El 10 de septiembre fue asesinado Charlie Kirk en la Universidad de Utah, en medio de un acto de Turning Point USA (TPUSA). Las traducciones indican que turning point es el punto de inflexión, de quiebre, un momento crucial. Coo sea, TPUSA fue creada por un Kirk de apenas 18 años, allá por el 2012. Como lo señalara Bloomberg por entonces, ese joven brillante creó desde el garage de la casa una organización ultraconservadora destinada a combatir el izquierdismo imperante en las universidades. Ajá. Es notable cómo toda historia exitosa en EE UU siempre comienza en un garage, ya sea cierta o no. Supo manejar las redes, producir podcasts, recorrer los campus, para “defender los derechos que Dios nos ha dado”, tales como la portación de armas, la prohibición del aborto, el rechazo a la inmigración, la idea del hombre en el trabajo y la mujer en la casa, el libre mercado y el Estado mínimo, e incluso llegó a conceptualizar algo llamado “nacionalismo cristiano”, sin temor a las contradicciones de tal cosa.

Abundan las declaraciones conspiranoicas con respecto al COVID-19, estuvo contra las cuarentenas y no faltó el racismo, en particular contra afroamericanas de prestigio, calificadas al menos como imbéciles (moronic) o que están ahí porque le sacaron el lugar a un blanco. Con tales posiciones, por supuesto que Kirk fue el niño mimado por el algoritmo. Con más de 3000 “capítulos” en colleges y universidades, constituyó una organización masiva en favor de las ideas de extrema derecha. TUPSA mantiene actualizada una lista negra de profesores progresistas. Pero hay algo más.

Kirk es el emergente de una muy inteligente apuesta política del establishment republicano, que no es de ahora. Debemos remontar a los tiempos de las rebeliones estudiantiles que cundieron contra la guerra de Vietnam, a fines de los años sesenta. No sólo por la represión ejercida contra los militantes de entonces, sino porque a partir de allí hubo grandes fortunas que comenzaron a financiar grupos de derecha adentro mismo de las universidades. Tuvieron tiempo y dinero. Mucho dinero. Es lo que sostiene la periodista de investigación Jane Mayer en el libro Dark Money: The Hidden History of the Billionaires Behind the Rise of the Radical Right publicado en 2016. Es así como vemos que el esquema de financiamiento de los billonarios para a la extrema derecha norteamericana es el mismo que utilizan en el campo de los negocios para construir la opacidad en torno de las off-shore. Testaferros, fundaciones, sociedades pantalla, emplean todos los artilugios posibles dentro de un marco regulatorio por demás generoso. Es así como basta hacer una contribución a DonorsTrust, por ejemplo, para esconder los orígenes del dinero. Claro que esas donaciones pueden estar dirigidas a actividades específicas, como pueden ser “la libertad de empresa”, “el gobierno mínimo” e incluso algo tan general como “la paz en el mundo”. El asunto es financiar movimientos que parezcan espontáneos. Además los montos así despachados son deducidos de los impuestos. Y todo eso se llama filantropía.

Las consecuencias del asesinato de Kirk revelan que un determinado hecho, sobre todo si es traumático, encuentra de inmediato un lugar en el relato dominante que ya está preparado de antemano. Mientras buscaban al criminal, se dio por sentado que debía ser extranjero, sin duda un inmigrante ilegal, o quizás un partidario de la “izquierda radical”, una definición que existe sólo en Estados Unidos y que sirve para designar todo lo que huela a socialdemocracia. A menos que provenga de las filas del terrorismo árabe, en un contexto donde la islamofobia comienza a parecerse al antisemitismo de principios del siglo XX. Pero no. El gobernador republicano de Utah, Scott Cox, tuvo que reconocer muy compungido que el asesino “es uno de los nuestros”. En efecto, Tyler Robinson no tiene nada de marginal ni de exótico. Nacido y criado en una familia mormona del mismo estado de Utah, cultor de videojuegos, aficionado a las armas, blanco, estudiante en una escuela técnica, ganador de una beca, nadie podría decir que no era una persona integrada a la sociedad de acuerdo con las normas sociales vigentes. De allí que entonces la fuerza del discurso deba imponer a Robinson como la víctima de un supuesto lavado de cerebro por parte del progresismo universitario.

Y lo habían dicho años atrás, el enemigo está en las universidades. Tal parece que la fiscalía pedirá la pena de muerte, en clara prueba que el sueño americano ya es una pesadilla.

El asesinato de Kirk criminaliza a todo pensamiento o acción que se encuentre a la izquierda de Trump. Lo que es mucho decir, al menos en cantidad. Aunque la gran mayoría de los opositores a las ideas de Kirk hayan manifestado el rechazo a toda forma de violencia, cualquier desvío de la interpretación oficial es sancionado de inmediato. Aquí, un presentador popular es despedido de la televisión, allá varios empleados pierden el trabajo por haber posteado alguna opinión en las redes. La extrema derecha no va a perder tamaña oportunidad: las ideas de Kirk son correctas y ciertas porque dió la vida por ellas. Esta sacralización de conceptos que habría que demostrar antes que adorar es lo que pasa cuando se pierde la dialéctica. La violencia queda como único regulador social. Entonces, ¿quién mató a Charlie Kirk?

“Ensayo general / Para la farsa actual”, sentencian los Redondos.