El escritor Luis Mey aguarda horas en la noche, mira la oscuridad de Turdera -en el Conurbano- y piensa en sus personajes: “Me gusta inventarles viajes que no se narraron, amores posibles u operaciones diversas. Me los imagino en algunos lugares y los mantengo vivos. Al espíritu lúdico hay que alimentarlo constantemente, aunque no todo vaya a parar al texto”. Y del goce y el juego se inspiró, además, para el libro en el que brinda claves narrativas y descifra los arduos caminos de la ficción: Y ni siquiera soy el mismo cuando escribo.
Se publicó por Editorial La Crujía y expone obsesiones y secretos literarios que Mey aprendió de sus múltiples lecturas, del oficio que lo atraviesa -con un gran corpus de novelas y cuentos- y de su práctica cotidiana de sustento: los talleres literarios. Y ni siquiera soy el mismo cuando escribo, de 124 páginas, es un punto de llegada, pero también la revisión de un aprendizaje que alimenta, día a día, noche a noche, página tras página, las reveladoras historias que trama Luis Mey.
Cumplirá 46 años el 30 de agosto y observa lo que logró para avanzar: publicó obras centrales de la nueva narrativa argentina como Las garras del niño inútil, Los abandonados, En verdad quiero verte pero llevará mucho tiempo, La pregunta de mi madre o Los pájaros de la tristeza, entre otros. Y su libro previo a Y ni siquiera soy el mismo cuando escribo había sido, además, su primer volumen de cuentos editado: Qué beben los que no leen como yo. Ir a esos doce textos es contemplar los estratégicos mecanismos narrativos que sigue Mey para dar vida a sus personajes, generarles conflictos y, como dice él, “arruinarles la vida”.
En esa falta de contemplaciones con sus héroes y demonios está la clave de la narrativa de Mey: se escribe para llegar al fondo de la soledad o para librarse de ella. Y quizá se narre, además, para descubrir qué vacíos aún no se pudo llenar. Más que un manual de escritura, Y ni siquiera soy el mismo cuando escribo es un puente a sí mismo y a sus alumnos de narrativa: en ellos están muchas de las respuestas que el propio Mey busca en las quietas noches de Turdera.
¿Por qué decidió editar Y ni siquiera soy el mismo cuando escribo? “Publicar, para mí, es siempre una especie de disfraz, ¿no? Todo lo que vea la luz -y supere el sufrimiento- es casi una fiesta de disfraces: es parte de la misma fiesta en la que participo desde mi primer libro”, cuenta Mey. Y acentúa: “Estuvo bueno complementar lo que digo en las reuniones, más que clases de escritura, e intentar acompañar los talleres con estos textos”.
Y allí ve lo más satisfactorio, y, en espejo, lo más difícil de haber publicado Y ni siquiera soy el mismo cuando escribo: “Todo lo que puse es, apenas, un resumen de cuestiones que se dirimen por la casuística. Porque en los talleres aparece el texto de una persona y las herramientas aplicables son nuevas, o diferentes: se trata de mirar el texto de alguien y de no juzgarlo por todos los anteriores”, dice. Entonces, ¿cómo resolvió qué quería decir en el libro y qué buscaba contarles a los demás?
Mey halla respuestas en un alto entre espacios de taller: “Me relajé y dije: ‘Vamos a tener una buena charla de café con algún lector que tenga ganas de escuchar una voz amiga, que sienta algo humano alrededor de las narraciones, y que vea que todo ese devenir, esa educación fragmentaria de uno, seguramente sea muy importante para la escritura”. En esa línea, una de las claves que dispara el libro es poder identificar las oportunidades narrativas. Mey lo explica con una línea simple: “Hay que estar atento a los sentidos”.

Y lo grafica con una imagen de su propia inspiración: “A veces uno dice que el padre de un personaje fue a Malvinas y no toca nunca más la narración, y ahí tal vez hay una digresión o una historia paralela que uno podría enriquecer”. Pero “el padre que fue a Malvinas termina siendo la gesta simbólica del texto, lo cual enriquece aquello otro que prometía como narración, o como trampa de promesa”. Por lo tanto “hay que estar alerta a estas oportunidades narrativas, como el mueble de la abuela que alguien tiró y uno se encuentra en la calle: ahí va el escritor, lo junta y lo intenta reciclar”.
