A todas las encrucijadas que atraviesa el mundo audiovisual contemporáneo –la floja venta de entradas a las salas, las propuestas no siempre demasiado creativas de las plataformas de streaming, el crecimiento de formatos más veloces e inmediatos del entretenimiento–, el cine argentino tiene que sumarle una extra e igual de importante: la desfinanciación de la producción nacional y el desinterés del gobierno en que exista una política de Estado respecto al sector. Ese terremoto de factores externos e internos no presagia nada demasiado bueno para el futuro, por lo que 2025 debe ser considerado como un año de resistencia. Se trata de una resistencia de bajo perfil, aún callada y expectante, compuesta por las miles y miles de personas sin (o con poco) trabajo en la industria, que de un día para otro –por los caprichos de un presidente y sus esbirros– se dieron cuenta de que la carrera que venían construyendo a lo largo de los años tenía muchas posibilidades de terminarse.
No se puede resumir 2025 en cine y series sin tomar en cuenta esto. En lo que respecta a lo nacional, las películas y series que aparecen en esta lista son, en algunos casos, ejemplos de resiliencia, proyectos llevados a cabo por personas que ponen trabajo y sacrificio sabiendo que no hay ningún apoyo del INCAA que les alivie la carga. Y, en otros, se trata de los sobrevivientes del sistema, los que pudieron seguir filmando porque ya tenían armados proyectos o porque poseen un nombre que les permite ingresar en el exclusivo mundo de las plataformas de streaming, las que siguen teniendo la capacidad de producir de una forma industrial más o menos clásica. Como comentaba un cineasta hace poco: son algo muy parecido a los sobrevivientes del Titanic, aquellos que estaban en primera clase cuando el iceberg (en este caso Javier Milei) golpeó el barco y fueron los primeros en ser rescatados. Los demás siguen tratando de sobrevivir en un mar helado.

En el panorama internacional, el cine no se recuperó del todo de la pandemia y parece muy difícil que logre volver a sus épocas de oro. No faltan espectadores, pero están dispersos: de las salas de cine pasaron a las plataformas, de las películas a las series, de las series a los clips de YouTube, de ahí a los reels de TikTok y así. Y el sistema se comprime, se resiente. A estas horas, Warner Bros. –un histórico estudio cinematográfico– está por pasar a manos de Netflix, una compañía con un par de décadas de vida a la que no le interesan las salas de cine. Y esa concentración en pocas manos hace imaginar un futuro dominado por unos pocos tanques comerciales en las salas –secuelas, superhéroes y similares– y las propuestas independientes marginadas a alguna plataforma “indie” o a sobrevivir en festivales de cine o circuitos alternativos.
La hora de las directoras
Hace ya varias décadas, producto de una generación de cineastas que surgió de las escuelas de cine, el audiovisual argentino no tiene un sesgo masculino tan fuerte como el de otros países. Gracias a la figura de Lucrecia Martel, además, el cine nacional siempre tuvo un referente fuerte en lo que respecta a mujeres directoras. Y 2025 fue el año en el que las películas más destacadas del cine nacional fueron dirigidas por mujeres. El grupo lo encabeza la propia Martel, que estrenó en festivales su esperado documental sobre el crimen de Javier Chocobar, titulado Nuestra tierra. La película llegará a salas locales en 2026, pero en todo el mundo está siendo considerada como una de las mejores del año que termina.

No es la única. Las corrientes, de Milagros Mumenthaler, un drama acerca de una mujer que atraviesa una rara crisis, en apariencia psicosomática, es otro de los mejores films del año. Y Belén, de Dolores Fonzi, no sólo fue uno de los estrenos más relevantes de 2025, sino que quedó entre las 15 finalistas de todo el mundo para el Oscar al mejor film internacional. El listado de las películas nacionales más destacadas debería incluir también el ambicioso documental de Clarisa Navas, El príncipe de Nanawa, que sigue a un niño que vive en la frontera entre Argentina y Paraguay a lo largo de una década; y a ¡Caigan las rosas blancas!, desafiante film feminista de otra de las realizadoras fundamentales del cine nacional: Albertina Carri. La virgen de la tosquera, dirigida por Laura Casabé y basada en textos de Mariana Enriquez, se estrenará en enero, pero viene llamando la atención desde hace casi un año, cuando se dio a conocer en el prestigioso Festival de Sundance.
Saliendo del territorio femenino, acaso el cineasta más destacado de 2025 sea Daniel Hendler, el actor uruguayo que dirigió dos películas en menos de un año: las comedias Un cabo suelto y 27 noches, dos propuestas originales y diferentes entre sí. Y está también El mensaje, de Iván Fund, ganadora del premio del jurado del Festival de Berlín. Gatillero, de Cris Tapia Marchiori, fue un prodigio técnico: un violento policial que tiene lugar en la Isla Maciel filmado en una aparente sola toma. Y es inevitable cerrar con una mención a la exitosa, controvertida y bastante mediocre Homo Argentum, de Cohn-Duprat, la película en episodios con Guillermo Francella que logró capturar la atención mediática al volverse la favorita del presidente Milei.

