Se sabe: los escritores, y los periodistas también, sufren la presión y la angustia de “la página en blanco”.

¿En qué bajofondo del marote localizar las palabras justas para empezar, desarrollar y terminar? ¿Cómo decirlo para comunicar lo que más importa? Revolviendo papeles propios advierto, negro sobre blanco, que algunos de esos materiales se convierten en un hallazgo casual, valioso y perdurable.

Leo, y transcribo, textual: “La semana pasada, en medio de otro de los habituales remezones económicos, se volvió a escuchar una frase que retrata la realidad nacional con la condición de un clásico: ‘No tengo precio’. Eso le dijeron a este cronista, en una misma jornada, el vendedor de una librería escolar, un kiosquero y un técnico colocador de ventiladores de techo. Ni siquiera el producto más sagrado de este país agrícola-ganadero – el dólar – tuvo precio en muchos momentos”. Respiro, y sigo adelante: “Los comerciantes tenían mercadería, pero se negaban a venderla, desconfiados de que el precio fuera el que le asegurara un margen de ganancia y la posibilidad de una posterior reposición… No tener precio es tan dramático como no tener dinero, o tan riesgoso con no contar con una economía confiable. Aquello que necesitamos, puede valer lo justo, algo menos o lo habitual, muchísimo más… Igualmente, hay días en que los precios existen, pero es como si no existieran. Se rompe el calefón, viene el técnico y detrás de la pregunta ‘¿Cuánto es?’ se agazapa un monstruo cuchillero… Dará lo mismo el precio que nos cobren agradablemente barato, razonable en ocasiones o demoledoramente caro”.

Caramba, ¿y esto otro? “Atravesamos una situación dura, muy dura, durísima… ¿En que quedó convertida la palabra duro en relación a la consistencia de esta crisis? ¿Sobre qué parámetros de lo duro conocido nos basamos para entenderlo, proclamarlo o padecerlo? Es muy probable que, hoy por hoy, duro no quiera decir prácticamente nada. El precio de la nafta es duro, pero los aumentos en los servicios son muy duros y el costo de la canasta familiar es durísimo. Las semanas venideras van a ser súper duras, re duras, recontra duras… Ya en todo el mundo se comenta la dureza de la crisis nacional y hasta los exigentes técnicos del Fondo Monetario elogiaron el camino del ajuste duro… Dura lex, sed lex afirma ese principio deseando que, si es dura, la ley sea pareja para todos… Saber que hay privilegios, que no todos la pasan igualmente duro, eso es motivo para verla todavía más dura… Lo duro es lo posible que ha desaparecido de nuestra vista… Lo duro es todo aquello que ya no alcanzamos y que antes estaba muy cerca… Lo duro será aprender a vivir en el achicamiento“.

Alternativas como las citadas lesionan el ejercicio de un futuro posible. “Desde hace tiempo, mayoría de argentinos se ven obligados a vivir al día… La carencia de futuro le confiere al presente un peso agobiante… Le pedimos todo, y, a la vez, no le creemos nada a este presente agitado… e insustancial”. La consecuencia es sentirnos “aburridos de nosotros mismos… encontrar desencanto en lugar de alegría lleva a que el intercambio sea un producto pobre”.

Para no prolongar el misterio. Mucho de lo citado fue publicado por quien esto firma hace 35 y hasta un poco más de 40 años en un importante diario de circulación nacional. Resulta sorprendente, polémico y especialmente anómalo que viñetas escritas hace décadas mantengan todavía tan fuerte actualidad. Es tan larga la lista de cosas que nos tienen hasta la coronilla –dólar, impuestos, inflación, devaluación, ajustes, desigualdades, crisis y siguen las firmas– que, podría pensarse, es motivo principal de nuestra dificultad para marchar hacia adelante.

A Hegel y Marx se les debe enorme respeto intelectual y el copyright compartido de la extraordinaria frase, muchísimas veces corroborada por la realidad: “La historia ocurre dos veces. La primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa“.

Es muy probable que estemos cercanos a merecer esa sagaz formulación. Tendremos mucho por hacer para no quedar inmovilizados en los extremos de esa histórica consigna. En especial si escuchamos con atención la advertencia del filósofo esloveno Slavol Zizek: “La farsa puede ser, incluso, mucho más terrorífica que la tragedia original”. La parte de tragedia ya es, cotejando con el buen Saint Exupery, esencial y cada día más visible a los ojos: pobreza, falta de oportunidades, amenazas, censura, represión, descalificación, la inminente destrucción de espacios que tanto costó construir, la dramática caída del valor de la palabra y tanto más. La farsa está simbolizada en quien, antes, durante y después de la campaña electoral, solicitó crédito y poderes especiales para que en 15 años seamos como Italia, Francia e Irlanda, en 20 como Alemania y en 35 como Estados Unidos”.

Son dichos que no hay que olvidar porque tarde o temprano serán, como las viejas-nuevas crónicas que descubrí, tristezas profundas del presente y acuciantes recuerdos del futuro.