“En los países serios del mundo esto [rellénese a conveniencia] no pasa” es un recurso  del discurso político tanto en Argentina como en España, ambos con cierto complejo de excepcionalidad: “un país de charanga y pandereta”, dicen unos con Machado, “no lo entenderías”, aseveran los otros.

Milei echa mano del cliché para justificar su política en Argentina y, a la vez, para advertir a España que va camino de la decadencia argentina gracias a sus políticas “comunistas”.

¿Cómo repercutió en la política interna de España el conflicto diplomático con Argentina de esta semana? ¿Las derechas, intensamente opositoras al gobierno del PSOE y Sumar, se hicieron eco de Milei y sus advertencias? ¿De todas o sólo de algunas? ¿Quiénes?

Si en Argentina el conflicto político decisivo gira en torno a la cuestión social, en España vuela en derredor de la cuestión nacional. En los dos países, ambos conflictos están imbricados, pero en diferente orden. En Argentina la tradición nacional-popular entiende —contra las fuerzas pro-mercado— que no hay justicia social sin independencia económica (“la Patria no se vende”). En España los liberal-conservadores y la extrema derecha sostienen —contra los nacionalismos “periféricos”, como el vasco o el catalán y la izquierda— que la unidad territorial garantiza la igualdad de los españoles ante la ley (“una nación de ciudadanos libres e iguales”).

Para España, 1977 fue lo que 1945 para Europa, porque fue entonces cuando comenzó a recorrer un camino asimilable al de la Europa de la segunda posguerra: el de “los treinta gloriosos” años del Estado de Bienestar. La transición española se apoyó en el silencio respecto del pasado (guerra civil y franquismo) y la unidad nacional (monarquía parlamentaria), sustentada en dos pilares: cohesión social (Estado de Bienestar) y “federalismo” (Estado de las Autonomías). Ello se plasmó en la Constitución de 1978, un pacto en las alturas luego refrendado en las urnas, que decía algo así como: “Todos sabemos lo que hicimos mal en el pasado y nos comprometemos a no repetirlo. Para ello, atajaremos sus causas: la injusticia social y el centralismo españolista”.

Este pacto funcionó bastante bien —lo cual no significa que fuera bueno o malo— hasta hace unos diez años. La crisis mundial de 2008 desató una serie de demandas diversas y cruzadas: “más democracia” pidió el 11M y luego Podemos, más autonomía (e incluso independencia) exigió el catalanismo, “menos política” reclamó Ciudadanos y, finalmente, “más Nación Española” reivindicó Vox. Todos a su modo criticaron la vieja política —el bipartidismo del PSOE y PP—, pero nadie la idea clave de la Transición: que los españoles debían vivir como los europeos, aun cuando hubo críticas a la orientación política de la Unión Europea. Esto daba una pista de que nadie cuestionó abiertamente el Estado de Bienestar, aunque lo consideraran escaso, otros oneroso y unos terceros no centrado en los “nacionales”.

El bipartidismo a grandes rasgos sorteó su crisis y recuperó posiciones, pero ahora compartiendo el espacio ideológico: PSOE con Sumar y PP con Vox. Grosso modo, estos años de crisis ratificaron que la cuestión nacional sigue siendo el problema clave en España, pues es de donde proviene la mayor tensión: el nacionalismo catalán, por una parte, y el nacionalismo castellano de Vox, por otra. La cuestión social, enarbolada por Podemos, buscó superar la Transición con una propuesta “populista latinoamericana”, pero no logró afectar de modo duradero sus pilares.

El PSOE debió profundizar su compromiso con el Estado de Bienestar para afrontar el desafío que tenía a su izquierda. Éste no era del todo nuevo, pues venía lidiando con Izquierda Unida desde los ochenta sin mayores problemas. Pero para el PP el reto era inédito. Si Aznar había consolidado un partido que incluyera desde la extrema derecha hasta el “centro”, Vox fragmentó el espacio descontento con la “tibieza” de Rajoy ante el soberanismo en Cataluña —aunque llegó a suspender su autonomía— y con “la hegemonía cultural progre” que —según Vox— el PP no desafiaba. El PP se encuentra desde entonces en un brete: si se desmarca de Vox, tiene muy difícil llegar al gobierno y si se acerca no puede presentarse como “centro-derecha constitucionalista” y alejarse del franquismo. Las últimas elecciones generales reeditaron ese laberinto: el PP ganó pero no logró formar gobierno porque las formaciones nacionalistas “periféricas”, con los que antes podía pactar, se suicidarían participando en un gobierno con Vox, contrario al autonomismo. Así que el PSOE cogobierna ahora con su izquierda y el apoyo del nacionalismo “periférico”.

