Desde que asumió el gobierno de Javier Milei las empresas de los medios públicos están en un limbo. No hay certezas de qué harán con ellas, aunque sí indicadores poco auspiciosos que son la ausencia de autoridades y la inclusión de ellas en el DNU 70/2023, en el que plantea su transformación en sociedades anónimas para luego privatizarlas. 

Surgen entonces infinidad de preguntas. ¿Quién va a cubrir lo que ya no cubrirán? ¿Por qué quieren que no tengamos medios estatales que existen en muchas potencias y que ellos ponen de ejemplo? ¿Quién gana si no hay más medios públicos?

En esta era de ausencia argumentativa es probable que estas preguntas permanezcan sin respuesta. Pero hay algo claro: la comunicación pasará a estar regulada por la lógica del mercado y los intereses políticos y comerciales de unos pocos privados. Los medios públicos serán la punta de lanza de la motosierra que usarán contra el derecho a la información. 

Cuando el proyecto de un gobierno es la entrega absoluta de todos los recursos del país a los negocios, cuando se busca destruir la constitución y todos los principios que hacen a una democracia, allí es donde aniquilar a los medios públicos es necesario para ese modelo plutocrático. Nos equivocamos si creemos que sólo se trata de simbolismos. Van por lo simbólico, por todos nuestros derechos, incluido el de la información, y por el país para una minoría. 

Toda la cadena de medios privados debería estar preocupada ante este escenario, porque sus voces también irán siendo silenciadas. Por un lado, porque los medios públicos nacionales son los productores de insumos para el aire, el papel, las pantallas y los dispositivos de grandes y pequeñas empresas de comunicación. Por el otro, porque no se permitirá la palabra por fuera del discurso único. De hecho, ya estamos viendo agresiones directas del presidente a periodistas que dan informaciones u opiniones que no le agradan. 

Es interesante tener presentes algunos ejemplos de cómo lo estatal se enlaza con lo privado. Los medios públicos son los que proveen de cientos de notas desde Télam a los medios que tienen redacciones muy pequeñas, como también generan fotografías que muchas veces son portada de la prensa masiva; los que negocian desde TV Pública los derechos deportivos para ver a nuestra Selección; los que llegan con Radio Nacional a los lugares que carecen de internet; los que brindan herramientas para el aprendizaje en las aulas, como Encuentro y Pakakapa, los que muestran el deporte federal e inclusivo, como DeporTV; y los que tienen un gran acervo audiovisual argentino en Contar.

Los medios públicos son los únicos que garantizan federalismo con las 28 corresponsalías de Télam, las 50 emisoras de Radio Nacional, más las tres FM y el servicio exterior RAE; el despliegue de las repetidoras de la TV Pública en todo el país y su lazo fundamental con la TDA; las señales educativas Encuentro, Pakapaka y DeporTV, la plataforma Contar y el sistema de motion capture más grande de  Latinoamérica: Animar. 

Esta red de medios públicos ha logrado, junto a la de las provincias, conectar a todo el país en transmisiones y coberturas tan importantes como el Mundial 2022, para que absolutamente todos los argentinos palpitáramos la gloria. 

Desde la Antártida a La Quiaca, la pelota de los medios públicos pica en cada territorio, con la diversidad cultural que nos caracteriza, y mete un golazo con el aire de Radio Nacional en Malvinas. Sin dudas, debemos darnos el debate de qué medios públicos se necesitan, pero sin ellos no hay democracia.