Walter Vale era un profesor universitario, aficionado a la música, con una vida solitaria en Connecticut. Un congreso lo lleva a la ciudad de Nueva York, donde, en su departamento -que no utilizaba desde hacía un par de años- se encuentra con una pareja de inmigrantes, Tarek y Zainab (él músico africano), que lo habían ocupado. En un giro inesperado, Walter negocia con ellos y, en lugar de echarlos a la calle, le pide a Tarek que le enseñe a tocar el djembé. Este es el argumento de The Visitor, película lanzada en 2008, que transita las problemáticas de las minorías en EE. UU.
El punto de inflexión de la película se encuentra cuando Tarek le dice a Walter: “Estás acostumbrado a pensar en dos; ahora vas a tener que acostumbrarte a pensar en tres”.

La frase no solo sintetiza las diferencias entre la música occidental (binaria) y la africana (donde predomina lo ternario y la polirritmia), sino que resume gran parte de las tensiones culturales entre el centro y la periferia. Lo ternario resulta invisibilizado y, al centrarse únicamente en los “significados”, gran parte de los análisis musicológicos lo pasan por alto. A través de la rítmica, Walter se integra en la vida social de Tarek y toma conocimiento en primera persona de los padecimientos que sufren las minorías en EE. UU.
Esto, a su vez, resume una serie de relaciones “prelingüísticas” que no pueden rastrearse en la consciencia y, sin embargo, habitan los territorios a través de estas células rítmicas, encarnadas en la corporalidad de las minorías latinoamericanas. La música afrolatina, dentro de la que se encuentra gran parte de nuestro folklore, «piensa en tres».

No voy a caer en la tentación de pensar el disco de Milo J, La vida era más corta, en términos maniqueos de dominación o resistencia. En primer lugar, sabemos que es un álbum producido por una major y, como tal, se encuentra motivado por la búsqueda del rédito económico. Esto implica negociaciones estéticas que dan forma a un sonido globalizado, capaz de traspasar barreras etarias y geográficas a la hora de abarcar un mayor territorio de consumo.
Esto se percibe en la adopción de recursos sonoros propios del mainstream global, como el autotune (algo que quita más que agrega al disco). Sin embargo, esto no obstaculiza la riqueza ni la multiplicidad de lecturas de esta obra ni su búsqueda de fusión, al jugar con las lógicas locales en un mercado inevitablemente global.

La obra de Milo J es muy rica y, en ella, predomina la fusión de géneros. Pero es precisamente en su rítmica donde podemos encontrar la gambeta a la sonorización globalizada: al igual que le menciona Tarek a Walter, es en el “pensar en tres”. Mientras que la música pop y el trap promovidos por un mercado cada vez más homogeneizado suelen anclarse en la rigidez de un bit predominantemente binario, en Milo J el compás ternario se transforma en un arma identitaria.
El «tres» se hace audible en guiños evidentes al folklore argentino, fusionando células rítmicas de zamba o chacarera con bases urbanas, como la introducción de la clave afrocubana y otras bases rítmicas latinoamericanas (boleros, guajiras), que estructuralmente priorizan la polirritmia y la subdivisión ternaria.

Desde la mitad del siglo XX en adelante, filósofos como Merleau-Ponty, Foucault o Bourdieu desplazan la consciencia hacia la corporalidad a la hora de reflexionar sobre el “sentido práctico” y la reproducción social, ya que es el cuerpo donde se encarnan estos sentidos. Y no hay mejor ejemplo que el ritmo para pensar estos efectos sobre los esquemas cognitivos: es en él donde encarnan los sonidos y, junto a estos, la historia de Latinoamérica.
Esta forma de encarnación (o «embodiment», como lo llama Thomas Turino) se encuentra atravesada por una historia plagada de relaciones de fuerza que vienen desde la conquista. Por lo tanto, al abrazar la polirritmia y el compás ternario, Milo J. hace una declaración ética a la vez que estética, visibilizando y poniendo en el mainstream el mismo universo a través del que Tarek forja un puente cultural en The Visitor, desafiando las cosmovisiones y desigualdades occidentales. Y es ahí donde radica lo “verdadero”: desde donde -como diría Tolstói- Milo J pinta su aldea al mundo.
La vida era más corta – Milo J
* Titular seminario Música e Identidad Latinoamericana. Facultad de Ciencias Sociales de la UBA