Desde su ascenso a la presidencia de la AFA, Claudio “Chiqui” Tapia diseñó una fortaleza a su alrededor que excede por lejos los honores de haber ganado el último Mundial. Antes de Qatar, e incluso antes de que la selección argentina ganara la Copa América en Brasil, Tapia resistió a todas las sacudidas, que no fueron pocas y no provinieron de gente liviana, algo que recordó esta semana durante la ceremonia de los Premios Alumni que entrega la AFA: “Pasaron tres presidentes en casi nueve años que me ha tocado presidir el fútbol argentino y me quedan muchos años más”. Lo que no había pasado hasta ahora, sin embargo, era el grito de las tribunas, de los hinchas, que la cancha hablara.
Chiqui Tapia asumió en la AFA bajo el mandato de Mauricio Macri, el presidente con más apetito por tomar el poder del fútbol argentino, que a la vez fue su trampolín hacia la política nacional. Macri no quería a Chiqui, cuyo fuerte era el Ascenso Unido, los clubes de las categorías más bajas y del interior. Pablo Toviggino fue su armador. Ahí tenía los votos, pero necesitaba un arrastre de arriba. Era la AFA que venía del 38 a 38, la que no podía gestionar la sucesión de Julio Grondona. Tapia estaba, además, apadrinado por su ex suegro, Hugo Moyano, a cargo de Independiente, y terminó aliándose con Daniel Angelici, que era Boca y era el puente a Macri. Se selló todo en una visita a Olivos.

En ese mismo movimiento, Tapia neutralizó a otro rival. Marcelo Tinelli tuvo que abandonar sus aspiraciones en la AFA y conformarse con la Superliga, a la que poco a poco se la iba a vaciar de poder de decisión. Chiqui fue sacándose de encima a cada uno. Se alejó políticamente de Moyano, más allá de la separación de su esposa, y contuvo el deseo macrista de las sociedades anónimas deportivas, incluso frente a maniobras judiciales y la amenaza del ahogo financiero a los clubes.
Con el regreso del peronismo, Tapia no pudo bajar la guardia. Alberto Fernández no lo quería en la AFA, pretendía a Tinelli en ese lugar. La Inspección General de Justicia lo tenía a tiro de bajarlo después de la asamblea de mayo del 2020, hecha de manera remota por la pandemia, en la que aseguró su reelección. Tapia se sostuvo, tejió buenas relaciones con Máximo Kirchner y recompuso con Sergio Massa, hombre de Tigre, que le desconfiaba y también lo quería afuera. La Copa América de 2021, final en el Maracaná contra Brasil, lo hizo invencible. Unos meses después, la IGJ ratificó su mandato. En el camino, se quedó con la Liga Profesional, lo que terminó de sacar de la cancha a Tinelli.
Tapia fue cercano a Diego Santilli para sostener su cargo en el Ceamse por el lado de la Ciudad, gobernada por el PRO, y ahora se recuesta en Axel Kicillof para ejercer la presidencia por la provincia de Buenos Aires, gobernada por el peronismo. Ante la amenaza permanente de una intervención de la IGJ, ahora con Milei en el gobierno, mudó la AFA a domicilio bonaerense. Y resiste judicialmente el decretazo con el que el gobierno de ultraderecha pretendió meterle a las sociedades anónimas por la ventana y a la fuerza. Subestimado -incluso despreciado- por su origen de barrendero, sus inicios sindicales, fue comiéndose a todos los que se pusieron enfrente con mucha habilidad.
Tapia no perdió el respaldo de los clubes. La Conmebol esta semana lo ratificó, además, en su lugar de representante ante la FIFA. También Alejandro Domínguez tuvo que rendirse en su momento ante Chiqui, al que había pretendido tenerlo lejos después de los reclamos por la sanción a Lionel Messi debido a aquello de que había que terminar con la corrupción de la Conmebol.

El vínculo con Messi es el broche de los apoyos que mantiene Tapia. Milei suspendió el viaje a Estados Unidos para ir al sorteo del Mundial y, de paso, reverenciar a Donald Trump. Y es que no puede conseguir su sueño, la foto con el capitán de la selección. Hasta acá, Messi lo esquiva. Y quizá Milei tenga que desescalar en su pelea con la AFA si quiere conseguirla. Hay dos perspectivas del asunto: Messi como el dique a los embates oficiales contra Tapia y, a la vez, Tapia como el dique para que Messi no se acerque a Milei.
Pero hay algo que se resquebraja, que se sabrá en alguna encuesta, que es la popularidad de Tapia entre los hinchas de fútbol. Los fallos arbitrales, el título designado a Central, la obligación de pasillo, la sanción posterior a Estudiantes fue una acumulación de tiros en el pie. El “Chiqui Tapia botón” empezó a sonar en las canchas. Permeó en las tribunas, que, es cierto, no votan en la AFA. Pero es el universo del fútbol. Si en 2023 la campaña contra las sociedades anónimas en el fútbol fue ampliamente replicada por los hinchas en las redes, esta vez algunos clubes tuvieron que cerrar comentarios. Tapia, hasta acá, pudo contra todos. Podrá incluso contra las tapas de los diarios, que por estos días cuentan las andanzas de Sur Finanzas, la empresa de Maximiliano Ariel Vallejos, la financiera del fútbol. Quizá pueda contra todo eso. La cuestión es si podrá ir contra las tribunas que gritan. O si tendrá que escuchar.