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Pedro Sánchez Pérez-Castejón renace de las cenizas una y otra vez. Destreza política que siempre lo devuelve a la cresta de la ola.  A los 52 años, asumió su tercer mandato el pasado 16 de noviembre tras un complejo ajedrez de alianzas con las izquierdas y los nacionalismos vascos y catalanes: seis meses antes disolvía el gobierno y se lanzaba a nuevas elecciones, en las que el PSOE fue superado por la derecha. Aunque esa noche, fue el más sonriente: confiaba en su habilidad para tejer pactos. Y tradujo esa derrota en un estridente triunfo que lo mantendría en la Moncloa.

Antes de cumplir los seis meses, el pasado miércoles 24 parecía acorralado en su inestable gobierno. Sin concretar el acuerdo con Junts (incluida la amnistía) y con la derecha acuciándolo, lanzó una nueva jugada para enfrentar lo que parece cargar con mucho de lawfare y la politiquería más sucia. También en España la extrema derecha avanza son medir consecuencias. Una organización ultra, llamada Manos Limpias, pero con un presidente (Miguel Bernard) que fue condenado por extorsión, se valió de los pasquines menos rigurosos (El Confidencial, Voz Pópuli, The Objective, Es-Diario y Libertad Digital) y de un juez (Juan Carlos Peinado) que es padre de una poco escrupulosa concejala del PP en Pozuelo de Alarcón (Patricia Peinado) para cargar contra la mujer de Sánchez, Begoña Gómez. La acusan de tráfico de influencias a favor de tres empresas, una de ellas Globalía, con un beneficio de 475 millones de euros. El entente PP-Vox se montó en esas acusaciones e incluso uno de esos medios, The Objetive, repitió una información de la periodista de la farándula que caratuló a la Begoña como transexual en una trama de saunas gays. Titularon «El suegro de Pedro Sánchez y la prostitución gay». Se replicó en Telemadrid. Cuando quisieron incluir esa info en la denuncia advirtieron que esa Begoña es Gómez, no tiene 49 años, ni nació en Bilbao, ni lleva más de 20 junto a Sánchez, no tuvieron dos hijas y no es máster en administración de empresas. Porque esa Begoña Sánchez es otra Begoña Sánchez, una homónima. Como ocurrió con Antonio Costa, el primer ministro de Portugal hasta hace dos meses. Padeció tener un nombre tan común a muchas personas.

Foto: AFP

Sánchez tiene aún pendiente la resolución de la ley amnistía a dirigentes nacionalistas catalanes, por caso, Carles Puigdemont: lo acordaron para que los siete votos de ese sector permitieran al presidente permanecer como tal. Del otro lado, se resisten a votar presupuestos y otros mandatos de carácter social, o la depuración efectiva del poder judicial y del aparato policial, así como cuestiones que hacen a su liderazgo europeo, o el reconocimiento del Estado palestino en un contexto de crisis global y de crecimiento de la internacional reaccionaria. Pero si se cae el gobierno, la amnistía se cae con él… Y Sánchez podría llamar a nuevas elecciones (lo que no quiere ni él, ni la izquierda, ni el nacionalismo) hasta el 30 de mayo cuando cumple un año el anterior llamado…

En ese brete y con el escándalo de Begoña, el miércoles 24 amenazó con renunciar al lunes siguiente. Sus propios colaboradores juran que tomó la decisión de escribir una carta pública en absoluta soledad. Y muestran como prueba algunas faltas ortográficas que se deslizaron en la misiva. “Fueron cinco días de incertidumbre extrema. Antes ya se lo veía alicaído, en su estar corporal, como bajo de ánimo. Nadie sabía qué iría a pasar pese a la reacción popular (hubo masivas marchas en su defensa), del apoyo del socialismo, de otros partidos, del mundo de la cultura y de otros sectores”, admitió uno de sus diputados más fieles. Ese lunes, un Pedro Sánchez sonriente y en apariencia recompuesto, aseguraba: «He decidido seguir, seguir con más fuerza si cabe”. También: “Se trata de decidir qué tipo de sociedad queremos ser. Nuestro país necesita hacer esta reflexión colectiva”. Ayer, ya conocido el affaire Puente, instó a decidir entre la democracia o el «barrizal» de PP y Vox.