Noelia Lynch todavía no terminó de procesar lo que pasó la semana pasada al dar su testimonio en el juicio que se sigue contra su tío, Ernesto Rafael Lynch, y otros exmiembros de la Fuerza Aérea por crímenes de lesa humanidad.
Luego de su larga exposición sobre el accionar de su tío en la represión, las sospechas sobre su padre, también exmilitar, y las historias de abuso y violencia que sufrió por parte de su familia, Noelia fue interrogada por el defensor de su tío, Manuel Barros, conocido también por representar a los gendarmes acusados por la desaparición de Santiago Maldonado y a Gerardo Milman. “Hace mucho que no habla con su familia, ¿no?”, preguntó el abogado, y, ante la confirmación de ella, el defensor agregó: “Me he dado cuenta, porque usted dice que su padre vive, pero su padre falleció en enero”.
La frase sacudió la sala. Noelia se emocionó, empezó a pensar en sus hijos, en qué les diría. Pero eso no impidió que completara su declaración. “No tengo relación con la persona que me ponía cadenas o me tocaba por las noches cuando mi mamá no estaba, ni tengo relación con mi hermano mayor, la persona que me amenazaba si contaba que me toqueteaba. Estoy acá para que nunca más a ninguna mujer o niño le pase lo que me pasó a mi o a muchos de los testigos que pasaron por acá”, cerró.
“Cuando salí, no lo podía creer”, repasa Noelia en diálogo con Tiempo unos días después. “No es que no podía creer lo que había pasado, no podía creer la actitud del abogado, la falta de ética absoluta y pedí que haya una sanción. Fue estratégicamente usada una información personal que no tenía que ver con la causa para dañar o dejarme mal parada. Yo creo que querían mostrarme como una mala hija que no sabe que el padre está muerto…”, agrega.
Más allá de la historia familiar, el testimonio ante el Tribunal Oral Federal 5 de San Martín, que puede verse en el medio comunitario La Retaguardia, aportó información sobre el rol de su tío en la represión desplegada por la Fuerza Aérea en la zona oeste del conurbano y destacó que luego, en democracia, participó de los levantamientos carapintadas y fue condenado y preso por eso.
En la audiencia, se adentró además en la historia de su padre, Héctor Lynch, quien había sido suboficial del Ejército y fue pasado a retiro durante la dictadura. Noelia nunca tuvo claro su actividad pero tenía prohibido decir que había sido militar. Tenía que mentir, decir que era plomero o viajante. Se iba varios días sin mucha explicación y luego volvía a la casa con cajas llenas de cosas, entre ellas muchos libros usados. La lectura de esos libros fue una primera chispa que la llevó a hacer un camino diferente al de su familia y a convertirse luego en docente e investigadora.
“Mi viejo llegaba a mi casa con cajas de cosas y lo que a mí más me llamaba la atención eran los libros porque eran muy variados. Las colecciones de los libritos Billiken, de Robin Hood. Aprendí a leer con esos libros. Con los años, fui viendo que había otro tipo de libros, cosas de Freud. Y sí lo único que hice todo mi infancia fue leer, a qué voy a hacer el resto de mi vida…”, recuerda.
–¿Y de dónde creés que salían esos libros?
–No había una explicación para las ausencias larguísimas ni para los libros. Nunca supe de qué laburaba mi viejo. Supuestamente compraba cosas y las revendía. Pero teníamos tres autos, uno era un falcon verde. De golpe, en el ‘83, con la vuelta de la democracia, mi viejo se va de Córdoba, desaparece de la casa y mi vieja empieza a mandar cosas a la casa de mi tío, por si alguien venía a casa. Con los años traté de que él me dijera algo. Primero fue todo muy violento y la última vez que hablé me tiró: “Si yo caigo, caen todos”. Después, durante los ‘90 trabajó en servicios de seguridad. Mi tío era uno de los capos de Juncadella (NdeR: empresa de seguridad y caudales vinculada a la Fuerza Aérea) y lo llevó a mi viejo. Era un rejunte de gente complicada, muy turbia. ¿A qué se pudo haber dedicado? Qué sé yo. No hay que ser muy inteligente para atar un par de cabos y darte cuenta que hay algo que no cierra.
–¿Te pudiste llevar algunos de esos libros cuando te fuiste de tu casa, a los 16 años?
–Tengo cinco nada más, porque cuando me fui, me fui con lo puesto. Lo único que sí atiné a llevarme es una colección de historia del arte que me encantaba y un libro de Emilio Salgari, como una secuela del Corsario Negro. El resto lo perdí en la huida. Me acuerdo que entre los libros había uno que se le adjudica a Lovecraft, el Necronomicon, que era una edición artesanal, con cuero, como un libro maldito. Yo jugaba a que hacía invocaciones y mi hermano más grande se asustó y empezó a soñar de noche. Hasta llamaron al cura del pueblo, que les tiró agua bendita a los libros y dijo que eran del demonio. Después cuando mi hermano me jodía, amenazaba o me decía algo, yo apelaba a eso, dibujaba estrellitas y me surtía efecto cuando veía que el pibe…
–En tu declaración denunciaste los abusos y la violencia que sufriste por parte de tu padre y tu hermano. Mencionaste que era algo que sucedía en muchas familias militares.
–Para mí, toda la cuestión de los abusos, la violencia y demás era constitutiva de la familia y de muchas familias militares. En muchos sentidos, en algunos podía haber violencia sexual pero en otros violencia patriarcal. En todo el proceso de la dictadura, la violencia hacia la mujer es estructural. En los últimos años se empezó a hablar de las violaciones, de los abusos, de los maltratos.
–¿Qué esperás que pase con el juicio y con tu tío?
–No sé qué puede llegar a pasar en este momento tan particular, tan negacionista. Creo que mi participación les dio un poco de miedo y los hizo tambalear un poco. En términos personales, para ellos nunca voy a dejar de ser la oveja negra, la mentirosa, y en términos sociales, en este momento donde vuelven a discutirse cosas que pensábamos que teníamos cerradas, aporta a la discusión social que haya una voz que pueda ir declarar y decir que era sistemática la violencia, era sistemático lo que hacían. Me reconforta saber que Mario (Bellene), uno de los querellantes, me mandó un mensaje agradeciéndome. Y eso es lo que me queda. Sé que no es mi culpa, pero sé que algo pude reparar en algunas personas. «