Desde el ingreso al penal de La Quebrada, Gladys Guerra de Borges (Ana Garibaldi) será vista como la potencial jefa de una banda y, por lo tanto, enemiga de las dos mujeres fuertes entre las internas. Ellas son María (Cecilia Rossetto), una jefa tradicional, organizadora del ingreso de insumos, capaz de sostener el orden interno a cambio de beneficios personales. La otra jefa, exaliada de María y desafiante de su poder, es la Zurda, encarnada por Lorena Vega. Con ella dialogó Tiempo sobre En el barro, una de las producciones argentinas más esperadas del año.
“La Zurda es una presa de mucho tiempo que pasó por distintos lugares en La Quebrada, la conoce bien. Cuando se hizo jefa de un pabellón pudo desplegar adentro lo que hacía afuera. Un negocio que conoce y tiene la capacidad de llevar adelante con una troupe grande”, señala Vega. El negocio de la Zurda es la producción de contenidos eróticos para distribuir por celular y, eventualmente, organizar en el penal encuentros sexuales entre alguna de las chicas y sus clientes. El dinero que recauda le permite sostener negocios fuera de La Quebrada y pagar a las chicas que participan.
“Tenía como meta no caer en un estereotipo. Debía ser una mujer de poder y conducir un espacio de trabajo sexual, sin abordar el personaje desde un lugar cliché o previsible. Por eso surgió pensarla como una persona que está trabajando, y eso me organizó un montón. Una persona que todo el tiempo hace cálculos, en todo sentido, eso me generaba una actividad. Creo que la ficción que proponía el guion nos daba espacio para imaginar y jugar, porque construía ese mundo donde pueden pasar un montón de cosas, que son quizás más parte de un relato que de una realidad”, reflexiona la talentosa y cada vez más popular actriz.

“Pero las cosas son dinámicas”, cuenta Vega, y esa frase remite a la llegada de un personaje sombrío y violento: la Gallega, vinculada por antecedentes a una trama de enemistad que involucra a María y a Gladys. “Ahí la Zurda se tiene que enfrentar a cosas propias y ajenas. Y en una situación de encierro, por lo menos en la ficción, empiezan las estrategias de supervivencia”.
Vega y La Zurda
La Zurda tiene un interesante parentesco con otro personaje al que Vega dio vida: Mora Biker, huidiza organizadora de un mundo de placer lujoso en El fin del amor. Las dos generan escenarios vinculados a la imagen del deseo, un erotismo por momentos más icónico que visceral, espectacular, pero en dos espacios completamente distintos. Uno donde se supone el goce está al alcance de la mano, en la noche abierta a toda posibilidad, y el otro en un universo mucho más oscuro, donde no hay otro glamour que el inventado por los teléfonos. Una sexualidad ajena al espacio y al tiempo.
“Las dos son personajes de autoridad, que conducen un espacio de trabajo -asiente Vega-. Son personajes frontales que tienen mucha decisión sobre lo que quieren y lo que creen. Creo que se parecen bastante. Hay algo en el pabellón de la Zurda que ella lo ve con cierta luz y cierta felicidad. Son dueñas y tienen decisión sobre su propio cuerpo. Hacen lo que quieren y lo que hacen es un trabajo, les da dinero, y son libres. Para mí hay algo ahí que es interesante poder ver, por encima de una primera lectura donde la Zurda sería una 840 que obliga a las chicas a hacer algo y no les queda otra. Me parece que no es en todos los casos ni todo el tiempo. Cuesta verlo, pero no es del todo así”.

Una de las potencias de esta producción es el elenco. Gran parte de los personajes están sostenidos por actrices destacadas y con mucha experiencia, como la propia Vega, Cecilia Rossetto, Rita Cortese, Ana Garibaldi, Silvina Sabater —inexpugnable socia de la Zurda—, y Juana Molina, mágica componiendo a la incierta Piquito. A eso se suman actrices de orígenes y trayectorias diversas como Valentina Zenere, Camila Peralta, Tatu Glikman y Payuca —reconocida por su protagónico en Siglo de oro trans en el Teatro San Martín—, más figuras provenientes de otras disciplinas como Alejandra “Locomotora” Oliveras, recientemente fallecida y a quien dedican la serie, o María Becerra, quien también interpreta el tema musical central de la serie.
“El encuentro en el set de todas esas diversidades y esos recorridos distintos fue muy interesante y atractivo —agrega—. Yo siento que todas éramos actrices, ahí no había habido un encare diferente en ninguna. Todas ayudándonos a poder hacerlo lo mejor posible. Muy orientadas por la dirección, pero también con mucho acuerdo entre nosotras, con mucha empatía, cofradía, charla e interés por la otra. Mucha diversión, también. La verdad es que para mí fue una muy buena conjunción. Admirando el trabajo de las otras y felices por sus aciertos. Vi la serie completa y, entre muchas cosas, siento orgullo de la calidad actoral”.
Realidad y ficción
La distancia entre la condición real de una mujer privada de su libertad y los relatos ficcionales —que construyen una tradición en sí misma— es una de las cuestiones con las que las actrices se enfrentaron. No es menor el estereotipo de la jefa de pabellón, que puede retomar historias reales, pero también remite a modelos de los “poronga” de las cárceles de varones. El trabajo de las actrices consistió, en parte, en lidiar con esa información escasa y con los modelos que el propio guion trae en su lógica dramática. Esa capacidad de salir del rol instituido es uno de los logros actorales que, especialmente en la segunda mitad de la serie, se percibe en el trabajo de las intérpretes.

