“Y bien, aquella furia de mis nueve años quiso ser divina.»

“Y fue tan decisiva que aún perdura, y soy capaz de revivirla como si no hubiesen pasado cincuenta años  desde la noche en que el flamante director de la cementera llegó a mi casa a cenar”.

Así comienza Los mocos de la furia, el cuento de Liliana Bodoc que acaba de publicar en el recientemente creado sello infantil de la editorial siglo Siglo XXI.

“Fue un acto de gentileza –continúa narrando la protagonista- por parte de mi padre, jefe del laboratorio, que por entonces lidiaba con su reciente viudez y sus viejas deudas severamente agravadas”.

La niña de nueve años que narra lo sucedido cuenta que vio trajinar a su abuela para preparar una cena digna, lavar y pelar la acelga, picar finita la cebolla para el estofado, hacer una pila de panqueques y, por último, revolver cuidadosamente y con esmero la crema de vainilla. Todo para agasajar al invitado que, sobre la compotera intacta con el postre apagará su cigarrillo sin siquiera haberla probado.

Y es allí cuando la narradora experimenta la furia, más precisamente, “los mocos de la furia”, ante la humillación que significaba ese cigarrillo apagado sobre la crema de vainilla. Una humillación para su abuela que había trajinado todo el día, humillación para su padre por parte de un superior, humillación para lo mejor que le ofrecían al director de la cementera los integrantes de una casa en la que el dinero escaseaba.

El padre  y la abuela trataron de justificar como pudieron aquella furia infantil que tenía la fuerza de un vendaval: la niña había perdido recientemente a su madre.

Pero las humillaciones de la infancia no se olvidan y aquella cena quedaría para siempre como una marca de la ostentación ante el subordinado y su familia.

Liliana Bodoc y los mocos de la furia

La autora de “Los mocos de la furia “nació en Santa Fe en 1958 y murió prematuramente en 2018, cuando aún tenía mucho que ofrecer a la literatura argentina. Cuando tenía cinco años, su familia se trasladó a Mendoza por razones de trabajo de su padre. Allí su madre muere cuando ella tenía 7 años.

Era frontal, modesta, extraordinaria y muy querida en el ambiente de la literatura. Suerte de Tolkien vernácula, escribió La Saga de los confines, una trilogía épica con la que ganó innumerables lectores.

La hermosa edición de Los mocos de la Furia está ilustrada con magníficos dibujos de María Wernicke, nacida en el mismo año que Bodoc. En sus ilustraciones del libro predomina el color gris con algunos toques de rojo, como si en aquella fotografía de infancia que recorre el amplio espectro que va del blanco al negro la furia pusiera el fuego rojo de la rabia. Sus ilustraciones han recibido numerosos  y prestigiosos premios.

En 2017 Bodoc inauguró el Festival de Literatura de Buenos Aires (Filba) con un discurso. En él se refirió, precisamente, a la furia. “La furia –como moneda que es- tiene dos caras: puede ser el látigo sobre la avaricia de los mercaderes. Puede ser patadas contra el cuerpo del caído.” 

Su furia, que con el tiempo fue elaborada y transformada por la palabra es en su caso, como ella misma dice acerca de esta emoción: “una acción performática y estética que procura desbaratar la conciencia hegemónica, la idiotez hegemónica”. Fue también en esa oportunidad que leyó el relato que hoy publica Siglo XXI.

Por su parte, dice su hijo Galileo al final del cuento a modo de posfacio de Los mocos de la furia: “Dicen que cuando somos niños se moldea nuestra personalidad, se fijan nuestro gustos y nuestras fortalezas, se construye una forma de ser que nos acompañará toda la vida. Pero también se consolidan nuestros miedos, nuestras debilidades… y nuestras furias”.

Cuando leí Los mocos de la furia reconocí perfectamente el temperamento que mi madre cargó durante toda su vida. El que le marcó grandes caminos y fue motor de muchas decisiones: incluso la decisión de escribir. Porque la verdad, debo decirlo, es que Liliana vivió y amó con una  poderosa furia a fura necesaria o urgente”.

Y agrega: “Es cierto que la furia no tiene buena publicidad. Parece que conservar la cordialidad siempre, aun ante las injusticias, fuera una virtud…Yo no lo siento así. Por  convicción y por herencia desacuerdo con esa propaganda de los buenos modales. Porque hay furias y furias; unas se alimentan del odio, pero otras se componen desde el amor más profundo: el amor por los demás”.

Sin duda, la furia de la protagonista del cuento que existe la tentación de identificar con la figura de Liliana Bodoc de niña, pertenece a este último tipo. Es la furia ante la injusticia, ante la humillación de los seres queridos.

Nunca más oportuna la publicación de Los mocos de la furia. Este cuento de infancia, cuando la furia no suele estar mediada por los buenos modales ni la hipocresía de las relaciones públicas, quizá ayude a reconocer entre la furia del amor y la furia del odio en un momento en que los argentinos estamos padeciendo los efectos de esta última.

Si algo tenía Liliana Bodoc era calidez y capacidad de comprensión. Guardaba muy bien sus furias para el momento en que hicieran falta y, como señala su hijo, la levantaba como una bandera.

Los mocos de la furia es un libro maravilloso con el que seguramente se sentirán identificados chicos y grandes. La furia, nos enseña la escritora, puede ser una de las formas del amor.