A tres semanas de las primeras versiones de una movilización importante de buques de guerra de Estados Unidos al Caribe Sur, la tensión no hace más que crecer. Aunque no se cumplieron las expectativas iniciales de las agencias de noticias sobre la aparición de las fragatas destructoras y transportes anfibios frente a las costas venezolanas, en rigor la situación sigue escalando.
En la semana que pasó la primera movida en el tablero fue del presidente venezolano, Nicolás Maduro. Con una conferencia de prensa el mandatario terminó en un segundo con las febriles versiones en redes sociales que lo ubicaban escondido o prófugo. Saludó, bromeó y preguntó a los periodistas –tal cual como hacía su maestro Hugo Chávez– si ya habían tomando café.
Junto a sus principales colaboradores y el alto mando de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, Maduro trazó un giro en el discurso oficial. Hasta ese momento el gobierno no había validado oficialmente las versiones de la movilización de buques de guerra estadounidenses, pero el lunes Maduro enfatizó: «Ocho barcos militares con 1200 misiles y un submarino nuclear están apuntando hacia Venezuela».
Maduro dijo que se trata de «una amenaza extravagante, injustificable, inmoral y absolutamente criminal». También aseguró que «Venezuela está enfrentando la más grande amenaza que se haya visto en nuestro continente en los últimos 100 años».
A la misma hora, en una cumbre virtual de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) convocada por el presidente pro témpore del bloque, Gustavo Petro, se contaban porotos: 20 países, entre ellos Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, México, Nicaragua y Uruguay, firmaron una declaración para expresar «profunda preocupación por el reciente despliegue militar extrarregional».
Del otro lado, la «increíble cooperación internacional» del secretario de Estado de los Estados Unidos, Marco Rubio: Ecuador, Paraguay, Guyana, Trinidad y Tobago y Argentina. Una alianza más que módica. Tal vez por eso la respuesta llegó al día siguiente, cuando el mismísimo presidente Trump se ocupó de difundir un video donde –según su relato– una lancha de narcotraficantes venezolanos era atacada y hundida en el Caribe, abonando torpemente el mito del Cartel de los Soles.
El gobierno venezolano no contestó oficialmente la «noticia» pero la puso en duda. El presidente Maduro, en tanto, aseguró: «Hoy el imperialismo lanza una nueva ofensiva, no es la primera ni será la última». Algunas -no muchas- horas después, llegaría otra movida de Washington. Sus medios adscriptos aseguraron que dos aviones de guerra venezolanos volaron «muy cerca» de uno de sus destructores en el Caribe y lo calificaron de «provocación».
Hasta el cierre de esta nota, Venezuela no comentaba oficialmente el supuesto incidente, mientras Trump en la Casa Blanca autorizaba a derribar aviones que se acercaran a su Marina de guerra. Así, el lenguaje y las acciones (confirmadas o no, poco importa) son cada vez más graves.
Mientras tanto, en Venezuela, sigue el alistamiento de la Milicia Bolivariana. Este fin de semana comenzó el despliegue territorial de los milicianos, calle por calle, en tensa calma.