La desesperación de ser abandonado por la pareja, el trabajo con el documentalista británico Sean Langan y el duelo por la muerte de la madre parecen asuntos muy distintos.
Sin embargo, Martín Sivak logra amalgamarlos en su último libro La llorería (Alfaguara), cuya intensidad no le da tregua al lector en ningún momento.
Ya sea cuando habla de algo tan íntimo como el abandono y la muerte, como cuando se refiere al trabajo con Langan cuando el autor tenía 25 años, Sivak tiene un tono cargado de adrenalina que logra mantener de la primera a la última página, como si incluso la tristeza pudiera ser enunciada con la misma intensidad de voz que la rabia
Esa amalgama no es un mero efecto de la contigüidad de los textos, sino un descubrimiento que fue haciendo el autor durante la escritura: los puntos en común de las historias suelen ocultarse bajo la más absoluta diversidad.
–En La llorería confluyen materiales diversos. Hay dos duelos, uno por una separación, el otro por la muerte de tu madre. Luego está el viaje que hacés con el documentalista británico Sean Langan, Me pregunté cómo habías hecho para amalgamar cosas tan diversas. Piglia decía, «¿Qué otra cosa se puede narrar sino un viaje?» En realidad un duelo también es un viaje. El duelo amoroso tiene, incluso, sus estaciones prefijadas que son bastante universales. ¿Crees que son estas distintas formas de viajar las que le dan cohesión al libro?

Martín Sivak
-Te agradezco el comentario y la frase de Piglia porque no la conocía. En otros libros tenía un plan más claro. Cuando empecé a escribir La llorería comencé, en realidad, a escribir un diario sin la intención publicarlo.
-Y por qué lo escribías?
-Empecé a escribirlo porque organizaba un poco la desesperación de la separación, le daba un ritual. Incorporé una serie de rituales que eran parte de ese diario que ni siquiera era un diario. Como tengo muy mala letra, lo escribía en la computadora. Abría la computadora y le iba agregando entradas. Pero ya al comienzo me di cuenta de que si solamente iba a escribir eso, iba a ser algo agobiante. Volví entonces a ese viaje con Sean Langan al que aludís que para mí fue el mejor trabajo que tuve en mi vida. Viajar con un documentalista británico de Buenos Aires a Tijuana cuando tenía yo tenía 25 años fue fantástico. Escribir sobre ese viaje fue como salir a respirar. En un momento tuve la idea de escribir un libro sobre ese viaje, pero quedó todo en la nada. Pero esta vez sí empecé a trabajar en eso.
Escribía en dos documentos de Word distintos, uno era el del diario y el otro del viaje con Sean. Entonces, esa simultaneidad, medio de casualidad o por improvisación -yo no creo mucho en que uno tenga como un momento creativo, más bien creo que es a fuerza de escritura y reescritura como van a apareciendo las cosas- , luego me llevaría a unirlos

-¿Y cómo apareció la tercera historia?
-La tercera historia que es la del duelo por la muerte de mi mamá apareció escribiendo sobre el viaje con Sean. En septiembre del 2002, estábamos en Caracas y Sean volvió a Londres porque iba a nacer su primer hijo. Yo volví a Buenos Aires en lo que creí que iba a ser una pausa en el viaje. Pero durante esa pausa, a los nueve días murió mi mamá. Entonces, el viaje con Sean me conectó con eso, con la vida, con la muerte, con el duelo de mi mamá. Empecé a encontrar cosas de la historia de mi mamá que no conocía y con el tiempo se fueron amalgamado estas tres historias.
Como dije, no tenía una idea clara de lo que iba a ser el libro antes de empezar, al contrario, fue cambiando mucho. Y luego de escrito, el libro se redujo considerablemente.
–¿Cuánto se redujo?
-La primera versión tenía 600 páginas y ahora que está publicado son menos de 300, de modo que el el tiempo, la escritura y la distancia también hicieron que el que el libro cambiara y que esas tres historias se amalgamaran. En realidad, no sé cuánto se han amalgamado al final, pero la versión publicada es mejor que la primera, de eso estoy seguro.
-Novela de no ficción, literatura del yo, crónica… ¿Vos tenés algún casillero para colocar el libro?
-No. Todos los que mencionaste son casilleros posibles, pero tengo en la clasificación la cautela del amateur, porque yo no estudié literatura. Obviamente que me gusta mucho y leo mucha autoficción, pero en mí no es algo muy pensado o deliberado eso de los géneros. Trabajo de periodista desde los 18 años y la escritura periodística aparece, creo yo, en la en la parte de la descripción de Sean y creo tambi{en que esa descripción tiene algo de un perfil. Pero no pensé en ningún encasillamiento previo. Pensé en lo que mejor funcionara en el libro antes que en el género.
–Trabajaste mucho la primera versión del libro, la puliste, le quitaste muchas cosas. Afortunadamente, hay algo que no se perdió y que es muy atractivo y es el carácter torrencial de La Llorería.
– Me doy cuenta de que “torrencial” es una palabra acertada para definir el libro. Esto es lo bueno de estas conversaciones. No lo había pensado, pero sí, hay algo de catártico, de torrencial. Con el paso del tiempo, el desborde empezó a tomar un poco más distancia con la situación, pero no quería que en la reescritura se perdiera ese impulso inicial del libro. Y sí, La Llorería tiene algo de torrencial de catártico, de desesperante.
Desde el primer libro que escribí cuando tenía 19 años hasta éste, me parece que el patrón común es que siempre escribí sobre cosas que me interesaron mucho. Estas tres historias me importaron mucho y fue lo que me permitió publicar La llorería, a pesar de la incomodidad que me producen ciertas cosas de mi intimidad que aún me dan vergüenza.
Me quedé pensando sobre lo torrencial. En diciembre del año pasado el libro no tenía final hasta que encontré unas cartas de mi mamá a mi papá. A pesar del tiempo transcurrido entre esas cartas y la primera versión del libro, me retrotrajeron a un momento torrencial y gracias a ese momento torrencial terminé el libro. Si no hubiesen aparecido las cartas, creo que el libro no tendría final.
–De todos modos, La Llorería no es solo catártico, porque lo catártico es muy personal y vos lográs que uno se identifique con las situaciones que contás. A todos nos han abandonado alguna vez, todos hemos perdido a un ser querido y hemos sentido lo que vos contás. Pero con eso no alcanza, para poder escribir sobre eso y logar una identificación, hay que tener una buena escritura.
-Es probable, sí. En el abandono hay un momento inicial en el que uno piensa que eso nunca le pasó a nadie más en el mundo, por lo menos en lo que tiene que ver con la desesperación que uno siente. Una vez tuve casi una epifanía. Viajaba en el subte y en el vagón había doce personas- Entonces pensé. «De estas 12 personas a 11 seguro que les pasó lo mismo.» Eso me ayudó a quitarle el carácter único a lo que me pasaba y a ver mucho más lo universal de todas las situaciones, desde el duelo por la separación hasta la pérdida por la muerte de mi mamá.

