Lionel Messi fue concebido mientras Diego Maradona conducía al Napoli a su primer Scudetto de la historia, el de la Serie A 1986/87. En la casa precaria del barrio rosarino Grandoli, mientras Celia María desarrollaba el embarazo, Jorge Messi se levantaba los domingos por la mañana para ver jugar a Diego en el Napoli por Canal 9. Lionel nació el 24 de junio de 1987, casi al año de la estrella argentina en el Mundial de México 86. Si la abuela Celia –una especie de Doña Tota a la que aún le dedica los goles con los índices al cielo– lo empezó a llevar al Club Abanderado Grandoli para que jugara a la pelota, con Jorge vio el debut de Maradona en Newell’s en el Coloso del Parque Independencia, amistoso ante Emelec, el 7 de octubre de 1993. El pequeño Lionel tenía seis años. El padre también le regaló VHSs de Maradona. Y, a los nueve, tras haber regresado con la categoría 87 como campeón de la Copa Amistad 1996 en Perú, el Coloso, mientras hacía jueguitos en pleno campo de juego, le cantó a él: “¡Maradóóó, Maradóóó, Maradóóó!”.

Los argentinos –incluso y a veces sobre todo aquellos que odian como verbo de acción cotidiana– tenemos algo con Maradona: una historia, una intervención en las vidas personales, lo que fuere, pero algo. A Maradona y a Messi los une el hilo rojo del destino. El que nadie –a pesar de los intentos terrenales o brutos, como el del gobierno de Javier Milei– puede romper. La leyenda china dice que los dioses atan “alrededor del tobillo” de las personas que nacen un hilo del rojo invisible con “los que han de conocerse o ayudarse”.

El fin de la infancia de Messi –cuando abandonó la Argentina en septiembre de 2000 para volar a Barcelona después de que la empresa Acindar le cortara la obra social a Jorge, con la que costeaba el tratamiento hormonal de su hijo– prosiguió en tiempo epocal a la muerte anunciada de Maradona en Punta del Este, en el verano de aquel año (el cóctel preanunció el estallido social de la crisis de 2001). El exilio catalán inició un juego de espejos, de comparaciones y de sombras entre Lionel y Diego. Porque se comenzó a escuchar y a leer, cada vez más asiduamente, que en el Barcelona había un pibe argentino, zurdo, 10, que la tenía atada. Ya no era un cantito por una habilidad, el “Maradóóó” mientras hacía jueguitos en la cancha de Newell’s: él era la esperanza. El “Messías”.

Como Maradona en Japón 1979, Messi entonces ganó el Mundial Sub 20 de Países Bajos 2005. Y, como Diego, Lionel fue elegido el mejor jugador. Fue la antesala de la primera vez que se vieron en persona. Maradona y Messi se conocieron en el marco del programa “La noche del 10”, en 2005. “Deslumbra a Europa, está jugando en el Barcelona, la está rompiendo, tiene 18 años. Es el futuro de todos nosotros, los argentinos. ¡Lionel! ¡Messi!”, lo presentó un Diego formal, el habla un tanto trabada en su novedosa labor de presentador de un show televisivo. “Grande maestro, gracias por venir”, le dijo, más maradoniano. “Gracia’ a vo’”, le respondió un Messi hipernervioso, que le diría un rato después: “Me tiembla todo, pero estoy bien”. Juntos, en pareja, jugaron un fútbol–tenis.

Dos años más tarde, en 2007, Messi calcó la jugada de “El gol del siglo” de Maradona a Inglaterra en el Azteca ante el Getafe y “La mano de Dios” frente al Espanyol, ambas en el Camp Nou. Obras de arte mimético. Sudáfrica 2010, como una profecía, puso a Diego de DT y a Messi con la 10. Pero fue el Mundial en el que Messi no sólo ni siquiera marcó un gol, sino que no dio un pase–gol. Como Maradona en España 82, Messi chocó contra la derrota en Sudáfrica 2010. Aprendió, sin embargo, a pegarle en los tiros libres. “Leíto, poné la pelota acá y escuchame bien: no le saques tan rápido el pie a la pelota, porque si no ella no sabe lo que vos querés”, le susurró Diego en el campo de entrenamiento de la Universidad de Pretoria. Hoy Messi suma más goles de tiro libre (69) que Maradona (61).

Si a principios de noviembre de 2025 se celebraron tres jornadas del “Congreso Internacional Maradona” en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, una serie de “aproximaciones a un universo inabarcable”, como lo describieron los organizadores, el domingo pasado, 30 de noviembre, en el C Art Media se vivió el “Messiverso”, una jornada de “explicaciones sobre lo inexplicable”, según Javier Cababié, su ideólogo. Messi fue pensado por expositores a través de sus cinco Mundiales, de Alemania 2006 a Qatar 2022. Tanto en el “Congreso Maradona” como en el “Messiverso” se trató de analizar y angular los hilados de Diego y de Lionel.

