Cesare Pavese fue, sin duda, un maestro de la narrativa. El hermoso verano, durante los huecos libres que le deja su trabajo en el taller de costura, la bella y joven Ginia atraviesa los mejores días de su adolescencia junto a su amiga Amelia y un grupo de pintores que la hacen incursionar en la bohemia artística. “En esos tiempos siempre había fiesta”, “dormir era una estupidez y le robaba tiempo a la alegría”, cuenta el narrador externo pero focalizado siempre en la muchacha de 17 años.
Da la sensación de que todo eso ya es imposible de recuperar, de que ese verano jamás va a volver y hay que “apurarse a disfrutarlo”. El relato se inunda de tedio, como si se contara desde un lugar exactamente contrario a un verano hermoso: “Todavía esperaban que sucediese algo”.

En La playa, un profesor soltero sin nombre narra sus días de veraneo junto a su amigo Doro, de quien se había distanciado por mucho tiempo, y su esposa Clelia, por quien se sentirá en ocasiones atraído. “Todos los locos que fuerzan su cerebro y que no saben cuándo es el momento de parar”, le dice otro de los amigos, Guido, al narrador. Y le aconseja: “Trabajar pero sin ponerse frenético. Distraerse, alimentarse y conversar. Sobre todo distraerse”.

Dolce far niente es una expresión italiana que significa “la dulzura de no hacer nada”. Toda una filosofía de vida y una verdadera cultura quedan sintetizadas en esas tres sencillas palabras: tomarse el tiempo para entregarse al placentero arte de no producir, no hacer, no pensar, no planificar. Nada. Ocio, incluso en medio del cansancio e inercia de la rutina de todos los días. Sin embargo, desde el siglo XX esta idea, lejos de ser un deseo o un ideal, está más cerca de ser un infierno para los sujetos alienados por la sociedad capitalista. El aburrimiento, el tedio y la pérdida de sentido e identidad aparecen apenas se deja de hacer. Porque ¿quiénes somos si no hacemos?
Cesare Pavese y la fuerza de lo no dicho
El turista pendula entre una sensación de entrega al desorden de la vida que propone la playa ―“Por suerte estaba en el mar, donde los días no importan”― y la melancolía que por momentos lo invade y lo mantiene al margen como un outsider arisco, que no come, no habla, no baila, incapaz de disfrutar el aquí y ahora: “Me parecía un siglo. Sin embargo, no había sucedido nada. Pero a la noche, cuando regresaba, tenía la sensación de que todo el día transcurrido ―el banal día de playa― esperaba de mí una especie de esfuerzo de claridad para que pudiese entenderlo”.
Hay una impresión en estos dos libros, desde el inicio hasta el final, de que hay algo que no se está diciendo, que no dicen ni el narrador ni los diálogos, Algo se está perdiendo. El lector lo intuye a través del estilo magistralmente elíptico de Pavese. Tampoco él disfruta del todo, porque sabe que lo bueno, sobre todo lo demasiado bueno, dura poco. Una angustia incómoda, muy íntima y profundamente oscura se deja leer a través de esos momentos de ocio y sol. Quizás sea la misma que sintió el escritor cuando a los 41 años se suicidó en el Hotel Roma en Turín, el domingo 27 de agosto de 1950.

A la sensación angustiante de que lo mejor ya sucedió se le suman los tópicos del triángulo amoroso, la diferencia tajante entre el mundo femenino y el masculino en el siglo XX, la amistad y el aprendizaje. Pavese parece jugar con las mismas piezas narrativas ―nombres de personajes, conflictos similares, diálogos repetidos― pero siempre cambiados de lugar o generando efectos nuevos tanto para un lector que recién conoce su universo como para aquel que ya lleva tiempo ahí.
Berti, un alumno que el profesor encuentra casualmente en La playa, encarna la misma juventud perdida que la protagonista de El verano hermoso. En ambos se desarrolla un relato de aprendizaje y una toma de conciencia acerca del paso del tiempo. En la división tajante entre los hombres y las mujeres en la década del ‘50 Ginia entiende que el cuerpo femenino es un objeto para los pintores, pero que también puede ser un modo de ganarse la vida. Amelia, que es modelo, funciona como la mentora que la inicia en el mundo de las poses y los desnudos, que también viene con malos tratos, celos, cosificaciones machistas y rechazos amorosos que tanto conoció también Pavese, según cuentan sus biografías.
Este desencanto acerca de los vínculos humanos, la misantropía y el desasosiego recuerdan a El extranjero del nihilista Albert Camus. De tan efímeros, los lugares felices del todo no son posibles para los personajes de Pavese, que parecen ya saber esta sentencia de antemano. En las novelas y en la vida siempre se sufre, incluso en el momento más alto de disfrute. Nada es más inhabitable que un lugar donde se ha sido feliz”, cierra La playa.