“Hecho en Grecia. Este país se va a la mierda”. El comentario de Marcos, el personaje interpretado por Ricardo Darín, es hoy un meme que cierra la secuencia introductoria de Nueve reinas, y que también se convirtió en un señalamiento que aún hoy, o especialmente hoy, sigue interpelando el eterno péndulo de la política argentina. El filme de Fabián Bielinsky vuelve al cine remasterizado el próximo 22 de febrero, más de 23 años después de su estreno, en agosto de 2000.

Bielinsky, gran realizador y guionista argentino, tristemente fallecido -muy joven- en 2006, poco antes había estrenado El aura, su segundo film. Para Darín, el filme resultó también un despegue: fue de las primeras películas importantes en las que abandonaba el lugar de “galancito” (tal como se lo conocía en los años ‘80) para demostrar que, bien dirigido podía componer papeles complejos, fuera de los lugares comunes. Con Bielinsky volvió a trabajar en El Aura.

Volviendo a Nueve reinas y su inesperado éxito, vale repasar su guión. El filme narra la historia de dos estafadores de poca monta que se conocen en la calle por casualidad (el mencionado Darín y Gastón Pauls, que hace de Juan), quienes durante se asocian para desarrollar pequeños engaños que les den fácilmente algún dinero modesto. En eso andan cuando se les presenta una gran oportunidad: una estafa mayúscula a partir de la venta de la falsificación de “Las 9 reinas”, una pieza única de filatelia, a un magnate español.

A lo largo del filme vamos conociendo la idiosincrasia de los protagonistas. Así, con el paso del relato, el personaje de Marcos nos va cayendo peor y Juan, se va ganando nuestra compasión. El primero es un estafador sin moral, ni códigos de ningún tipo, que embauca con la misma vileza a una abuela que extraña a su sobrino, a un vendedor de diarios o a sus propios hermanos, con una herencia. Hay una anécdota que cuenta que Fabián Bielinsky le indicó a Darín que no podía reírse en ningún momento del film, para evitar que su natural simpatía construya una identificación con el espectador. Marcos es “el otro” en el film.

Darín, Pauls y Leticia Brédice, en una de las escenas de Nueve reinas.

Por su parte, Juan es un delincuente de menos vuelo; tímido, tristón y “con cara de buen tipo”, como le espetan varias de sus víctimas y su coequiper, Marcos, con cierta envidia. De a poco vamos sabiendo que su padre está preso, que necesita dinero para sacarlo de la cárcel y que el delito no es para él un fin en sí mismo, sino un medio para tal fin: ¿uno noble? Más aún: ese, u otro fin, ¿justifica los medios?

En la escena final, Nueve reinas nos plantea que si la maldad está más allá de lo tolerable, si los caminos civilizados y aceptables están cortados, es necesario explorar la vileza para derrotarla. El filme se compone de secuencias ya legendarias por lo repetidas y conocidas. Una es la que da comienzo a este artículo, cuando Marcos se burla de un chocolatín importado de Grecia, síntoma de una economía abierta torpemente en perjuicio de la industria nacional. En otra, el personaje devela a Juan la cantidad de estafadores, timadores, ladrones y malvivientes de toda calaña que pululan por el centro de Buenos Aires, rematando con la frase: “Cuidá la cartera, el bolsillo, los ahorros… Porque no los ves (a los ladrones), pero están”. En sintonía con otra frase de la realidad de estos últimos años, la contracara de esta escena es que, si “son todos chorros”, entonces cualquier relación humana está mediada por la desconfianza, la duda, el posible engaño. De hecho, ambos “socios” se miden permanenemente hasta el final del film, dónde se ve claramente la naturaleza del negocio.

Nueve Reinas expone, ademas, la ausencia del Estado: no hay justicia (no la hay para el padre de Gastón Pauls que soborna a un juez para salir en libertad, no la hay para los hermanos de Ricardo Darín que son privados de su herencia por su propio hermano), y mucho menos hay una policía que detenga las estafas reiteradas. Ante la ausencia del Estado, cada uno se vale por sí mismo como puede: algunos se las rebuscan en el “afano” a, otros en el contrabando y otros, robándole a los mismos ladrones. Y si bien es una película, también sirve pensar en la simpatía que nos despiertan los timadores, un sentimiento que no cambia la naturaleza de sus actos.

El dilema de Nueve Reinas es el de esta dramática actualidad: ¿qué hacer cuando nadie nos defiende de la crueldad y el daño inminente? Si no hay a quién recurrir, si las instituciones y sus actores han sido cooptadas o no cumplen su función; ¿es legítimo tomar las herramientas de los villanos para revertir sus acciones y reparar los daños? Las respuestas las tiene el espectador, el pueblo y la historia.