Cada vez que Rocío escucha a un estudiante decir una frase en inglés de corrido y sin errores, sonríe. En ese gesto se cifra el sentido de su tarea. Tiene 29 años y da clases hace tres en escuelas privadas de Vicente López, Conurbano norte. Planifica todos los días hasta sus tardes y sus noches de acuerdo a la necesidad de cada adolescente. Lo hace con antelación para que sus alumnos tengan el material de estudio al día. Corrige casi todos los domingos. Lleva “poco tiempo” en esa rutina a comparación de otras colegas. Y no le queda mucho más. Ama el aula, pero el exceso de trabajo en su casa y el bajo salario perforan su proyección a largo plazo delante de un pizarrón.
“Hay días que son más difíciles que otros. A veces fantaseo con que tal vez no me jubile como docente. Me encanta dar clase, pero la sobrecarga laboral es tremenda: pienso actividades para el que cursa con normalidad, para el que intensifica, para el que profundiza y para el que recursa”, narra a Tiempo.
Rocío no es la única que baraja huir de la escuela. El mundo enfrenta un déficit de 44 millones de docentes según la UNESCO. En América Latina y el Caribe, la situación es alarmante: se necesitan 3,2 millones que hoy no están. La mayoría, para remplazar “a quienes abandonan la profesión debido a la sobrecarga laboral, los bajos salarios y la falta de reconocimiento”. Entre 2015 y 2022, la tasa de abandono de la profesión se duplicó en el nivel primario, de 4,6% a 9%. En la Argentina enseñan más de 1.200.000 docentes. Frente al descenso en la tasa de natalidad, la falta de maestras y profesores no está hoy entre los principales problemas educativos. Aunque sí hubo emergencia docente en la última década en primaria y en ciertas áreas del secundario en CABA: Inglés, Informática y Exactas. El nudo está en el malestar en la profesión, que atenta contra la enseñanza y los aprendizajes de calidad. Llegan a un nuevo fin de ciclo lectivo quemados.
“Ser docente hoy es extremadamente difícil”, afirma un informe de CIPPEC firmado por Cecilia Veleda, Esteban Torre y Carla Paparella. Enumera factores que inciden en el burn-out y el abandono: “la desarticulación de las instituciones que antes organizaban la sociedad (como la escuela, la familia y la iglesia), las desigualdades sociales y el avance de la pobreza infantil, la seducción de las pantallas, la violencia o los discursos de odio y el aumento de los trastornos psíquicos”.

Ganar salud mental
Las clases terminan en 2025 con un estallido mediático de casos de violencia que inciden en el agotamiento docente. A fines de noviembre, en San Martín, Buenos Aires, una madre esperó a que la maestra de su hija saliera de la escuela. Mientras los niños y niñas se iban a sus casas, la sorprendió en la calle y le dio una piña en el ojo. La docente terminó hospitalizada y no quiere volver al aula. Esta misma semana, dos chicas se agarraron a golpes a una cuadra de su escuela en Pablo Nogués, partido de Malvinas Argentinas. Otros adolescentes las filmaron. Una de las jóvenes volvió al colegio para pedir ayuda. Tenía el hombro dislocado. Su familia la fue a buscar. Como no hubo respuesta de los directivos, patearon el portón y les arrojaron mate cocido caliente a dos auxiliares docentes. “Entramos a trabajar, no a sobrevivir”, repudiaron las trabajadoras en una publicación de Facebook.
Los casos se multiplican más allá de las cámaras televisivas. En una escuela de La Plata, dos estudiantes de primer año comenzaron a pelearse. La profesora de Lengua intentó separarlos. Terminó estampada contra el pizarrón, con la cabeza y la espalda herida. Ese día renunció al cargo: “Prefiero ganar salud mental”.
“Cuando las familias se acercan, no piden disculpas, vienen a pelear, nos preguntan qué le hicimos a sus hijos. Con nosotros se revierte el principio de inocencia: somos culpables hasta que se demuestre lo contrario –lamenta Natalia, docente de la institución de La Plata, en diálogo con Tiempo–. Entiendo a los que se van del aula. Nos pagan una miseria y estamos desprotegidos. No quiero dejar de dar clases, pero sí renunciar a varias horas, quedarme solo en las escuelas donde me sienta cómoda y dedicarme a otra actividad. Volvería a ser recepcionista, por ejemplo”.