Cine internacional
Tom, Brad y Leo. Uno podría decir que 2025 se caracterizó por el regreso de las grandes estrellas, de las películas que se destacan por tener a una celebridad como protagonista, algo que venía en decadencia en los últimos tiempos, en los que parecía triunfar el “producto”: secuelas, films de superhéroes y películas de terror que no necesitan necesariamente una megafigura encabezando el reparto. Este año, sin embargo, el éxito fue compartido: las películas de los llamados universos (Marvel, Disney, DC, etcétera) vieron cómo los “viejos meados” les peleaban en la taquilla y los superaban en calidad.
Una batalla tras otra, de Paul Thomas Anderson, se ubica en el cruce perfecto de varias de estas tendencias: es una película de autor que a la vez es una comedia de suspenso y acción protagonizada por una superestrella como Leonardo DiCaprio. Su éxito de taquilla prueba que se puede seguir haciendo un cine desafiante y arriesgado, solo que conviene tener un actor convocante en las filas. F1: la película es un proyecto comercial por donde se lo mire, una sociedad entre la Fórmula 1 y Apple TV. Pero la película, gracias a la presencia de Brad Pitt, logró una repercusión mayor a la esperada. Por último, Misión: imposible – La sentencia final, de Christopher McQuarrie, cierra una saga que, si bien pertenece a la línea más comercial de Hollywood, siempre se caracterizó por sus fuertes marcas autorales y su insistencia en la acción física y realista, no tan dependiente de los efectos digitales. Por supuesto, ahí la cara visible fue la de Tom Cruise, el último bastión de defensa de las salas de cine tradicionales.

La taquilla internacional estuvo dominada por secuelas de películas de animación o adaptaciones con actores de éxitos animados. Ni Marvel ni DC Comics pudieron competir con Zootopia 2, Lilo & Stitch o Una película de Minecraft, que fueron las reinas de la boletería. A la nueva Superman, a otra secuela de Jurassic World y a varias sagas de terror (El conjuro 4, Destino final 6) les fue mejor que a las películas de Marvel, que continúan en una caída libre de la que parece muy difícil salir. Y es el cine de horror, justamente, el único que logra combinar gran éxito con cierta originalidad, ya que, además de las secuelas mencionadas, se destacaron –en taquilla pero también por su calidad– films como Pecadores y Weapons: la hora de la desaparición. Las últimas semanas del año llegaron con la nueva secuela de Avatar, titulada Fuego y cenizas, que ya arrancó en el primer lugar de la taquilla en todo el mundo y promete terminar siendo la película más vista de 2025… y 2026 también.
Fuera del universo de “las más vistas”, el cine sigue vivo y dando batalla, sea en salas o plataformas. El cine de autor internacional nos entregó joyas como Fue solo un accidente, del iraní Jafar Panahi; Grand Tour, del portugués Miguel Gomes; Misericordia, del francés Alain Guiraudie; Valor sentimental, del noruego Joachim Trier; Mirrors No. 3, del alemán Cristian Petzold; La luz que imaginamos, de la india Payal Kapadia; y En la corriente, del coreano Hong Sang-soo. Además, Mente maestra, de Kelly Reichardt, y El brutalista, de Brady Corbet, demuestran que el cine estadounidense no es sólo secuelas y superhéroes. Eso sí: cuesta encontrar joyas en las grandes plataformas, más ocupadas en producir “contenido” que en otra cosa. Aun así, films como Sueño de trenes, de Clint Bentley; Frankenstein, de Guillermo del Toro; o Del cielo al infierno, de Spike Lee, entre otras, son prueba de que hay vida por detrás del algoritmo.

