Hasta ahora, Donald Trump ha gobernado al estilo de los auténticos dictadores, decreto va decreto viene. Unos para ordenar, ordenar en el sentido de mandar. Otros para vetar, anular aquello que no es de su agrado. A falta de una oposición política que le ponga límites, apela para todo a sus famosas “órdenes ejecutivas”, la nefasta figurita constitucional que en estos lares se conoce como decreto de necesidad y urgencia. En los últimos días anunció por esa vía una virtual reforma electoral, eliminando el derecho al voto epistolar y, “ya que estamos (sic), las máquinas de votación”. Y también intervino el instituto rector de los museos y centros de investigación porque “no me gusta” lo que dicen sobre la esclavitud. Por ahora tuvo la delicadeza de no decir, como el monarca francés Luis XIV, que “l’état c’est moi”.
Las últimas atropelladas de Trump que, cuan ministra de seguridad de país marginal incluyen desde el viernes la participación en las razias nocturnas contra los pobres de Washington, tienen sus orígenes en los años de su primera presidencia (2017-2021) y un hito fundamental el 6 de enero de 2021, cuando movilizó a sus hordas para intentar un golpe de Estado. Para entonces, en 17 de los 50 estados del país los republicanos habían logrado imponer leyes que, de una u otra forma, tenían el único objetivo de dificultar el derecho al voto. Actualmente, en las legislaturas de los estados de la Unión descansan más de 200 proyectos de reciente data que también esperan su buena hora. Como para confirmar que provienen de una misma usina, en su exposición de motivos todos dicen que se trata de “proyectos de integridad electoral ideados para combatir el fraude”.
El voto epistolar es una de las obsesiones dominantes en el discurso de Trump desde que perdió las elecciones de 2020 a manos del demócrata Joe Biden. Y apela a cualquier cosa para desacreditarlo –mintiendo y repitiendo sus mentiras–, mostrándolo como enemigo del modelo democrático clásico. El martes madrugó y, obsesionado también con el gobierno de las redes, le dedicó el primer mensaje del día al sufragio postal. “Lo erradicaré, y ya que estamos acabaré de paso con las máquinas de votación, que son inexactas, caras y muy controvertidas, que cuestan diez veces más que el preciso y rápido papel”.
Nada cierto. Según Trump, con su decreto llevará la “honestidad” a las elecciones legislativas del año próximo. “La farsa del voto por correo, que utiliza máquinas de votación, debe terminar ya, nadie lo quiere”, escribió. En 2024, algo más del 30% de los votos se cursaron por correo.
Entusiasmado con el diálogo con Vladimir Putin, en el que ambos empezaron a cocinar los últimos días del régimen ucraniano de Volodímir Zelenski, Trump sorprendió metiendo a su interlocutor en el medio de un sándwich de dudoso paladar, y dijo que el ruso “coincide conmigo” en que el voto por correo socava la confianza en las elecciones. “Vladimir Putin, que es un tipo inteligente, me dijo que no se puede tener unas elecciones honestas con el voto por correo y que ahora no hay ningún país que lo use”. El presidente de la gran potencia olvidó que 184 de los 193 signatarios de la ONU exhiben el voto epistolar como una conquista democrática, y que Surinam y Uruguay son los dos únicos países del mundo occidental que no les dan esa opción a sus ciudadanos. En el todo vale, se le escapó a Trump que por primera vez estaba metiendo a Putin y Rusia en su casillero democrático.
Aunque señalar que la decisión de Trump “huele a desesperación electoral”, cuando todos los datos lo dan como ganador de las legislativas de 2026, no es más que un exceso del gobernador de California, Gavin Newsom, lo cierto es que resulta preciso al señalar que la meta del presidente es otra: la de reconfigurar el mapa electoral de forma de concentrar un mayor número de votantes en ciertos distritos para asegurarse mayores representaciones legislativas. Es la táctica que los académicos de la politología llaman la gerrymandering. La práctica puede ser usada para favorecer o perjudicar los números de un partido político o cualquier institución que dirima sus asuntos mediante el voto secreto.
En términos técnicos, explican los politólogos, la tramposa práctica a la que aspira llegar el trumpismo se traduce en un caso de malapportionment, el fenómeno que se da cuando la proporción de escaños en un distrito no coincide con el porcentaje de población del mismo, lo que da lugar a que algunos aparezcan sobre representados y otros infra representados. El malapportionment ocurre cuando una circunscripción electoral tiene asignado un número de diputados que no se corresponde con su número de habitantes. Por ejemplo, una zona rural con escasa población podría tener la misma cantidad de representantes que una ciudad densamente poblada, lo que significa que el voto de cada persona del área rural tenga más peso que el sufragio de cada persona de la ciudad. Con esta modalidad, en la última elección los republicanos de Texas aspiraban a sumar cinco diputados “extra”.
En el contexto de absoluta impunidad de la vida judicial de Trump hay una única causa en la que hubo que saldar el delito pagando una reparación. En total, u$s 787,5 millones. Pero zafó, y quien tuvo que poner dólar sobre dólar fue Fox News, su cadena televisiva de cabecera. La ganadora del juicio, que se cerró cuando en 2023, Fox admitió su culpabilidad, fue la empresa Dominion Votyng Systems, fabricante de las máquinas de votar que, hasta hoy, el presidente descalifica y también quiere prohibir. La televisora había repetido letra por letra el argumento de Trump en cuanto a que las elecciones de 2020, en las que perdió frente a Biden, habían sido manipuladas. El expediente judicial incluye documentos confidenciales en los que Trump y Fox admiten que habían dicho mentiras y siguieron haciéndolo “para retener a los televidentes por razones financieras”. «