La gran anfitriona que puso la casa, la luz de las velas y el piano para que Vicente López y Planes interpretara por primera vez el himno nacional argentino esa noche de 1813. Esa, la de las tertulias en el gran salón, por el que pasaron las galeras de Sarmiento, Alberdi, Echeverría. Una mujer que tenía la plata, el apellido, la sangre, la familia prestigiosa. Thompson.  Esposa de Martín Jacobo Thompson y después de Juan Washington de Mendeville. Así congeló la historia, sus cuentos y  manuales a María Josepha Petrona de Todos los Santos Sánchez de Velazco y Trillo.

Pero a la ficción con sus mentiras no dolorosas le toca a veces hacer de contadora de las verdaderas verdades. A veces en un teatro under de Palermo descubrimos cómo eran las cosas. Mariquita Sanchez de nadie, el unipersonal que encarna con toda su alma Rafaela Gamba,  dirige Ariel Haal y habitará en el Teatro Polonia algunos viernes del mes de abril, libera a la heroína de la Revolución de Mayo de  esos apellidos de varón que llegaban a su casa siempre para buscar algo.   

Parada sola en el margen del escenario, con las manos en el pecho por momentos y abiertas como alas en otros, la boca abierta exageradamente y todo su cuerpo desesperado, casi que vomita Marquita con verborragia cómica todos esos nombres y apellidos de cara al público. Por sus ojos se ve esa voluntad desesperada que lucha por ser quien es. Ahí los suelta y ahí los deja. Ahí comienza a ser Marquita Sánchez de nadie, la mujer que hace lo que quiere.

Rafaela Gamba brilla en Mariquita Sánchez de nadie.

A la escenografía, escueta, no le interesa hacer énfasis en su señorío, sino en la complejidad de quien lo habita. La casa, una casa más del siglo. Antes de ver el salón, los visitantes, el público que ingresa quizás ansioso por una de sus tertulias, descubren una bañera llena de espuma donde Marquita disfruta en privado. Gime, ríe, toca los dedos de su mano, estira sus brazos, está con sí misma. No tiene los gestos y la voz de princesa que se apoderan de ella cuando debe salir a recibir a quien toca su puerta. “Es la luthier Lucía”, le dice la ama de llaves. Una mujer -y encima luthier- por primera vez en su casa que cambiará la forma que tiene de verse a ella misma, de sentir y decir el amor…

Mariquita y el espejo

Tres mujeres en la casa de Mariquita. Las tres en el cuerpo de otra mujer, Rafaela, la actriz que es todas ellas a la vez. Porque no necesita a nadie más. De una voz de anciana, un cuerpo contorsionado por una joroba a una mujer empoderada que trae el acento del campo y un cuerpo elástico y fuerte, al cuerpito menudo y todavía tímido de la dueña de la casa. Entre ellas se filtra el acento santiagueño de la actriz, y por sus ojos podemos ver su pasión y orgullo por el poder del teatro. El público es un espejo donde Mariquita se mira esos 45 minutos que dura el unipersonal. Si bien la obra es una reversión del cuento de Paula Jiménez España, Marquita Sánchez -increíblemente original, querrán leerlo después de salir de la sala-, Mariquita Sánchez de nadie le gana a la narrativa con este recurso de mamushka que tiene un efecto hasta sororo, que parece decir que una mujer es muchas mujeres, que puede ser todas ellas, reinventándose y sacando las versiones narradas por otros, creadas para otros y hechas de  imperativos y el deber ser. El teatro parece también mostrar y sacarse con esta honestidad camaleónica todas sus capas: biografía, cuento e historia salen de la piel de Rafaela Gamba.

Gamba también juega con el histrionismo.

Rafaela también interpreta a un cuarto personaje, el de Vicente López y Planes. En la ficción, lejos está de ser un gran compositor y una figura histórica ilustre, más bien es un hombre de discursos patéticos al lado de la música de Lucía y Mariquita, que repite con una voz insoportable los versos del tango “Quereme así” y también todos los machismos e ideales de amor romántico que se siguen escuchando en este siglo XXI. La utilería que crea al compositor juega con los roles de género y logra un humor  reflexivo  que destruye la idealización. Gamba coloca una rosa como bigote cada vez que debe decir su parlamento. Al varón, lo vemos arrastrado por el suelo de la casa de Mariquita, suplicando que ella sea la de siempre, que escuche.

Pero no es la de siempre, porque no es de nadie. Marquita hace lo que quiere, siente que es capaz de “animarse a cualquier cosa” y dice que no. No va a estrenar ningún himno esa noche. No va a entrar nadie a su casa. Libertad, libertad, libertad. Las hojas de la única copia del himno nacional argentino andan por el suelo con López, como lo llama Mariquita. La tertulia queda postergada. La historia tiene que darse un respiro cuando aparecen pasiones inesperadas, dice el epígrafe que abre el cuento, “para dar lugar a un  episodio menos memorable pero más promisorio”.  El teatro es ese ínterin fuera de tiempo, ese suspiro de un ratito mientras el mundo sigue andando a los costados.



Mariquita Sánchez de nadie

Dirección: Ariel Haal. Actúa: Rafaela Gamba. Todos los viernes hasta el 12 de abril a las 20:30 en el Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA.