actores que tienen diferentes estilos de vida y creencias. El vecinalismo apuesta a una sociabilidad por afinidad, a una igualdad de lo idéntico: sólo se vinculan con aquellos que tienen más o menos las mismas pautas de consumo. Todo aquello que se corra de esa afinidad será percibido como amenaza, y escrachado.

–¿Cómo se llega a ejercer violencias como la del linchamiento?

–Hay un sinfín de frases hechas que no son para nada inocentes, como «hay que agarrarlos de chiquitos», «el que mata tiene que morir», «corta la bocha» o «entran por una puerta y salen por la otra», que habilitan o crean condiciones para el ejercicio de múltiples violencias: policiales y vecinales. No hay olfato policial sin olfato social: detrás de la brutalidad policial están los prejuicios vecinales. Los estigmas de los vecinos crean condiciones para que las policías hostiguen a los jóvenes que usan gorrita y visten ropa deportiva por el sólo hecho de ser jóvenes, morochos y vivir en barrios pobres. Son apuntados como productores de riesgo.

–¿Cómo se vinculan la violencia policial y la vecinal?

–Si pensamos los homicidios dolosos con las estadísticas en la mano, vemos que están más vinculados con las parejas violentas y los vecinos armados, que con la policía. Tenés más chances de que te mate un vecino a que lo haga un policía o un pibe en ocasión de robo. Sólo el 6% de los homicidios se los lleva la policía. Es un gran problema, claro, pero el gatillo fácil ya no es propiedad de las policías. También los pibes gatillan a sus pares para resolver sus problemas de pertenencia o prestigio; gatillan las parejas violentas; y gatillan también los vecinos alertas. Los vecinos matan solos o en grupo. Pienso en los casos de justicia por mano propia o en los linchamientos. También está la violencia moral o simbólica, porque los castigos difamatorios que ensaya la vecinocracia no están hechos de razones sino de pasiones iracundas, que apuntan a la exclusión social. El escrache, por ejemplo, en sus múltiples formas, convierte a las personas en parias. No hay resocialización posible: una vez culpable, se es culpable para siempre. Son formas de castigo que nos retrotraen al siglo XIX.

–¿Qué rol juegan los medios y las nuevas tecnologías?

–La justicia vecinal es tributaria de la justicia mediática. Está hecha con los mismos tiempos y criterios que la televisiva: una justicia veloz, urgente, sin pruebas, que fetichiza a la víctima, sin principio de inocencia y sin debido proceso. Le alcanza con empatizar con la víctima, porque la víctima es el lugar de la verdad. ¡Una justicia instantánea, al alcance de la mano! El periodismo les enseñó que no es necesario chequear nada, que podemos vomitar lo que sentimos y con eso alcanza.

–Este gobierno no combate esa violencia, más bien la azuza.

–Cambiemos es un partido vecinal, hecho con los humores de los vecinos, con sus prejuicios. No interpela al ciudadano sino al vecino. El macrismo encontró en el vecino alerta un punto de apoyo para legitimar sus políticas de ajuste y expoliación. Hacen política manipulando el miedo. No es casual que el presidente haya recibido al policía Chocobar en la Casa Rosada, o que el carnicero que hizo justicia por mano propia sea candidato a concejal. El macrismo «piparizó» (por Carolina Píparo) la política, porque aprendió que la muerte de alguien en una salidera bancaria tiene la capacidad de crear consensos súbitos, anímicos y no racionales, que activa pasiones punitivas que se verifican en la indignación. Todo esto le permite al gobierno desplazar la cuestión social por la cuestión policial.

–¿Qué rol debería asumir el Estado frente al concepto de vecinocracia?

–Es una gran pregunta, pero me temo que la respuesta no vendrá de este gobierno ni de los jueces que tenemos. Se necesita reponer la paciencia con políticas de amistad. Y este gobierno hizo exactamente lo contrario: hizo de la grieta, es decir, de la enemistad, una manera de avivar los malentendidos sociales. Frente a la figura del vecino hay que reponer la figura del ciudadano, pero teniendo en cuenta que los ciudadanos no son idénticos sino plurales, y que, además, hay ciudadanos que merecen más protección y cuidado que otros.

–¿La política nutre a la vecinocracia o esta es la que alimenta a la política?

–Hay un ida y vuelta. Yo lo planteo en términos dialécticos: el punitivismo de abajo crea condiciones para expandir el punitivismo de arriba, que a su vez certifica prejuicios y consolida imaginarios que contribuyen a expandir prácticas difamatorias comunitarias.

–Así explicada, la vecinocracia parece un riesgo para la democracia.

–Es la gran cuestión. La vecinocracia está polarizando conflictos para luego operar sobre ellos de manera violenta. La vecinocracia, es decir, el victimismo, el resentimiento, la estigmatización, la cultura de la delación, ponen a los barrios en callejones sin salida. Porque les bajan la persiana a los debates que necesita cualquier democracia. Los conflictos de hoy día necesitan tiempo, paciencia, y una mirada piadosa.

El carnicero de Zárate y la lógica del linchamiento

A diferencia de lo que ocurre en otros lugares de Latinoamérica, donde los linchamientos y la justicia por mano propia son más habituales, en la Argentina esta problemática surge cíclicamente, al mismo ritmo que es avivada por la derecha política y los medios de comunicación. El caso del carnicero de Zárate, Daniel Oyarzún, es un símbolo de este tiempo: en 2016, asaltado por dos delincuentes que se dieron en fuga en una moto, los persiguió y atropelló: uno de los ladrones quedó aplastado entre su coche y un semáforo, lo cual fue aprovechado por vecinos que lo castigaron hasta matarlo. La víctima del robo, entonces, se convirtió en victimario, asesino. Estuvo detenido unas horas. El presidente Macri consideró públicamente que el comerciante debía estar con su familia. La Justicia entendió el mensaje y lo liberó: un año atrás, un jurado popular lo declaró «no culpable». Hoy es candidato a concejal de Juntos por el Cambio en Zárate.

Más acá en el tiempo, el lunes pasado, una turba de vecinos linchó, quemó y asesinó a golpes a Gonzalo Tolosa, un presunto ladrón de 42 años. Todo ocurrió en el barrio de emergencia 17 de Noviembre, en la localidad de Villa Celina, La Matanza, cuando dos delincuentes intentaron asaltar a una pareja. Cuando la policía llegó al lugar, los vecinos los recibieron con piedras. La víctima murió poco después.