Hace apenas unos días, Manuel Adorni, el Smithers de Javier Milei, anunció que el gobierno tiene proyectado cerrar el Instituto Nacional del Teatro. Las razones son las de siempre y no vale la pena enumerarlas, porque pueden resumirse en un solo concepto básico, que atraviesa la médula de la ideología oficialista: la cultura no importa. Por supuesto, las pruebas en contra de esa reducción infantil son tan numerosas como las voces que de inmediato repudiaron no solo la decisión sino su mero anuncio, puesta en escena de una gestión que se enorgullece de despreciar a la mitad del país.
Pocas semanas antes, la editorial Paripé Books presentó entre sus novedades el libro Teatro Comercial. 299 notas sobre dirección y puesta en escena, escrito por el actor, músico y director argentino Lisandro Rodríguez. Se trata de una recopilación de anotaciones breves, reflexiones y conceptos que el autor desarrolla en torno al teatro independiente, una de las industrias culturales más prolíficas y exitosas de la Argentina. El libro de Rodríguez representa, de algún modo, una ventana amplia para asomarse a la cocina de ese universo.
Como su nombre deja claro, Teatro Comercial está organizado en 299 textos muy breves, a los que hay que sumarle dos notas adicionales, una de apertura a cargo de la actriz Lorena Vega y otra de cierre, firmada por el cineasta, dramaturgo y escritor Santiago Loza. El libro es, en realidad, muchos libros, que se entreveran y superponen a través de sus páginas. Un libro saludablemente esquizofrénico que replica el espíritu multitarea de su autor, capaz de hacerse cargo de todos los roles en una producción teatral con tal de sacarla adelante.
La más obvia de las personalidades del libro se manifiesta en su esfuerzo por definir qué cosa es la dirección teatral. “Dirigir es ordenar ese pasado que solo cobra sentido en el presente”. “Dirigir es acumular dolor para convertirlo en otra cosa”. “Dirigir es un acto inmaduro y adulto”. “Dirigir es […] cavar una zanja, transitarla una y otra vez”. “Quizás dirigir sea ordenar la confusión”. “No tengo idea de lo que es dirigir”.
Rodríguez no siempre está seguro de lo que piensa y sus dudas enriquecen el camino por el que decidió guiarnos. Pero entre las muchas otras formas de recorrer ese trayecto, hay tres que merecen destacarse como una forma de oponerse a la crueldad puesta en acción de un gobierno que se autoimpuso la misión de hacer desaparecer a la cultura.

La primera está relacionada con la decisión de colocar en el título la palabra “comercial”. Rodríguez insiste con especial énfasis sobre su origen como parte de una familia de comerciantes (dicho sea de paso, su libro también puede ser leído como una biografía escorada). Una marca de nacimiento que traslada a su forma de pensar y vivir el teatro, al que no solo considera una disciplina artística sino también una actividad comercial.
“Una obra de teatro es un espacio, un pequeño comercio, a veces a la calle, a veces al fondo”, dice el autor, como quien habla de un quiosco atendido por sus propios actores y directores. De alguna manera, el teatro independiente no es otra cosa y Rodríguez lo deja claro.
Otro enfoque para transitar el libro tiene que ver con el lenguaje, con las palabras que Rodríguez eligió para escribir sus 299 notas. La primera que llama la atención es el verbo “insistir”, que se repite mucho en los primeros textos. Y en efecto, Teatro Comercial es un libro insistente, en el que una frase puede aparecer (casi) literal en diferentes textos, o una idea desarrollarse una y otra vez, a partir de metáforas distintas.

Pero la insistencia más significativa tiene que ver con las palabras “trabajo” y “oficio” (y sus derivados), que aparecen en 42 notas (y también en el texto de Vega). Ambas forman una serie y se retroalimentan con otras muy usadas, como “obra”, “construir”, “material”, “herramientas” o “taller”, que insertan al teatro no solo en el mundo laboral, sino dentro de la clase obrera, en el mundo de la construcción.
No por nada el espacio teatral fundado por Rodríguez (Estudio Los Vidrios, Donado 2348, donde Teatro Comercial se presentó el domingo 25 de mayo pasado, día patrio) ocupa lo que parece haber sido un viejo taller o una pequeña fábrica. Y tal vez esa es una de las ideas más ricas que desarrolla en su libro: la de pensarse a sí mismo y a sus colegas del teatro independiente como operarios teatrales, como albañiles que construyen cultura en un contexto político signado por el desprecio a los trabajadores.