“El verbo leer como el verbo amar y el verbo soñar no admite el modo imperativo” afirma Daniel Pennac, quien en su “antimanual de literatura” Como una novela propone la lectura como una de las formas del placer y de la felicidad y  tanto el placer como la felicidad no pueden imponerse.

Luis Pescetti parece compartir desde siempre esta misma filosofía. tanto en sus espectáculos como en sus libros. En El chiste de leer (Siglo XXI) de reciente aparición, la hace explícita. En él propone que los chicos junto a sus familias se acerquen al aprendizaje de la lectura y la escritura no como una penosa obligación escolar, sino como una experiencia placentera y lúdica que abre nuevos mundos.

“Este libro está dedicado –dice en el “Epílogo para grandes”- al momento en que un chico y un grande comparten la experiencia de aprender a leer. Uno descifra símbolos, el otro aprende cómo enseñar, mientras repasa su experiencia cuando aprendió”.

Ilustrado por él mismo, el libro propone chistes, poemas,  narraciones y juegos de palabras, todo esto enmarcado en una suerte de “caos positivo” que está dado por la falta de numeración de las páginas. Esto supone que el libro no obliga a leer en un determinado orden preestablecido, sino que se puede comenzar y seguir por cualquier parte.

Se aleja así del orden escolar y reivindica no sólo la libertad del lector, sino también la posibilidad de crear su propio libro al trazar su particular itinerario de lectura. Se repite hasta el cansancio que el lector no es alguien pasivo, sino un activo constructor de sentido, pero el aprendizaje escolar pocas veces parece tenerlo en  cuenta.

Sin embargo, detrás de este “caos positivo”, de esta propuesta de aprender a leer con placer,  hay un gran trabajo.

Leer, algo divertido pero complejo

Hay una diferencia entre hacer un libro lúdico y placentero y hacer un libro irresponsable. Detrás de la propuesta lúdica de Pescetti para aprender a leer sin sufrir no sólo está su larga experiencia con los chicos ya sea desde arriba de un escenario o a través de sus libros, sino también la experiencia con sus propios hijos.

A su sólida formación, en este caso  agrega una investigación específica, tal como lo consigna en los agradecimientos. “Conté con la lectura receptiva de profesionales con gran experiencia en lengua y lectoescritura Ana Casiva, del equipo pedagógico de la Fundación Varkey, me ofreció una guía básica sobre abordajes. La investigadora Beatriz Diuk leyó y comentó los primeros bocetos y orientó mis intuiciones.”

Y agrega: “A ella llegué gracias al contagioso entusiasmo de Melina Furman desde su modo doctora en educación, luego de compartir  con su familia y ella en modo madre, audios con los chistes mientras avanzaba en la selección”. Consultó, además, a la fonoaudióloga Belén Diehl, quien, según afirma Pescetti le devolvió “una hoja de ruta con notas”.  Hasta aquí, lo que tiene que ver con lo específicamente educativo.

Luego, el libro siguió enriqueciéndose con otras miradas. Graciela Pérez de Lois revisó las sucesivas versiones. Eduardo Abel Giménez “como siempre fue tan leal y agudo en lo que señaló. Luciano Abdújar se hizo cargo de los ajustes digitales de sus ilustraciones y el diseño de Valeria Miguel Villar “le agregó juego y delicadeza al conjunto.”

Leer: aprender puede ser una aventura compartida

Debido a alta tasa de analfabetismo, fue tardíamente que leer se transformó en un placer individual y silencioso. Antes de llegar a esa instancia, la lectura era colectiva, una persona leía para varias que no podían hacerlo por sus propios medios.

Según propone Pescetti, aprender a leer puede ser una experiencia que no involucre sólo al chico y al docente. Se puede aprender a leer “solo, de a dos o de a muchos”. Por eso El chiste de leer advierte en la primera página: “Ese libro no es obligatorio y tiene: muchos chistes, adivinanza y acertijos para aprender a lucirse en reuniones de familia o con amigos.”

Y, a continuación, da “Instrucciones para que los grandes ayuden a los chicos”.  Éstas son: “Herramientas para desarmar palabras y armar nuevas. Textos para entrenar y prepararse. Poemas y palabras para leer en voz alta, de a dos. Teatro,  podcast o radio para leer en voz alta, de a dos, solo que actuando. Invitaciones para disfrazarnos o movernos. Canciones para disfrutar (para escucharlas, escaneá el QR de contratatapa. Diplomas muy importantes, que les abrirán muchas puertas”.

Foto: Archivo/Mariano Espinosa

En tiempos de interacción virtual, Pescetti propone un libro interactivo casi completamente analógico, excepto por el escaneado del QR. “La autonomía de los chicos pasó de la calle a la pantalla”, afirma. La  virtualidad parece ofrecerles todo. “Eppur si muove. Y sin embargo los shows se llenan de público que anhela la presencialidad, los libros se leen, las obras se aplauden, los chicos recuerdan a algún maestro toda la vida, y muchos maestros se sienten satisfechos por su trabajo. De esto trata este libro: del milagro contraintuitivo que eso siga funcionando.”

Para sintetizar el espíritu de El chiste de leer y entender cómo el humor de aparente simplicidad puede ayudar a comprender las sutilezas de ese sistema arbitrario que es la lengua, nada mejor que terminar esta nota con un juego de palabras que el propio Pescetti recoge en su libro:

“¿Qué le dijo un pollito policía a otro pollito policía?

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