Durante años, la historia oficial dijo que cinco personas murieron manipulando explosivos. Que eran “subversivos”, que su final había sido consecuencia de su accionar violento. Pero la verdad, como tantas veces, estaba del otro lado: en las marcas del cuerpo, en los archivos desclasificados, en las voces que no se callaron.

Este sábado 17 de mayo, esa verdad volvió a decirse fuerte: la Subsecretaría de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires señalizó como Sitio de Memoria el paraje Luna Roja, en Chapadmalal, donde en agosto de 1978 fueron asesinadas cinco personas secuestradas por la dictadura.

La actividad comenzó a media mañana en el kilómetro 542 de la Ruta Provincial N°11, partido de General Pueyrredón. Estuvieron presentes familiares de las víctimas, organismos de derechos humanos, integrantes del Colectivo Faro de la Memoria, autoridades provinciales, vecinos y vecinas. Entre ellos, Rodrigo Miguel llegó con una historia hecha de pérdidas, pero también de memoria activa y dignidad heredada.

“Lo que hizo mi vieja fue heroico”, compartió. Su madre, Mabel Venegas, fue secuestrada el 4 de mayo de 1978 cuando iba a trabajar. Ese mismo día desaparecieron sus empleadores Antonia Margarita Fernández García y Ricardo Tellez, y otra joven, Elizabeth Kennel. Todos pasaron por la Base Naval de Mar del Plata, uno de los centros clandestinos de detención más brutales del litoral atlántico.

Rodrigo creció sin su madre y sin su padre, Carlos Miguel, asesinado en 1974 por la Triple A. Su infancia y la de su hermano menor estuvo marcada por una doble orfandad: la de los cuerpos y la de la verdad. “El horror de la desaparición es eso: no saber, no poder cerrar nada, no tener siquiera un lugar al que ir a llorar”, había dicho en la previa al acto.

Recién en 2011, tras décadas de silencio impuesto, pudieron recuperar los restos de su madre gracias al trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense. Mabel había sido enterrada como NN en el Cementerio Parque. Supieron entonces que había estado desaparecida en la Base Naval, que la trasladaron a un paraje rural y que allí, junto a otras cuatro personas, fue asesinada.

Los cuerpos habían sido ubicados en círculo alrededor de explosivos y atados. Luego de ejecutarlos, los represores hicieron estallar el lugar para encubrir la masacre. La versión oficial habló durante décadas de un enfrentamiento, pero fue un montaje.

“Eso fue la Masacre de Luna Roja — señaló Rodrigo—. No un accidente. No un error. Un acto de terrorismo de Estado, planificado, brutal. Y la mentira como parte del crimen”.

Por eso, dijo, señalizar el lugar no fue una ceremonia más, sino una forma de volver a marcar el territorio con memoria. De decir: acá hubo un crimen. Y acá también hay un pueblo que no olvida.

El acto oficial por Luna Roja

En el acto se recordó que, entre 2015 y 2016, el Tribunal Oral Federal de Mar del Plata condenó a tres oficiales de la Armada —Raúl Marino, Rafael Guiñazú y Francisco Rioja— por estos crímenes. Tres de las víctimas identificadas fueron Mabel Venegas, Elizabeth Kennel y el matrimonio Tellez. La quinta sigue sin nombre.

Rodrigo habló en nombre propio, pero también en nombre de toda una generación. “Nosotros nacimos en dictadura. Nos criamos sin padres. Pero no elegimos quedarnos en el silencio. Hicimos de esa herida una forma de lucha. Somos hijos del amor, de la militancia y de la justicia. Eso somos.”

En 2013, vecinos y militantes del Colectivo Faro de la Memoria colocaron por primera vez una señalética en este rincón de la ruta, acompañada por una escultura que bautizaron la Espina: un cuerpo de cemento clavado en la tierra, símbolo de un dolor que nunca terminó de cicatrizar, pero también de una dignidad que sigue en pie. Esa espina fue golpeada, pintada con odio, vandalizada con cruces esvásticas. Pero siempre volvió a levantarse. Porque había algo más fuerte que el miedo o el olvido: la voluntad de recordar, de nombrar, de no dejar que el silencio gane.

Este sábado, esa memoria dejó de ser solo resistencia barrial para convertirse en un acto de reparación, homenaje y lucha colectiva por parte del Estado provincial. Con la señalización como Sitio de Memoria, a cargo de la Subsecretaría de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires, el paraje Luna Roja quedó, por fin, inscripto en el mapa del Nunca Más. Ya no como una verdad arrinconada, sino como parte de una historia que este pueblo eligió sostener con fuerza, convicción y amor.

El acto fue también un reencuentro. Entre hijas e hijos que crecieron con la herida abierta y encontraron en ese lugar de muerte una forma de abrazarse a la vida. Entre memorias que resistieron al olvido y hoy se abrazan en lo colectivo. Entre un pasado de terror y un presente que, lejos de ser indiferente, nos llama a seguir peleando.

Porque cada reconocimiento que se levanta en la tierra es un gesto de ternura hacia quienes fueron arrancados de ella. Porque la memoria no es solo recordar lo que pasó: es decidir en qué lado elegimos estar hoy. Y porque, en tiempos donde algunos niegan, relativizan o justifican el horror, nombrar Luna Roja es volver a gritar que esto fue un crimen. Y que hay una sociedad que no va a mirar para otro lado.

Nunca más.