La epidemia del covid-19 conmueve al mundo desde principios de este año. Su irrupción apagó vidas y sueños de un modo abrupto y desolador. También despertó una intensa actividad intelectual que intenta precisar el alcance y las secuelas del fenómeno. En el campo de las relaciones internacionales, por ejemplo, se publicó un sinnúmero de notas al respecto. Aunque vistas en conjunto exhiben un par de coincidencias.

Uno: la ausencia de debates. Dos: los discursos tienen que ver más con los conceptos que se venían trabajando que con los distintos problemas que provoca la epidemia. Así, con cierta premura y escasa verificación, se habla al mismo tiempo del fin del neoliberalismo, de cambios en la hegemonía global y de la implosión de China debido a este nuevo Chernobyl. O bien, de los comienzos de una nueva era donde nada será igual. Ni la condición humana, ni las sociedades. Tampoco la relación de las personas con la naturaleza y el resto de las cosas. 

En estos cinco meses, sin embargo, se produjeron algunos hechos y datos importantes para la política exterior argentina. También para la renegociación de la deuda pública. 

En primer lugar, sobresale la rápida recuperación de los mercados de valores en EE UU. Las acciones, que habían caído en picada luego de las ventas masivas de marzo, se dispararon peligrosamente en las últimas semanas. Influyeron la migración de capitales hacia la economía norteamericana que produjo el temor a la pandemia y la falta de opciones atractivas para los fondos de inversión. Además del activismo de la Reserva Federal para comprar bonos corporativos, ayudando a las grandes empresas a financiar sus deudas. “Esta es la segunda vez que les rescatamos el culo», dijo al respecto Joe Biden, el líder demócrata, recordando lo ocurrido en la crisis de 2008. Es decir, mientras los empleos y las economías reales están por el piso, el capital financiero vuelve a mostrar su vigencia y poder.

En segundo lugar, las disputas entre las principales potencias siguieron debilitando los ámbitos multilaterales y casi todas las instituciones y mecanismos de cooperación. En otras epidemias (VIH/sida, ébola), la colaboración entre los países resultó muy productiva. Pero las tensiones actuales entre EE UU y China, por ejemplo, redujeron al mínimo cualquier actividad en conjunto. Conflicto que se mantendrá, al menos, hasta las elecciones norteamericanas de noviembre. Esta cuestión permite aseverar, de paso, que las crisis no canonizan ni mejoran a los dirigentes. Los que por entonces eran necios y ególatras, continúan siéndolo. En Washington y Londres. Y en Brasilia también.

En tercer lugar, que la mayoría de los gobiernos apelaron al uso de los recursos públicos para hacer frente a esta pesadilla. Subsidios, créditos, rescates y emisión monetaria sin reparar en el endeudamiento y el déficit fiscal. No está claro cuánto durarán estas intervenciones. Las del 2008 se diluyeron demasiado pronto. En esta oportunidad, es de esperar que las medidas de inclusión social y las mejoras en la salud pública perduren en el tiempo. Asimismo, que el calificativo populista, vago y repetido hasta el hartazgo, se esfume en puntas de pie.

Por último, y a pesar de la caída en el comercio mundial y del renovado proteccionismo de algunas economías, resulta alentador que los mercados y los acuerdos que suscribió la Argentina continúen, hasta ahora, sin trabas ni restricciones. Mantenerla cohesión y la dinámica del Mercosur resultará trabajoso en el presente. Al igual que resguardarlas exportaciones a Sudamérica, Europa y el Asia Pacífico. Pero el éxito en ambas gestiones será un pilar para la reactivación y el crecimiento futuro de nuestro país.