Después de «comerse» durante mucho tiempo el mote de «blandito» que le habían impuesto los guapos de la OTAN y de la UE, todo porque supuestamente era partidario de negociar con Rusia para sacar a Occidente de la ciénaga ucraniana, el presidente francés Emmanuel Macron parece que no ha podido digerir el bullying y se lanzó a guapear, él también.

Pero se pasó de rosca, y ante el temor a un eventual repliegue norteamericano si Donald Trump gana las elecciones de noviembre, entró al ruedo con ambiciones a lo grande, pretendiendo ya no ser uno más de la banda sino el patrón de la vereda. Olvidó la tradición dialoguista de la diplomacia gala y ahora hasta cruzó el océano para llegar a Brasil, para presionar a Lula. El adagio de vigencia universal dice que fue por lana y volvió trasquilado.

El pasado domingo 24 de este mes, en estas páginas, Eric Calcagno hizo un resumen necesario de la evolución invernal del presidente francés y escribió. El 16 de febrero, Macron recordó que el parlamento francés votó un acuerdo de seguridad civil y militar con Ucrania por diez años. El 26 de febrero propuso la emisión de bonos de guerra y señaló la posibilidad de enviar tropas regulares al frente («aunque no hay consenso –dijo– nada debe ser excluido para asegurarnos que Rusia no gane»). El 7 de marzo afirmó que «no hay límites ni líneas rojas» en la ayuda a Volodimir Zelenski. El 16 de marzo declaró que Occidente debería enviar tropas contra Rusia ante una determinada situación, que no especificó.

De ahí en adelante, Macron no cesó en sus afanes guerreros, pese a que todos sus planes fueron hundiéndose ante la reacción, realista no pacifista, de los más perfectos halcones de las dos alianzas, la militar y la política. En las cancillerías europeas los dueños de la diplomacia se formulan de diferente manera una misma pregunta: ¿qué busca Macron con su irrupción en el mundo de los duros? A medida que rechazan sus propuestas –el envío de tropas al escenario de la aventura–, desde Italia hasta Alemania, desde España hasta Finlandia, los que cuentan y los que no, todos rechazan con énfasis la idea de mandar a sus muchachos a lo que puede ser una muerte segura. Y parecen coincidir en que lo que pretende Macron es llevar a Francia a ocupar el sitio que podría dejar Estados Unidos.

Macron no sólo quedó expuesto ante los gobiernos aliados. Internamente es el blanco de la crítica de toda la oposición sin distingos –»el señor de la guerra», lo apodaron–, aunque la que le saca el jugo a la situación es la ultraderecha. «Creo que no intenta intimidar a Putin, sino a los franceses. Está convencido de que en caso de peligro Francia entera se unirá en torno a su figura. Se trata de una técnica de manipulación de masas», dijo Eric Zemmour, el expresidenciable de Reconquête. El líder ultraderechista aprovechó para disparar en todas las direcciones. «Se puede hablar de guerra, se puede decir que ‘no hay límites ni líneas rojas’, como dice al presidente, si se tiene un ejército decente. En Ucrania se destruyen diez tanques occidentales por día mientras que la propia Francia apenas tiene 200 unidades».

Mientras tanto, Macron busca explotar el único aspecto en el que todos acuerdan, en la UE y en la OTAN: la provisión de armas y equipos, sin límites, para satisfacer los delirios bélicos de Zelenski, un fiel ejecutor de las consignas de Estados Unidos que parece no haber advertido, todavía, que en el Congreso y la sociedad norteamericana ya no cuenta con los apoyos de 2022, cuando recién comenzaba la guerra. Macron busca comprar pólvora y explosivos en todos los confines y, según el prestigioso y poderoso multimedios Bloomberg, presiona a la industria bélica francesa para que acelere la producción de equipos y armamentos para enviar a Ucrania. Las presiones llegaron al extremo de advertir a los fabricantes que podría requisar sus equipos o tomar la dirección de las empresas.

Aunque en un encuentro en la base aérea norteamericana de Raimstein (Alemania) el jefe del Pentágono, Lloyd Austin, señaló como nunca antes que «la supervivencia de Ucrania está en peligro», Estados Unidos se abstuvo de opinar sobre los planes de Macron. Eso fue así hasta que el Veteran Intelligence Professional for Sanity (VIPS), un grupo de exjefes de los servicios de inteligencia, advirtiera sobre la amenaza nuclear que conlleva la idea de Macron de ir a un choque directo con Rusia. Al excusarse con el clásico «no comment» usado para zafar de las preguntas embarazosas, el Pentágono aceptó la revelación del VIPS en cuanto a que «Francia se prepara para enviar a Ucrania una fuerza de 2000 soldados, una brigada reforzada formada por un batallón blindado y dos batallones mecanizados».

El Consortium News (un prestigioso grupo de periodistas de investigación) recogió el 28 de marzo el documento sin censura del VIPS y destacó que «la loca propuesta» de Macron sobre la introducción de tropas de combate de la OTAN en el teatro bélico «convierte a esas fuerzas en objetivos legítimos, tal como lo indica el Derecho de Guerra». Y, lo más grave, advirtió que «Europa tiene que darse cuenta de que Francia la está llevando por un camino de inevitable autodestrucción». Señaló, entonces, que el pueblo de Estados Unidos –y la observación vale para toda la Humanidad, pese a que las patas cortas del establishment norteño no les permitan andar más allá de su propio canil– «tiene que darse cuenta de que Europa, Macron, lo está llevando al umbral de la aniquilación nuclear».   «