Luis Mey y el pensamiento lateral del escritor
Otro pasaje de Y ni siquiera soy el mismo cuando escribo habla de un motor narrativo: despertar el pensamiento lateral del escritor, y también el del lector. “Se trata de preguntarse cosas constantemente -dice Mey-: inventarse cuestiones de la vida que tal vez no vayan a parar al texto. No todo tiene que ir a un lugar rentable o demostrable. Si no alimentamos ese pensamiento lateral nos perdemos la mejor parte de elegir este camino”.
¿A quién le va a importar lo que escribo? ¿Para qué lo hago? Esas preguntas no alimentan la escritura: son caminos oscuros que el escritor en ciernes deberá superar para avanzar. “Hay que esquivar ese vampirismo de ‘¿para cuándo tu primer libro? ¿Cuándo te vas a ganar un premio?’ -sigue Mey-. Todo eso retrasa la posibilidad de desarrollarnos como escritores. El narrador sólo depende de su soledad, y hay que entender que lo externo tiene que ser una herramienta a favor y no algo que condicione la escritura”.
Entonces se narra para poder decir: “Yo hago lo que me parece que tengo que hacer”. Y en el libro también enseña a poder asumir algo central: hay que arruinarle la vida al héroe de la novela, del cuento, de la ficción. “Yo lo entendí cuando empecé a leer mejor -asume el narrador-. Yo leía mucho, pero evidentemente sin experiencia, y cuando uno multiplica la lectura se da cuenta de que todos los textos que nos encantan tienen personajes con vidas miserables, y en las que son héroes circunstancialmente”.
Si uno lee los clásicos “el héroe es una persona que nos causa mucha tristeza. Y cuando uno se hace cargo de la escritura, cree que le tiene que solucionar la vida al personaje. Tal vez sí, aunque por un rato, cinco minutos antes de su muerte: recién ahí le damos la cura, pero no antes”. Cuando nos equivocamos, señala Mey, “es cuando creemos que en nuestros textos no tiene que pasar aquello que sí ocurre en lo que leemos, hasta que nos amigamos con esas lecturas”.

En Y ni siquiera soy el mismo cuando escribo ofrece narraciones de su vida personal y siempre llega al mismo punto de escritura: ¿Qué aprende de sí y de sus alumnos? ¿Qué confirma en el proceso de cada página? “Más que aprendizaje, es un alivio. Y lo puse en la dedicatoria del libro, porque es algo que pienso in extremis causa. Me da taquicardia casi cotidianamente cuando veo que, sin lugar a dudas, lo mejor siempre está por publicarse: el futuro de la literatura nunca se detiene. Todo lo demás puede tener más pasado que futuro, pero la literatura no”.
En cada nueva palabra, ¿qué capta Mey? “Me siento fascinado con el oficio y cada día es una sorpresa más hermosa que la otra”. Otro clásico de sus enseñanzas, y que también despliega en el libro, es que “el lector es un perverso”. Y lo es “porque en la literatura todos los conceptos están invertidos. Todo lo que es oscuro nos entretiene, nos da luz. Todo lo que es muerte nos da vida. Toda separación nos da amor. La perversión del lector necesita ver el acto trágico, dramático, terrorífico, pera que su propia vida adquiera algún aprendizaje”.
Mey se pregunta en el texto, y aun aquí, qué enigmas personales aún no pudo responderse a través de la literatura. “El más importante es: ‘¿Podré hacerlo hoy?’ -revela-. Eso me mantiene casi en estado de adolescencia, y desde ese instante siempre tengo esa noche eterna en la que me pregunto si hoy podré hacerlo. Ese enigma es cíclico: es el fantasma que aparece todas las noches”. Y al seguir escribiendo, Mey siempre irá en busca de lo mismo, ya convertido en otro: “Hacerlo en soledad es lo que me mantiene vivo”.