“Los elementos que teníamos en relación a la realidad no solo tenían que ver con anécdotas, sino con qué pasa en el mundo anímico de estas mujeres cuando están en situación de encierro. Creo que eso, la información que tenemos de presas reales, es lo que más utilizamos. Eso y la forma de hacer comunidad entre ellas, que es algo que nos pasó a nosotras. Armamos un gran equipo de trabajo y de comunión entre todas las actrices. Después está el guion, que abre un trabajo coral a muchas historias que se van trenzando, y tiene un derrotero que en un momento estalla. No sabemos si eso pasa o no en las cárceles, pero para En el barro es bueno que eso sucediera y está bien”.
Muchas de esas relaciones, que develan esa comunidad, están contadas con la sutileza de las miradas, que los personajes manejan con notable conexión. “Es de las cosas que fueron resultado de un swing de trabajo que se pescó. Nos empezó a pasar tender vínculos, tender el lazo desde ese lugar, desde el trabajo con la mirada, muy conectadas. Yo creo que el escenario físico es el que demuestra mejor el nivel de escucha y conexión que teníamos entre nosotras”.
El penal de La Quebrada tiene sus espacios divididos en los pabellones dominados por cada una de las jefas, más el pabellón familias. Allí están las mujeres embarazadas y las que se encuentran maternando. Más allá de una línea narrativa que se desarrolla a propósito de ellas, es uno de los tres núcleos alrededor de los cuales se organiza la espacialidad y el movimiento general de la serie. Los espacios comunes —el comedor, el patio y el baño— parecen siempre lugares de tránsito donde pueden jugarse escenas, pero no organizan las relaciones. Para el rodaje se desarrolló esa cárcel en una fábrica abandonada en la zona de San Martín. Un importante equipo a cargo de Julia Freid, directora de arte, logró montar el lugar para que parezca un centro penitenciario, donde están esos pabellones, espacio vital de los personajes. Esa gran locación fue parte de la vida diaria de las actrices y supuso también un importante desafío.

Vega puntualiza: “La determinación del espacio sobre nuestro trabajo y nuestra corporalidad es total. Ir todos los días ahí, durante tantos meses, nos generó una especie de pseudoencierro, que generaba mucho estímulo. El trabajo de arte hecho por Julia Freid, encabezando un equipo muy grande de artistas, armando ese espacio que empezamos a habitar, nos inspiraba a jugar lo que teníamos que jugar. La capilla, por ejemplo, era realmente preciosa, con unos frescos pintados a mano en miniatura que te estimulaban a creer que estabas en esa situación. El patio al aire libre, otra maravilla que disfrutamos un montón. Para mí la actuación es un cuerpo en el espacio. En teatro la escala permite verlo completo, pero con las cámaras es distinto. La cámara decide mucho si ves el cuerpo en su totalidad o no. Pero para nosotras, actuando, más allá de lo que mire la cámara, el cuerpo en el espacio era lo que permitía que pudiéramos ser esos seres que teníamos que ser”.
Una de las líneas importantes que la serie propone, al margen del thriller y la violencia, es el lugar de la maternidad en condiciones de encierro. Sin didactismos, y a pesar de cierto sentimentalismo, esa línea deja mucho abierto para interesar al espectador: “A mí me gustó todo muchísimo, pero retratar a mujeres que maternan en prisión es uno de los grandes aciertos de la serie. Estoy muy conmovida con la trama del pabellón familia. Creo que es una línea central que logra tocar la complejidad del asunto de las mujeres privadas de su libertad. Me parece que ahí la serie hace algo distintivo. Creo que es lo que más la distancia de El marginal y lo que la hace más singular. Es una trama de una profundidad y una complejidad conmovedora, y que ahí mueve un poquito el tablero”. «
En el barro
Productor y director general: Sebastián Ortega. Guion: Silvina Frejdkes, Alejandro Quesada, Omar Quiroga y Sebastián Ortega. Elenco: Ana Garibaldi, Valentina Zenere, Rita Cortese, Lorena Vega, Marcelo Subiotto, Cecilia Rossetto, Gerardo Romano, María Becerra y Alejandra “Locomotora” Oliveras. Disponible en Netflix.