Crónica video clip: mi hija de 16 recortando siluetas de pañuelos para mostrar en el colegio donde una de cada tres familias todavía dice “Proceso” y “hubo una guerra”, el segundo tercio cree que lo mejor es no opinar (y bien podría formar parte del primer grupo) y el tercero cumple (cumplimos) con el protocolo de la efeméride, pero podría (podríamos) hacer más.

Hacer más por el pasado, sí. O mejor: hacer más también por el presente. Ese presente que (vuelvo al video clip) tiene la imagen de un hombre de edad imprecisa en la fila para esperar que unos voluntarios le den guiso. Problema: se acabaron las bandejitas de plástico para repartir. El hombre junta las manos, las extiende y pide que le sirvan ahí, sobre la piel. Todo ocurre cerca de donde el Padre Carlos Mugica pidió perdón a Dios “por decirles no solo del pan vive el hombre, y no luchar con todo para que rescaten su pan”.

(Aquí debiera estar la frase de Hebe de Bonafini: “Antes que poner preso a un milico, las Madres preferimos ver a un niño sonreír”. Ni yo estoy seguro de que sea este el lugar para la cita. Pero ese hombre -¿ese chico, ese viejo?- tuvo que elegir entre las llagas o la panza vacía. Yo lo vi.)

Este tiempo parece estar cansado de llevarse puesto. Tiempo de orfandad, antes que nada. Tiempo de querer y no saber cómo. Pero tiempo también (y por eso el guiño a Osvaldo Soriano) donde -como dijo el Gordo- la memoria, si voraz y violenta, es una materia exquisita.

La cuestión es la disputa sobre esa memoria. En la licencia para recordar está la invitación al olvido.

Veamos.

¿Alguien que visite Auschwitz gritará en la entrada “por qué no terminar ya con esto, aquí podría haber un parque de Disney”? (Tratemos de pensar la secuencia sin el horror, ya no del campo de extermino, sino el de saber que probablemente la frase no sea solo un recurso para estas líneas sino una posibilidad cercana)

Más cercano en el almanaque y la geografía.

¿Quién podría quejarse por un nuevo corte en la calle Pasteur “si lo de la Amia pasó hace rato y a nadie le importa”?

¿Quién se manifestaría harto de los actos frente a Cromañon?

¿Quién podría pedir que se desaloje el hall de la estación de trenes mientras Paolo Menghini lee un poema que evoca a su hijo Lucas, muerto en la tragedia de Once?

El problema no es mirar atrás sino mirar a quién y a quiénes.

El 24 de marzo mira al presente y al futuro. No mira (solo) al pasado.

¿Acaso hay mejor refutación para el DNU que la transcripción de la carta de Rodolfo Walsh?

¿Qué es el mamotreto con trazo de Federico Sturzenegger y guión de la Unión Industrial Argentina sino la miseria planificada que denunciaba el periodista?

Se ha dicho, con cuánta razón, que la crueldad se puso de moda. Nos llevan a tierra ajena, desconocida. Nos imponen su libreto. Nos tapa su mierda. Es mayor nuestro error que su virtud. Nosotros somos (éramos) otra cosa. Y aun cuando no fuimos lo suficiente “esa cosa”, aun cuando eso que creímos y soñamos no alcanzó para que el pibe de Retiro comiera en su casa con su familia después de volver del trabajo, tenemos en claro que nos falta, debemos tener en claro que nos falta, urge aceptar que nos falta.

Eso sí: no vamos a ir a la Plaza con lágrimas sepias. Porque la Memoria (ahora sí, con mayúsculas) es una construcción de hoy para mañana.

Doble reto: refutar a los olvidadores desde la lucha por una época que merezca ser recordada, trabajar para que la felicidad del Pueblo se hunda como puñal o brote como jazmín en la senda de la historia. «