Después de la escuela, Uber
En Argentina, el 92,4% de las y los docentes son mujeres. El tiempo extraescolar no remunerado que dedican a la planificación y a la corrección, como Rocío, entra en tensión con tareas domésticas y de cuidado, también invisibilizadas. La labor es fundamental, pero el reconocimiento económico no está a la altura. En promedio, a nivel nacional, los salarios docentes tocaron recientemente un piso más bajo que el de hace veinte años, antes de la sanción de la Ley de Financiamiento Educativo.
El Gobierno de Javier Milei contribuyó a esta caída con la quita del Fondo Nacional de Incentivo Docente (FONID): recursos que se le transferían a las provincias para mitigar las desigualdades salariales a lo largo y ancho del territorio nacional. Suteba denunció que, producto de ese ajuste, en un año y medio, los trabajadores de la educación bonaerenses con dos cargos perdieron 4 millones de pesos. Respecto al Fondo de Compensación Salarial Docente, si bien se había asignado una partida de 5 mil millones de pesos para este año, la ejecución presupuestaria fue nula.
Paola, de Rafael Castillo, La Matanza, es docente de Inglés en secundaria. Desde que gobierna La Libertad Avanza, cuando sale de dar clases, se sube al auto, agarra el celular y abre Uber, la aplicación que le permite llegar a fin de mes. Como le diagnosticaron diabetes a su hijo, tiene que gastar más plata en medicamentos. No pudo descansar de la escuela en el verano pasado. Se dedicó a transportar pasajeros.
El deterioro del salario docente es de largo aliento. En la última década, el poder adquisitivo cayó en todas las provincias, según el especialista en financiamiento educativo Alejandro Morduchowicz. Las jurisdicciones con un descenso mayor fueron las del sur: Chubut –un 47,7%–, Santa Cruz y Tierra del Fuego –un 42%–. Aquellas que sufrieron una caída menor fueron Santiago del Estero –un 11%–, Río Negro –un 12%– y Chaco –un 14,5%–. En la provincia de Buenos Aires y CABA, donde se concentra la mitad de la matrícula escolar, la pérdida fue de 31,1 y de 34,6 puntos respectivamente.
Tal vez esta conjunción de fenómenos explique por qué en los últimos años cayó la cantidad de jóvenes que eligen estudiar en un profesorado en Argentina. La docencia es un trabajo cada vez más desprestigiado, a pesar de su función crucial. Y cada vez menos elegido. Como indica el informe de CIPPEC, “las mejoras educativas necesarias sólo podrán encararse fortaleciendo a los docentes, quienes día a día le dan vida a las aulas”.

El impacto de la rotación
La inestabilidad de quienes ingresan al sistema educativo es otra preocupación extendida. Si bien ahora hay 10 mil maestras más que hace seis años en Argentina, en ese plazo, pasaron 320 mil docentes y permanecieron, de forma activa cada mes, en promedio, 200 mil, ya sea como titulares, suplentes o interinos.
Hay una renovación constante, marcada por un movimiento importante de entrada, salida e intermitencia por distintos motivos: jubilaciones, promociones o abandono. Así lo explica un informe de la Secretaría de Educación de la Nación. Solo el 22% de los docentes que estuvo durante los 6 años del estudio permaneció en la misma institución. Según la OCDE, al menos el 75% de los docentes de una escuela deberían permanecer mínimo cinco años en la misma para favorecer el desarrollo institucional. Principiantes tienen un promedio de ocho transiciones en seis años.