Una pena natural, enorme. Una melancolía que nos permitimos. Se fue un hombre extraordinario de la historia del Uruguay y de toda Latinoamérica. José Artigas, José Batlle y Ordóñez y José Mujica, los tres grandes nombres que se pueden encontrar en la historia oriental. Uno fundó la idea de independencia, otro hizo realmente el país. Y el Pepe consolidó un valor muy grande de la democracia. Ha sido un demócrata formidable. Dentro de la democracia dio pelea a partir de la consideración que tenía, y que comparto, de un mundo demasiado injusto y, por lo tanto, demasiado insufrible. Jugó su vida, jugó todo lo que pudo desde un lugar de derrota con la guerrilla tupamara y luego supo encontrar la vida política. Lo habría hecho siempre que hubiera tenido la oportunidad, una manera de manifestar su sentido democrático y su profundo amor por el pueblo. Incluso por aquel pueblo que pudiera ser rechazante de su figura.

Líder carismático, creíble porque ha estado despojado de una vocación materialista que lo hace un hombre intocable en materia política. Y ha tenido aciertos y errores, como todos los líderes políticos. He tenido mis momentos de exaltación por el Pepe y otros de reproches de modesto ciudadano. Lo grande de los tremendos líderes es haber vencido a sus propios errores. Vos podías discutir en tiempo presente, pero cuando entran en la historia y en la leyenda, algunos de ellos, no muchos, como el Pepe, merecen todo el respeto.

Era tan fuerte su personalidad, es tanto lo que aportó para la democracia, lo que hizo por el Frente Amplio, en un sentido unificador. El ejemplo que el FA es para las izquierdas de todo el mundo y hasta para Argentina. Siempre procuró la unidad. En eso también fue un factótum el Pepe.

La consideración política es la más alta y sobresaliente que uno pueda concebir. Y desde lo humano, un tipo al que durante toda la vida sentí que lo estaba abrazando. Recorrió un camino que invita a decir «quiero comprar esa vida». Si hubiera un muestrario de las vidas de los grandes hombres compraría la del Pepe. Ejemplar, riquísima, vivió de todo. Lo que ha padecido, sus 12 años de cárcel. Su salida con el alma tan templada, con esa tibieza destinada a quienes lo habían tenido tan infamemente preso, con tanto odio. Un ejemplo formidable, una vida difícil de comparar.

Tuvimos una charla cuando era el presidente del Uruguay. Estábamos en la casa de gobierno. Duró un buen rato, una nota en Bajada de Línea.

–¿Qué siente cuando lo corren por izquierda?

–Me río.

–Le pasa, ¿no?

–Sí.

–Es brava la izquierda en eso, ¿no? Siempre hay quien se puede colocar más acá.

–Sí, es especialista y además fue el flagelo de la izquierda a lo largo de su historia. Ese fin de la Revolución Francesa. Es el advenimiento de muchos regímenes duros de derecha por las contradicciones de la propia izquierda. Ha pasado 1000 veces y seguirá pasando. Nuestra enfermedad es la infantilidad. Nuestra abdicación es creer que el mundo es perfecto. Y estar conforme. Yo creo que hay que ser inconformista, reformista crónico, perseguidor de utopías y no cansarse de ser derecho en el noble y elemental sentido del término. Esta es la cuestión. Después si logramos diez o logramos tres, no sé. Pero el problema es para qué vivimos… Si le dimos a nuestra vida contenido o nuestra vida es padecimiento, nos lleva. Y ahí es donde está la apuesta. Soñábamos esto, pero sí es mucho más difícil de lo que soñábamos. Es mucho más difícil. Pero qué sería del mundo si no existiera una actitud de izquierda, que aún en el fracaso obliga a repartir, tiene un grito solidario, se acuerda de los que van quedando al costado del camino. Qué desastre sería el hombre, eh…

La tristeza ha salido a la calle. Se siente en la mirada. En la leve sonrisa que lo dice todo. En la melancolía, en la inevitable aceptación de que a ciertas edades nos morimos. Se fue en una moto vieja despidiéndose del tractorcito y la chacra y del amor perenne que lo unió a Lucía, con un fusil en las manos o peleando por la democracia. Cerró los ojos el hombre americano, el de la patria grande, el artiguista con la mirada fija en los horizontes de grandeza, el líder natural que nada hizo para él.

He pensado que posiblemente fue una muerte acordada. Un final con todo hecho. Con su partido al frente del país, con el retorno de la izquierda, con la esperanza más fuerte que nunca. Se puede uno imaginar que cuando lo andaba buscando la muerte la desafió: «Dame un ratito más. Dejame terminar con este asunto del retorno y después me voy solo. Ni me tenés que llevar».

Algo que siempre me llama la atención de estos hombres excepcionales es que nunca construyen sus personalidades en función de los odios sino del amor. Dejó el mensaje: «Yo aprendí a no cultivar el odio porque el odio te lleva de la mano al fanatismo».

Y lo practicó. Hombres como Mandela y el Pepe, hombres que lo sufrieron todo. La cárcel, el encierro, la injusticia. Y cuando salen en vez de querer romper el mundo, lo quieren armar con la paciencia de un chico que juega a construir una casita. Si ellos vencen al odio, ¿por qué no podemos nosotros? El Pepe pasó por un encierro inimaginable. 12 años, uno tras otro. Leyendo lo que escribieron él o Euterio Fernández Huidobro, me pregunto: ¿cómo es que el mundo no se detuvo? Cuando salen de allí, tienen autoridad para dejarnos la enseñanza de un enorme amor a la vida. Decían que fueron los años que más les enseñaron porque el hombre aprende más del dolor que de la bonanza, siempre que no lo destruya.

Pero mejor, como cierre, que lo cuente el propio Pepe: “Sí, estuve medio medio sonado el balero, imaginaba cosas, andaba tan mal. Me agarró una psiquiatra: me daba un montón de pastillas y yo las tiraba al diablo. Pero logró una cosa: que pudiera leer. Ahí llevaba 7 años sin libros y me puse a leer ciencia, química, física. Y me puse a escribir. Este trabajito me ayudó a acomodar la saviola y resucité. Tan mal no me fue. Tal vez sigo siendo un tipo soñador y utópico, pero no tengo odio. Aprendí a no cultivar el odio porque el odio te lleva de la mano al fanatismo y eso es ceguera. Ando con una mochila llena de recuerdo, pero no son cuentas para cobrar. No usé el poder para perseguir a nadie”.

No murió cualquiera. Representa lo mejor de nosotros mismos y está bien tristearlo. Eso sí, como dijo algún poeta, queda prohibido ante la muerte del Pepe “llorar sin aprender”.