El gobierno iraní acaba de informar que retoma las tareas de producción de uranio altamente enriquecido ante el incumplimiento y posterior retiro por parte de los EE UU del acuerdo con el grupo 5+1 sobre seguimiento de las actividades nucleares del país asiático. Ello ha reinstalado en el candelero el conflicto entre Washington y Teherán e incrementado la tensión diplomática y militar al respecto.

Desde el triunfo de la Revolución islamista encabezada por el ayatolah Khomeini, que produjo una ruptura con los EE UU y recuperó una colosal renta petrolera, ese país es objeto de una intensa y creciente campaña de satanización por parte del aparato comunicacional transnacional. Y uno de los caballitos de batalla de esa campaña es justamente la muy desarrollada política nuclear iraní.

El acuerdo de 2015 con los 5+1 (los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania) había logrado algo de distensión sobre la base de una ecuación que contemplaba, de un lado, una limitación al enriquecimiento de uranio en el marco de un uso pacífico de ese recurso, y del otro, un cese de las sanciones y otras acciones estadounidenses en contra de Irán.

Pero en el último tiempo, la política anti-iraní recrudeció desde la administración Trump y nuevas sanciones se desplegaron afectando duramente la economía de esa nación. Incluso Washington había anunciado unilateralmente su retiro del convenio hace un año, mayo de 2018, plazo que al transcurrir, ahora utilizan los iraníes para su reciente decisión.

El principio jurídico de pacta sum servanda (los acuerdos se hacen para ser cumplidos) fue alterado y la respuesta del gobierno de Teherán no se hizo esperar. Pero hay un dato de la realidad que no se puede omitir: esta vez las potencias europeas, históricamente aliadas de los EE UU, no siguieron sus pasos y comunicaron que mantienen su firma. El llamado Occidente aparece entonces desunido.

La soledad de Donald Trump en relación a las políticas globales es algo que se viene pronunciando, pero que el tema iraní coloca bajo la luz: a) las necesidades energéticas de Europa y especialmente de Alemania, b) el creciente peso de China y Rusia en los asuntos internacionales.

Es evidente que sí hay mucho de eso en el aislamiento que hoy sufre Washington. Pero no deben ser subestimados los desacuerdos de París, Londres y Berlín, cada uno desde su ángulo, con el unilateralismo washingtoniano y lo poco apegados al derecho y a la sana práctica internacional del equipo exterior del presidente de los EE UU.

Mientras tanto, Beiging y Moscú siguen reforzando su presencia en el mundo y particularmente en la región de Medio Oriente a que en esta nota nos referimos. Sucede que tanto Irán como Turquía, que son dos polos de atracción determinantes en la zona, a pesar de mantener posturas radicalmente enfrentadas, comparten ahora un paulatino acercamiento hacia las posiciones de Vladimir Putin y Xi Jiping.

Hace sólo unos meses atrás hubiera sido impensable que las principales potencias europeas se separaran de un mandato de la Casa Blanca. Y que el gobierno de Erdogan decidiera para su proyecto militar adquirir misiles rusos en lugar de los norteamericanos. Pero el temor general es que los dirigentes de la mayor potencia del mundo pretendan balancear su debilitamiento relativo con un incremento de su agresividad, como se observa en varias partes del mundo,  particularmente en Latinoamérica contra Venezuela. Y que todo esto ponga en riesgo la paz global. «

Director del portal de noticias internacionales www.pulsodelospueblos.com.