La nueva audiencia del juicio que imputa a 19 represores por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el Pozo de Banfield, el Pozo de Quilmes y El Infierno de Avellaneda tuvo durante esa jornada los testimonios de Walter Docters y Nora Ungaro, sobrevivientes del genocidio; y de Marta Ungaro, hermana de Nora y de Horacio Ungaro, uno de los jóvenes secuestrados, desaparecidos y asesinados en el marco de La Noche de los Lápices.

El Tribunal Oral Federal de La Plata juzga desde octubre último a 19 represores por los delitos cometidos en los centros clandestinos conocidos como Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y El Infierno, en Lanús.

“No somos la grasa militante, participamos en política porque hay que transformar las cosas. Los chicos eran militantes de la Unión de Estudiantes Secundarios. Militar es tener sensibilidad y compromiso con lo que creemos que es justo”, aseguró. “Han pasado 45 años esto tiene que ser un Nunca Más de verdad; no es venganza, es justicia lo que reclamamos”, dijo Nora Ungaro al comenzar su declaración. La mujer fue secuestrada el 30 de septiembre de 1976, catorce días después de su hermano Horacio.

Nora Ungaro fue secuestrada cuando acudió a la casa de un amigo de su hermano Horacio a buscar el DNI del joven porque su madre estaba preparando un hábeas corpus para presentar ante la justicia. Ambos tenían 17 años. Desde allí, Nora fue trasladada con vendas a una caballeriza y luego a Arana. Apenas entró, la desnudaron y torturaron con picana eléctrica. “El dolor era tan intenso, quemaba. Recuerdo que sentía el olor a carne quemada. Uno se ahoga en sus propios gritos”, recordó.

La testigo contó que, pese a que estaba con el cuerpo destrozado por las torturas y sangraba, fue abusada por los represores. “Me llegaba la sangre a los tobillos y aun así te venían a manosear. ¿Quién hace eso?”, preguntó indignada a los presentes conectados a la sala virtual del TOF 1.

Su hermana Marta Ungaro mostró el boleto estudiantil que Horacio había obtenido en 1975, un beneficio suspendido tras el golpe militar y razón por la cual los estudiantes secundarios se movilizaron. “El delito es permanente, hasta que no se lo encuentre, el delito se sigue perpetrando, la desaparición forzada es continua”, reflexionó Marta. “Se nos fue la vida tratando de sobrevivir, buscando justicia”, dijo.

Reclamó el cese del beneficio de la prisión domiciliaria para represores. “Quiero pedir el cese de la prisión domiciliaria de Juan Miguel Wolk; que vuelva a la cárcel efectiva, es el pedido que le hago a los jueces, que saben la dilación que tuvo este juicio y cuando la justicia tarda no es justicia para nosotros”, pidió.

Quilmes, el depósito de gente

Por su parte, el testigo Walter Docters contó, entre otras cosas, su paso por Arana. “Me golpeó el olor a sangre seca, carne quemada, desechos humanos, vómito. Tuve poco tiempo para asimilarlo porque a tres pasos de la entrada estaba una de las salas de tortura, que era de picana eléctrica. Allí me hicieron pasar, me acostaron y me ataron al camastro. Me golpeaban y mientras tanto, me aplicaban corriente eléctrica en general, pero por sobre todo en los genitales, oído, debajo del ojo, la nariz”, describió.

“En Arana también sufrimos el submarino mojado, que es meter la cabeza bajo el agua hasta que se le agota la respiración a uno y sacarla, y el submarino seco, con una bolsa de plástico. En una oportunidad nos tuvieron colgados”, apuntó.

El hombre estuvo dos veces en Arana. “La primera vez estuve siete días, me trasladan al Pozo de Banfield, donde me dejaron un día, y me vuelven a llevar a Arana, donde estoy hasta el 5 de octubre”, detalló. En una oportunidad, los represores le permitieron higienizarse, vestirse e ir a visitar a sus padres, su padre era oficial inspector de la Policía y había acordado poder verlo para comprobar que estuviera vivo. Cuando volvió, fue directo a la sala de torturas.

Luego fue trasladado a la Brigada de Investigaciones de Quilmes, donde sufrió una feroz golpiza. “Después me dejaron parado, atado, colgado, durante dos días o tres, sin comida, agua ni poder ir al baño”, contó.

Precisó que “Quilmes era un depósito de gente” y “ante protestas, sacaban a 10 compañeros y los fusilaban, los tiraban en la calle y decían que eran muertos en enfrentamientos, pero no”. “Ellos estaban con nosotros, no había enfrentamiento, estaban atados de pies y manos”, apuntó.

Además, mencionó, el tratamiento que sufrieron las mujeres en los centros clandestinos de detención “tenía un doble castigo: ser militantes y su condición de mujer, los represores utilizaban la violencia sexual y ejercieron un mayor ensañamiento

El TOF 1, integrado por Walter Venditti, Esteban Rodríguez Eggers y Ricardo Basilico, juzga por los delitos cometidos en el Pozo de Banfield y el Pozo de Quilmes al ex ministro de Gobierno bonaerense durante la dictadura, Jaime Smart; al exdirector de Investigaciones de la Policía bonaerense, Miguel Etchecolatz; el exmédico policial Jorge Antonio Berges y a los imputados Federico Minicucci; Carlos Maria Romero Pavón, Roberto Balmaceda y Jorge Di Pasquale.

También empezó a juzgar a Guillermo Domínguez Matheu; Ricardo Fernández; Carlos Fontana; Emilio Herrero Anzorena; Carlos Hidalgo Garzón; Antonio Simón; Enrique Barré; Eduardo Samuel de Lío y Alberto Condiotti.

Por los crímenes en el Pozo de Banfield y Quilmes, dos de los centros clandestinos de detención más grandes que funcionaron en la provincia de Buenos Aires, se juzgarán los delitos sufridos por 429 víctimas y se prevé que declaren unos 400 testigos.

Por los delitos cometidos contra 62 víctimas en el centro conocido como “El Infierno”, que funcionó en la Brigada Lanús, será juzgado también Etchecolatz, el civil Jaime Smart, el exrepresor Juan Miguel Wolk (también juzgado por ambos Pozos) y el expolicía Miguel Angel Ferreyro.