Una noticia de la semana pasada nos hace descender un escalón más en esta interminable escalera de contaminación en que se ha transformado el Río de La Plata. Nadie parece tomar conciencia, porque desde su escondite -paradójicamente detrás de la gran ciudad, que en realidad es el frente de la ciudad- siguen pasando cosas.
Pero ojos que no ven, corazón que no siente.
La novedad es que el río está medicado. Sí, aunque, la ironía suene rara. Mediciones tomadas por investigadores del CONICET y la Universidad Nacional de la Plata (UNLP) que forman parte de un trabajo sobre contaminantes emergentes, publicado en la revista científica Environmental Toxicology and Chemistry, así lo demuestran.
La presencia de Sildenafil (el conocido viagra), sumado a analgésicos, fármacos cardiovasculares y otros medicamentos como paracetamol e ibuprofeno, habitan sus aguas. Esto queda de manifiesto en 26 sitios distribuidos a lo largo de las siete cuencas que desembocan en nuestro río marrón.
Los hechos hablan de una situación reciente, no de las contaminaciones históricas con sus ya conocidas modalidades. Esta situación exhibe que los sistemas cloacales no llegan a depurar este nuevo tipo de contaminantes, y si a esto le sumamos industrias, pozos ciegos, rellenos clandestinos, descargas truchas, rellenos sanitarios y carencia de cloacas, el panorama es más claro aún. Motivo por el cual hoy el agua de ese río que no podemos usar y sobre el que se siguen proyectando rellenos (como el barrio de lujo que planea Jorge Macri en la desembocadura del contaminado Arroyo Medrano -Península Medrano-), no es ni más ni menos que su modificada realidad. Allí, los vecinos proyectan un parque, a través de una propuesta que acaba de entrar a la legislatura con la firma de quien suscribe y de Fabio Márquez, el persistente Paisajeante.
El río refleja todos nuestros comportamientos sociales: desde nuestro desinterés ambiental, hasta nuestros usos medicinales. Podemos definirlo como un indicador de patrones de consumo que revelan la vida que llevamos.
Si a eso le sumamos la higiene ambiental de la vía pública por un descuido destacado – donde no solo vemos y olemos más orín y sustancias viscosas que se encuentran en ella, sino también ese hilo de líquido nauseabundo que cae todos los días en el asfalto desde los camiones de basura, el lixiviado (término derivado de “lixo”, basura en portugués)- tenemos un muy buen combo de contaminación permanente.
Todo lo que se pega al asfalto decanta cuando llueve y se va por los pluviales, mezclándose con residuos cloacales, industriales y desechos farmacológicos, lo que constituye un gran reservorio de peligro para la biodiversidad del río, que como muchos otros del mundo, atraviesa esta depredadora circunstancia.
Es preciso llevar a cabo definitivamente una política pública hídrica y fluvial metropolitana, para nuestros arroyos y ríos. La misma debe contemplar sus saneamientos desde el mismo momento en que se producen las descargas.
“La masa entera del río no es otra cosa que el conjunto de todos los arroyos, visibles o invisibles, sucesivamente absorbidos: es un arroyo crecido decenas, cientos, o miles de veces”, así definía Élisée Reclus el polifacético científico anarquista, que escribió Historia de un arroyo, esa comunión de las aguas.
Hay principios como la educación y la prevención que, junto con los controles y la planificación urbana, debería tomar el Estado.
En países como España y Estados Unidos, por citar dos casos que conocemos, se suman al vademécum metabolitos de cocaína; aquí aún no lo sabemos, pero lo sospechamos…
Hoy, al río se le suma una responsabilidad más allá de los servicios ambientales que nos presta: mantener fresca la ciudad, función que se ve comprometida por los incesantes permisos para la construcción de una cordillera de edificios que la dividen en dos partes: una opulenta y poderosa con vista al río (al que seguramente, luego querrán recuperar) y otra cada vez más achicharrada.
Debemos advertir que en las aguas del río más ancho del mundo hoy tenemos un diagnóstico que habla de nuestros consumos, padecimientos y dolores, una verdadera hoja de ruta para actuar con sentido metropolitano. Si no, no hay solución posible.
Un río al que medicamos sin consultar a las autoridades competentes tendrá sus implicancias contraindicadas en el tratamiento para su recuperación ambiental. «