La muerte de Ozzy Osbourne no sorprendió a nadie medianamente informado. El cantante de 76 años disfrutó una vida plagada de excesos y actitudes temerarias que hizo parecer a Keith Richards casi como un monje tibetano. Pero desde hacía años todo iba cuesta abajo. Un accidente con un cuatriciclo en 2003 le provocó una fractura cervical, una clavícula y seis costillas rotas, además de hemorragias pulmonares. A partir de allí, comenzó una serie de cirugías que deterioraron cada vez más su salud y calidad de vida. Con el anuncio en 2020 de que sufría la enfermedad de Parkinson desde hacía casi dos décadas la preocupación de sus seguidores se disparó.

Ozzy siempre fue un sobreviviente. Superó una infancia y adolescencia traumáticas, el éxito arrollador desde muy joven, el alcohol, las drogas… y, por sobre todo, a sí mismo. Pero los años se acumulaban y el desgaste se hacía más ostensible. El 5 de julio pasado en Villa Park, Ozzy dio su último show. Lo llamó Back to the Beginning. Cantó sentado durante todo el concierto, acortó el set de Black Sabbath a último momento, lo trasladaban en silla de ruedas y apenas pudo ensayar unas pocas veces. Por todo esto a pocos les sorprende que su vida se haya apagado el 22 de julio. Sin embargo, la sensación de shock y orfandad se apropió de millones de fans y curiosos a lo largo del mundo. ¿Por qué queríamos tanto a Ozzy y qué legado nos dejó?

Ozzy Osbourne, el adiós del monstruo más querido e imperfecto de la cultura rock
Ozzy en los primeros tiempos de Black Sabbath.

Pobreza y maltrato

Nació como John Michael Osbourne en Birmingham, Inglaterra, el 3 de diciembre de 1948. Creció en la pobreza, tenía dislexia, enfrentaba burlas constantes y sufrió un episodio de abuso sexual. Abandonó el colegio a los 15 años, fue preso por un robo menor y su padre se negó a pagar la fianza para darle una “lección”. Casi a la deriva, escuchó a los Beatles, se hizo devoto casi instantáneamente y allí encontró los indicios de una pasión y la ilusión de entrar a un mundo menos hostil. Se compró un micrófono y un pequeño amplificador, practicó por su cuenta y decidió acudir a la convocatoria de Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward para formar lo que finalmente sería Black Sabbath. Lo tomaron con desconfianza y escepticismo –Ozzy ya tenía fama de disperso y poco afín al trabajo–, pero resultó decisivo que contaba con el amplificador.

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Su carrera solista implicó un cambio musical y estético.

En sus comienzos se llamaban Earth y su sonido no lograba salir del formato de blues rock que a fines de los ‘60 ya daba señales de agotamiento. Hasta que Iommi –que perdió dos falanges de su mano izquierda en una fábrica de Birmingham– descubrió el riff de lo que sería la canción “Black Sabbath”, basándose en el famoso tritono del diablo o diabolus in música, un intervalo musical prohibido expresamente durante la Edad Media por la Iglesia. Ese riff y tétrico desarrollo de la canción les otorgó una identidad única y les marcó el rumbo a seguir. Riffs pesados, letras sombrías y una estética que enfrentaba al hippismo reinante. En apenas unos años, el grupo sentó las bases de lo que hoy se entiende como heavy metal. El disco Black Sabbath (1970) fue una revelación. Pero sería Paranoid, editado ese mismo año, el que llevaría al cuarteto al éxito temprano. Sus continuadores, Master of Reality (1971), Vol. 4 (1972), Sabbath Bloody Sabbath (1973) y Sabotage (1975), sobre todo, constituyen la Biblia del heavy metal y abrieron paso a casi todos los subgéneros que vendrían después.

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Ozzy y Sharon: su esposa, mánager y arquitecta de su carrera.

Nadie inventa el heavy metal solo, pero cuesta imaginarlo si no hubiera existido Black Sabbath. En ese frenesí de creatividad, trabajo y excesos, Iommi era el gran arquitecto y compositor –el creador de riffs únicos, el sonido y los arreglos–, Butler aportaba un bajo apabullante y la mayoría de las letras, Ward era un baterista singular e impredecible, y Ozzy el frontman, catalizador e ícono. No era un cantante virtuoso, ni técnico, pero su voz nasal, aguda y desesperada era el instrumento perfecto para canalizar el dramatismo de aquellas canciones. Su presencia escénica -entre desbordada y graciosa, Ozzy siempre se vio como un entretenedor- le sumó otro ingrediente único a la propuesta. A pesar del gran éxito, el comportamiento errático y la falta de compromiso del cantante se fueran profundizando y derivaran en su despido en 1979.

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El reencuentro con Tony Iommi, Black Sabbath.

Más allá de la depresión inicial y los problemas con las adicciones, de la mano de su nueva manager y futura esposa, Sharon Osbourne (hija del manager de Black Sabbath), Ozzy logró reinventarse como solista. Se instaló física y estéticamente en Los Ángeles (EEUU) y pronto encontró socios de gran calibre que lo llevaron por un nuevo camino: el virtuoso guitarrista Randy Rhoads y el bajista Bob Daisley. Así nacieron los exitosos e influyentes Blizzard of Ozz (1980) y Diary of a Madman (1981). Ozzy sonaba más accesible –su sensibilidad para las melodías simples se ponía en primer plano–, su imagen jugaba entre el hair metal y el shock-rock, y lo acompañaban músicos con otras influencias e ideas. La inesperada y devastadora muerte de Rhoads en un accidente aéreo en 1982 fue un golpe durísimo, pero Ozzy siguió adelante, siempre encontrando grandes guitarristas y socios compositivos como Jake E Lee –el emblemático responsable de Bark at the Moon (1983)- y más tarde, de la mano de Zack Wylde alcanzó el gran éxito global con No More Tears (1991).

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El adiós sobre el escenario.

Miles de anécdotas

En el medio, claro, pasó de todo. Miles de anécdotas que sólo Ozzy podía protagonizar: decapitó “sin querer” con su boca un murciélago en vivo, hizo algo similar con palomas en una reunión “promocional” con directivos de una discográfica, esnifó hormigas por una apuesta, tuvo un brote psicótico por tomar vodka luego de años de abstinencia y terminó preso, y muchísimas más. Tampoco faltaron las caídas artísticas y de popularidad. Pero Ozzy tenía una carta mágica y esa era Sharon. Ella motorizó el mega festival itinerante Ozzfest que posibilito relanzar su carrera y revivir la formación original de Black Sabbath. Pero acaso lo que terminó haciendo de Ozzy una figura mitológica que trascendió el mundo del heavy metal fue el reality The Osbournes. Ver en primer plano y sin ambages sus torpezas, desconexiones y decisiones disparatadas frente a los más mínimos inconvenientes cotidianos –contrariamente a lo que muchos hubieran imaginado– funcionó a su favor. The Osbournes puede verse como una precuela de Monsters Inc: los “monstruos”, en este caso Ozzy, también tienen fragilidades, ternura y motivaciones desconocidas para el público.

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El cariño eterno de los fans.

Ozzy, para siempre

Se fue como quiso. En su casa, con los suyos y a pocos días de despedirse en vivo a lo grande. Dejó un mito viviente, un héroe imperfecto y querible, y una banda sonora ideal para encontrar consuelo en el caos de un mundo cada vez más hostil. «