Messi leyó un solo libro en su vida, Yo soy el Diego (de la gente) (2000), biografía de Maradona. Y no lo terminó. O, al menos hasta 2013, cuando lo contó en una entrevista con el diario italiano Corriere della Sera. “Ni siquiera sé casi nada del Che Guevara, que también es el mito de Rosario, la ciudad argentina en la que nací”. ¿Yo soy el Leo de la gente? A Messi, desde algún sector del poder, se lo quiso presentar –y elevar– como un ídolo “bienpensante”, correcto, sin grietas, cero problemático y supuestamente “apolítico”, siempre en tren de atizar la comparación con Diego, más rebelde y “humano”. “¿Se imaginan a Messi jugando en una cancha como la de Villa Fiorito, pero siendo ya Messi?”, punzó Massimiliano Verde, presidente de la Academia Napolitana, en el “Congreso Maradona”, a propósito de la mítica partita nel fango en la que Diego –ya siendo Diego– jugó en un barrial de Napoli un partido en el que se recaudaron fondos para la operación de urgencia de un bebé enfermo. Pero, ¿por qué Messi tiene que actuar obligatoriamente como Maradona? ¿Somos Maradona en lo que hacemos? ¿Tenemos la voluntad y la persistencia de Messi? En los ídolos y los referentes se suele poner lo que nos gustaría que fuera; se los carga de consideraciones que, a veces, ni ellos consideran.

Milei se ausentó el viernes en Washington en el sorteo del Mundial 2026 (canceló el viaje). En noviembre no había podido sacarse una foto con Messi en el America Business Forum de Miami. Los trolls libertarios difundieron fotos falsas. Ahora lo llaman “cómplice” de Claudio “Chiqui” Tapia, presidente de la AFA envuelto en críticas por dislates y falta de credibilidad en el fútbol local, más investigaciones judiciales, persecución gubernamental y operaciones (una quincena de tapas seguidas en contra de Clarín por el final del contrato de televisación del Ascenso con el grupo). “Messi siempre ha sido una persona que cuando ha visto que hay algo raro, se ha alejado. Me gustaría ver si, en medio de tantos temas que involucran escándalos, Messi se mete en el medio o se corre”, lo apretó Patricia Bullrich, exministra de Seguridad de Milei y senadora por La Libertad Avanza. Cuentan que Milei no acelerará en la embestida contra Tapia hasta después del Mundial 2026. El año que viene, el Leones de Rosario, presidido por Matías Messi –hermano de Lionel–, patrocinado por Macro y con indumentaria Adidas, debutará en la Primera C, sin mérito deportivo, saltéandose tres categorías y afiliado por “decreto” a la AFA. De ahí –y por otros clubes– que el “no a las sociedades anónimas” haya perdido fuerza.

Quizá no desde la palabra –el “andá pa’ allá, bobo”, la excepción que lo confirma–, pero Messi, al igual que Maradona, se “embarra” (en 2017 fue condenado en España por evasión fiscal a 21 meses de prisión). Curioso: los que ensalzaban a Messi para pegarle a Maradona ahora ven a un Messi “sucio”, pero no porque juega en el Inter Miami de los hijos de Jorge Mas Canosa, financista de atentados contra Fidel Castro, sino porque no critica a Tapia. Lucen también desconcertados los que aún le exigen a Leo que sea más Diego. Algunos pretenden ídolos a imagen y semejanza de sus propias tribulaciones. Y esperan, acaso, lo que nunca va a suceder.

Maradona y Messi, a través del hilo invisible del destino
Foto: Télam.

Después de Sudáfrica 2010, Messi perdió la final de Brasil 2014, con camiseta azul, ante Alemania, como Maradona en Italia 90. Y, tras la partida física en 2020, Leo festejó un gol con una réplica de la camiseta 10 de Newell’s que había usado Maradona debajo de la del Barcelona (el sábado del fin de semana pasado se cumplieron cinco años). Como Diego en 1994, Messi jugará su último Mundial en Estados Unidos. “Si alguien me tiene que superar  –dejó dicho Maradona–, que sea un argentino. El tipo más contento va a ser Diego Armando Maradona”.

Esto escribió el crítico francés Maurice Blanchot: “Hay un momento de la vida de un hombre –por consiguiente de los hombres– donde todo ha culminado, los libros están escritos, el universo está silencioso, los seres están en calma. No queda más que la tarea de enunciarlo: es fácil. Pero como esa palabra suplementaria amenaza con romper el equilibrio no se la pronuncia, y la tarea queda inconclusa”. En el Premio The Best de la FIFA de 2017, en Londres, Maradona y Messi coincidieron en persona por última vez. “Le dije que lo amo –confesó Diego, que sí pudo pronunciarse–, que lo llevo en el corazón, y que nadie lloró tanto cuando nos quedamos afuera en Sudáfrica”. En Qatar 2022, Messi levantó la Copa del Mundo, aire en el hilo irrompible con Maradona. Sin Diego –porque quería ser como él– no hubiera existido Messi. En un punto, no hay nadie más maradoniano que él.