Este título se lo tomé prestado a un amigo. Me pareció esclarecedor. Hay un poder que, por habilidades propias y defecciones ajenas, accedió a fines del 2015 a los más honrosos títulos que otorga la democracia argentina con un triunfo indubitable. Fue votado por aquellas personas que tienen intereses que defender, patrimoniales y económicos, y que practican un liberalismo extraño: aplicado solo a los propios. Es el grupo de los poderosos, beneficiados con decretos a medida que se publican impúdicamente porque el país les pertenece.
Sus otros votantes fueron quienes creyeron que todo se podía hacer mejor. Ciudadanos cuyas emociones electorales fueron cuidadosamente estudiadas por los equipos de marketing del candidato del poder real. Las pantallas reflejaron sus aspiraciones, agigantadas y en HD. Es el grupo de los televidentes, mayoría silenciosa y dispersa. Por la lógica binaria del juego electoral, son, sin proponérselo, los protagonistas indiscutidos a la hora de los resultados.
El peronismo kirchnerismo, el variopinto campo popular, no supo lidiar con semejante maquinaria, especialista en deseos, pulsiones y realidades virtuales. Pero así como las reglas electorales no perdonan, tampoco esperan. Elaborando aún su derrota, el peronismo kirchnerismo se encamina hacia las elecciones de medio término, donde enfrentará a un sujeto político que va mucho más allá de Macri. Es un sujeto voraz, que apuesta a una arenga probada desde los tiempos de Fuenteovejuna (el pobre es pobre porque quiere, los derechos humanos son de los delincuentes, los empleados públicos son vagos, los pibes son chorros, los bolivianos que se vuelvan a su país, con los militares estábamos mejor, en este país nadie quiere trabajar).
El peronismo afronta el desafío de atravesar esa telaraña y llegar al corazón y las convicciones de los votantes televidentes, para quienes 70 mil millones de pesos son un límite. El monstruo quedó a la vista, ya no será tan fácil revestirlo de bondades.
Los televidentes no son especialistas, ni pretenden serlo, en materia política y económica. No siguen con atención programas políticos ni se entusiasman por banderas que otros levantan apasionadamente. Sus preocupaciones e intereses pasan por su familia, por sus amigos, por llegar a fin de mes o no perder el trabajo, por alguna vocación deportiva, religiosa o artística. Las causas de los pueblos son variopintas.
Macri lo sabe bien. Mejor dicho, sus asesores de imagen lo saben bien. En sus equipos abundan los comunicadores, pero escasean los habilidosos a la hora de gestionar una Nación. La gente lo percibe en sus bolsillos, en vacaciones y condonaciones que no cierran con aquella imagen de gerente eficiente y preocupado que votó en el 2015. Si este será el estado de ánimo que prime en el 2017, las pantallas ya no reflejarán aspiraciones ciudadanas. Las elecciones de medio término pueden ser un gigantesco dolor de cabeza para el oficialismo.
Estas elecciones son una enorme oportunidad para la oposición. En ese espacio, Cristina no es solo una candidata posible. Es un símbolo creciente, es la contracara del monstruo. No ha sido su decisión, ni la de un partido político, ni la conclusión de una consultora de imagen. Lo ha decidido la mayoría silenciosa y dispersa, bajo el peso de los 70 mil millones.
Un liderazgo que nazca en Cristina y se multiplique en cientos de hombres y mujeres con una vocación sin fisuras por lo público, hará la diferencia. Macri, respondiendo únicamente a los intereses de los poderosos, está allanando el camino. A nosotros nos toca transitarlo, sumando pacientemente a los televidentes.
Diputada nacional (MC) FpV – PJ.