Y aquí ya empieza a sonar Milei de nuevo. En efecto, si su discurso tiene dos aspectos fundamentales y en parte contradictorios, a saber, liberal-libertario en lo económico y ultraconservador en lo social y cultural, lo interesante es ver qué aspecto reivindicó la derecha en el conflicto diplomático con Argentina que, como toda disputa internacional, es también un asunto interior.

El miércoles pasado Argentina fue un tema central en el debate que oficialismo y oposición tuvieron durante todo el día en el Congreso de los Diputados español. Ahí se pudo ver qué rescataron PP y Vox de esa doble cara del discurso mileísta.

El PP utilizó el incidente para reforzar crítica radical a Sánchez, consistente en acusarlo de autócrata, capaz de todo para acrecentar su poder personal. Por eso se refirió más al incidente diplomático que a los dichos de Milei, evitando asumir sus diatribas contra los impuestos y el Estado de Bienestar. Culpó a Sánchez de provocar el conflicto “con una Nación hermana” a través de su ministro Puente y de sobreactuar la respuesta diplomática para tapar la corrupción de su entorno, en referencia implícita a su esposa. Lo que el PP no le perdona a Sánchez es la Amnistía a los independentistas catalanes, que el candidato del PSOE había negado en campaña, y que le sirvió para recibir el apoyo de Junts Per Catalunya y formar gobierno: otra vez, la cuestión nacional.

Vox, en virtud de su nacionalismo de cuño falangista, asumió casi en su totalidad el discurso de Milei, además de suscribir las acusaciones hechas por el PP. Compartió el revuelto de Milei según el cual o se es fanáticamente anti-comunista o se está en el Mal absoluto. Lo que Vox no hizo suyo fue la defensa de Milei del “libre” mercado internacional, porque es más nacionalista y contrario a las “elites globales”, que amenazan según Abascal con destruir el campo y la industria españoles. Otra diferencia es que si bien Vox comparte la visión de Milei sobre los movimientos sociales y las ONGs como una suerte de submarinos soviéticos, no los combate con un “pueblo de leones” sino impulsando un sindicalismo españolista, como Solidaridad, en recuerdo del liderado por Walesa contra el comunismo polaco.

La que sí recogió el discurso de Milei por completo fue Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, del Partido Popular. Su discurso es muy cercano al de Vox, quizá por su común bagaje falangista. Hace poco afirmó que “la justicia social es un invento de la izquierda”, que sólo promueve “la cultura de la envidia, del rencor y de buscar falsos culpables”, dividiendo entre ricos y pobres desde “una pretendida lucha de clases”. Ayuso representa la derecha del PP y, como nacionalista españolista y neoliberal, libra una batalla particular contra Sánchez, al que acusa de gobernar con los “filoetarras”, “separatistas catalanes” y “comunistas”. Ayuso, cuya pareja ha reconocido haber cometido fraude fiscal, está especialmente interesada en cargar ahora contra Sánchez y su esposa. Ayuso representa una amenaza para el actual presidente del PP, Feijóo, sobre todo porque ha propiciado la defenestración del anterior presidente del PP, Pablo Casado, cuando éste se quejó de que el hermano de Ayuso hubiera hecho negocios durante la pandemia con la compra-venta de mascarillas.

En definitiva, cuando Milei usa la muletilla de que “en los países serios” se hace lo que él está haciendo en Argentina no parece cumplirse ni de lejos si se mira la historia española desde la Transición. No obstante, en España el Estado de Bienestar como pilar de la democracia está amenazado. Y no sólo por el auge de la extrema derecha, sino también desde dentro del Partido Popular, tanto por convicción, como Díaz Ayuso, y por necesidad, con Feijóo. Así que podría decirse que tiene razón Milei cuando afirma que España corre el riesgo de “argentinizarse”, pero justo por los motivos opuestos a los que esgrime: no por el compromiso de la democracia social con la igualdad, sino por el proyecto neoliberal y libertario de confiarle la justicia al mercado.