Hay otro tema que yo no lo había visto y sí lo vio Maga Etchebarne, que es una, escritora que a mí me gusta mucho, que fue la editora por el lado de Alfaguara del libro. Ella dijo que es un libro sobre la amistad, algo que yo no había pensado pero que es cierto. La relación entrañable que tengo con Sean se ha sostenido en el tiempo y en el espacio, después de ese trabajo que hicimos juntos hace 25 años más o menos. Me interesaba mucho contar la vida de Sean, no solamente por el documental, sino también por haber sido secuestrado por los talibanes.
Su vida se truncó y él no se victimizó. Tiene una gran vitalidad y mucho humor frente a la desgracia. Eso ha sido muy formativo para mí en muchos sentidos.

-El libro habla sobre la pérdida y la muerte, pero también habla de la vida. Describís a tu madre como alguien muy vital.
– Sí y ése es un legado que no sé si lo tenía tan presente hasta que escribí este libro. Ella tenía un cáncer de pulmón. En el primer años la enfermedad remitió. Había en ella una condición de gran precariedad pero tenía muchas ganas de vivir. Quizás sea éste uno de sus más hermosos legados. El libro me conectó con esa vitalidad que contrasta con la historia de mi padre que se había suicidado diez años antes de la muerte de mi madre. Creo que La llorería es el libro que más se relacione con El salto de papá.
-Es un libro escrito en un tono muy alto, que no le da tregua al lector ni cuando hablás del abadono ni cuando hablas de la muerte.
-Esto tampoco lo había pensado, pero me alegra que me lo digas. No estaba en mis propósitos escribir un libro tal como el que describís, pero ahora que lo pienso, creo que no podría haberlo escrito sin ese “tono alto”, sin esa intensidad. No es un libro que lo cuenta todo, sino que deja muchas cosas afuera, pero lo que está creo que tiene esa impronta.
-¿Por qué le pusiste como título La llorería?
-Porque es una expresión que utilizaba mucho mi papá. Cuando los chicos se quejaban por haber perdido un partido, mi papá decía “a llorar, a la llorería”.
El juego de las diferencias
-¿Cuando escribís un libro tu actitud es distinta de cuando escribís una nota periodística?
–Sí. Obviamente que hay algunos puntos de encuentro, pero en general es diferente. Incluso en las partes de un libro en que perfectamente podría copiar y pegar un perfil ya escrito me sería imposible hacerlo.
–¿Por qué?
–Porque los registros son distintos y creo que los registros también son diferentes según el lugar en el que escriba. Por ejemplo, ahora uno de mis principales trabajos de periodista es en El país de España.
–¿Cuál es la diferencia?
–Su manual de estilo. A mí me cansa el periodismo de autor, los periodistas de autor. Me cansan los periodistas que creen que en cada nota tiene que estar muy exacerbado el punto de vista del que escribe. Me gusta mucho, en cambio, lo que más hago en este momento, que son entrevistas porque me gusta mucho la condición de observador, de persona invisible. Entonces, sí, creo que hay una diferencia bastante marcada cuando escribo un libro y cuando hago una nota.
Crónica de un secuestro
“En marzo de 2008 ya estaba instalado en Kabul para continuar con el tercer documental de la saga (se refiere al documentalista británico Sean Langan) y planeaba cruzar de Afganistán a Pakistán para filmar los campos de entrenamiento secreto de los talibanes. Su contact man lo citó en Torkham, una ciudad en la frontera afganopakistaní, en el borde de Khyber Pass. Viajaron diez horas en las montañas nevadas del lado pakistaní. Sean llevaba los ojos vendados. Para evitar seguimientos cambiaron tres veces de auto. Cuando le sacaron la venda estaba en un pequeño cuarto de un pueblo de montaña en el distrito tribal de Bajaur. Les dieron té y pan. Debía esperar a su fixer e intérprete.
Ese 28 de marzo durmió en una de las dos camas estrechas en una habitación de tres metros por dos. En el medio, un agujero funcionaba como baño. La única ventana estaba cubierta por un chal-
Con su fixer pasaron allí los tres primeros días. El cuarto, un hombre les trajo una radio, un pantalón holgado y unas almendras. Cuando le habló al intérprete Sean vio cómo su cara se transfiguró
-Estamos secuestrados- le indicó.
Fragmento de La llorería de Martín Sivak. Secuestro de Sean Langan por los talibanes.