Series, la aldea global
El evento audiovisual del año argentino fue el estreno de la primera temporada de El eternauta, la serie de Netflix protagonizada por Ricardo Darín y basada en la historieta de Héctor G. Oesterheld, que fue un suceso a nivel nacional y un respetable éxito en el resto del mundo. Eso sí: habrá que esperar un buen tiempo para la segunda temporada (aseguran que habrá también una tercera y que quizás se filmen juntas). Mientras tanto, la producción de series argentinas sigue en franco crecimiento, dándole prioridad a las comedias, un género que ha probado ser más efectivo y original que los policiales. Envidiosa puede gustar más o menos, pero es un éxito innegable en Netflix, mientras que Viudas negras (Flow, HBO) y División Palermo (Netflix) demostraron ser divertidas y punzantes, gracias al ingenio de sus creadores, Malena Pichot y Santiago Korovsky, respectivamente. Entre las mejores series argentinas del año hay que agregar a Menem (Prime Video), del mismo equipo creativo que Coppola, el representante, y con un Leonardo Sbaraglia excepcional que se mete en la piel del controvertido ex presidente.
En el plano internacional, 2025 fue el año de la intensidad, gracias a series que hacen de la tensión, los planos largos y el caos su “caballito de batalla”. Esa fue una de las características que llamaron la atención en Adolescencia (Netflix), la excepcional serie británica con episodios narrados sin cortes que se centra en la vida de una familia cuyo hijo es sospechoso de haber cometido un brutal crimen. Lo mismo pasa con The Pitt (HBO Max), serie en tiempo real cuya temporada íntegra transcurre a lo largo de un solo día en una sala de emergencias de un hospital de Pittsburgh; y especialmente con The Studio (Apple TV), la frenética serie de Seth Rogen que desnuda los delirios y las miserias de Hollywood. También está El oso (Disney+), que llegó un tanto cansada a su cuarta temporada (serán cinco), pero que actúa del mismo modo: creando una serie de escenarios a pura adrenalina en los que los protagonistas deben lidiar con sus problemas. Con otro ritmo y tono, pero también con una propuesta audiovisual y narrativa rupturista, se destaca Los años nuevos (MUBI), la saga romántica que sigue a una pareja de jóvenes españoles a lo largo de una década, a razón de un episodio por día y año.

Frente al frenesí, la calma. Curiosamente, otro de los “modelos narrativos” en crecimiento es el de las series medidas, si se quiere hasta lentas, pero igualmente angustiantes. En ese segmento se destaca Severance (Apple TV), la brutal metáfora sobre la alienación laboral co-creada por Ben Stiller; Pluribus (Apple TV), la nueva y enigmática serie del creador de Breaking Bad, Vince Gilligan; y, curiosamente, Andor (Disney+), que pese a ser parte del “universo Star Wars” tiene una complejidad propia de los relatos de suspenso político de los años ‘70. Sin la misma radicalidad en la puesta en escena, pero con intenciones de ir más allá de ser simples relatos de acción y suspenso, se podría mencionar a The Last of Us (HBO Max) y Alien: Earth (Disney+), que se hacen cargo de lidiar con franquicias cuyos fanáticos no suelen dejar pasar una. Hablando de “cine de los ‘70”, la imperdible Mr. Scorsese (Apple TV) es una parada obligada para cualquier cinéfilo que se precie.
Series con varias temporadas encima, como la excelente Slow Horses (Apple TV), Hacks (HBO Max), Black Mirror (Netflix) y, en menor medida, The White Lotus (HBO Max) y Stranger Things (Netflix), demostraron poder ir más allá del agotamiento de sus fórmulas. De todos modos, las mejores series siguen siendo las que se arriesgan a ser originales. En el rubro animación, se destacaron dos: Common Side Effect (HBO Max) y Long Story Short (Netflix), extravagantes miradas al mundo de los laboratorios farmacéuticos y a la vida de una familia judía, respectivamente. Y en el enrarecido mundo de la comedia excéntrica y de fuerte impronta autoral, hay que poner la mirada en la incómoda La silla (HBO Max), de y con Tim Robinson, sobre un extravagante oficinista en una curiosa cruzada personal; en el policial negro Toda la verdad (Disney+), protagonizado por Ethan Hawke como un periodista vuelto improvisado detective; y, sobre todo, en la indefinible El ensayo (HBO Max), una serie “documental” en la que su creador y protagonista, Nathan Fielder, termina manejando un avión de línea por su cuenta. Imposible explicarlo: hay que verlo.«