La escritora española Rosa Montero viaja con cierta regularidad a la Argentina donde tiene muchísimos lectores. Esta vez lo hizo para presentar su último libro, Animales difíciles, con el que culmina la serie de la detective Bruna Husky, una poderosa tecnohumana de combate que ha pasado a ser un androide de cálculo.
Bruna protagonizó tres libros anteriores: Lágrimas en la lluvia, El peso del corazón y Los tiempos del odio, cada uno de los cuales puede leerse de manera separada, dado que son historias independientes a las que une el personaje de Bruna.
“Soy única en el mundo, se describe Bruna en Animales difíciles. Una solitaria rareza. Ser diferente es mi destino. La antigua Bruna tenía una memoria artificial mucho más extensa y verdadera que la de los otros tecnohumanos, mi poco recomendable memorista, Pablo Nopal, me implantó ilegalmente su propio pasado. Todo esto sigue estando aquí, dentro de esta cabeza alborotada. Así que ahora soy un triple monstruo: por ser rep, por tener una memoria demasiado humana, por habitar un cuerpo prestado”.
“Y aquí estoy lamentándome de nuevo. Chapoteo en la asquerosa conmiseración de esta nueva vida. Qué blandos son los replicantes de cálculo, maldita sea”.
En esta autodefinición hay una advertencia sobre los peligros que supone el desarrollo de la Inteligencia Artificial que, según Montero puede llevarnos a la extinción.
En Animales difíciles Bruna se enfrenta al caso más difícil que debe resolver: ha sido contratada para investigar un atentado en las instalaciones de la gran empresa tecnológica Eternal.
Bruna acompañó durante casi 20 años a Rosa Montero. Pero la autora asegura que ha llegado el tiempo de ponerle fin a la serie, de separarse. Y toda separación, también la separación literaria, implica un duelo. Es que también duele separase de los seres hechos de palabras.

Rosa Montero
–¿Qué te provoca terminar la serie de Bruna Husky, con este cuarto libro? Es como una despedida.
–Está muy bien que la definas como serie. La gente suele decir saga, lo que no está bien porque cada libro no continúa el anterior. Yo nunca he sabido cuántos crímenes iba a haber. Lo que he hecho con esta serie es construirme un mundo propio que es a lo que aspira todo escritor. Entonces, es complicado terminarla porque me despido de ese mundo propio con personajes estables que yo podía visitar cuando quisiera.
–¿Cuándo te diste cuenta de que Animales difíciles iba a ser el último libro de la serie?
–Ni siquiera lo supe cuando comencé a escribirlo. Pero a la edad que una tiene comienza a pensar cuánto tiempo le queda para seguir escribiendo una serie, porque, a lo mejor, entre un libro y otro pasan cuatro o cinco años.
Pero, en realidad no es por esta razón que decidí terminar. Cuando comencé a pensar la historia, yo me paso un año o año y medio tomando notas, me di cuenta de que el crimen de este libro, en cada uno de los libros hay uno, era el más oscuro, el más angustioso y, además, a la pobre Bruna la he puesto frente a un doble frente de batalla: resolver el crimen y tener que vivir con un cuerpo distinto. Eso me permitió investigar mucho sobre un tema que está en todos mis libros y que es el de la identidad. Siempre me ha interesado ese tema, pero nunca lo había explorado como en este libro. Es muy difícil vivir en un cuerpo distinto.
Me di cuenta de que la novela era muy épica, más que cualquiera de las anteriores y que tenía una gran envergadura que tuve muy claro que no iba a poder alcanzar en otra novela. Todas mis novelas tienen la misma ambición estilística, la misma ambición expresiva. Escribo siempre para intentar poner un poco de luz en mis obsesiones. Una novela te puede salir o no, pero siempre la haces con la esperanza de poder lograr algo mejor de lo que has hecho antes. Me di cuenta de que no iba a ser capaz de hacer una novela mejor con el personaje de Bruna. Entonces, para hacer una porquería es mejor terminar. La dejo muy bien colocada, la dejo feliz.

–Es una novela muy compleja que es difícil escribir sin un minucioso plan previo. ¿Hubo un plan previo?
–Siempre hay un plan previo en una novela, pero en esta estuve muy perdida al principio. Me has preguntado cómo me sentía al terminar la serie de Bruna y ahora te respondo: pues me sentí mal (risas). Fue algo más que tuve que dejar. A nuestra edad son muchas las cosas que tenemos que dejar. Estuve acompañada por Bruna casi 20 años mientras escribía otras novelas. Por suerte un amigo me dijo algo que me tranquilizó mucho: si las extrañas, siempre puedes escribir libros de cuentos

Esa me ha parecido una ventana maravillosa, fue algo liberador que me ha quitado la pena que tenía. Cuando comencé a escribir esta novela ya sabía que iba a tener que ver con la Inteligencia Artificial. Tomé notas y cuando me senté a escribir la novela esas notas ya no servían porque la Inteligencia Artificial había dado tal vuelco que tuve que comenzar prácticamente de cero y prescindir de la idea de dónde iba a ir. Tuve que tirar las notas y me quedé como con el culo al aire. Estuve perdida al punto que pensé que se había muerto la novela, pero por suerte no fue así.
Creo que es la mejor novela de la serie, es muy crepuscular, muy poética, muy apocalíptica pero tiene un final muy consolador. Fue muy consolador para mí escribirla. Y no la he escrito de forma voluntarista, de repente desembocó en lo que desembocó. Creo que es un buen cierre de la serie. Fue como una epifanía, como encontrar tu lugar en el mundo, un mundo que se cae. Fue como decir respira no pasa nada, la vida puede, la luz es más fuerte que las sombras.

–El final tiene que ver con el amor, pero la Inteligencia Artificial no lo incluye aunque creo que el amor también es una forma de la inteligencia.
–Sí, pero de la inteligencia humana. Lo terrible de la Inteligencia Artificiales es que es inhumana. Se está construyendo una súper inteligencia inhumana. ¿Qué quiere decir inhumano? Literalmente que es no humano y que, por lo tanto, no tenemos ni idea de lo que es y no podemos entenderla en absoluto porque no tiene los parámetros de la humanidad. Cuando nos acercamos a la Inteligencia Artificial utilizamos razonamientos antropomórficos y humanoides. Decimos, por ejemplo, que no tiene amor. Es que es otra cosa. Nosotros vamos a ser las hormigas de la Inteligencia Artificial. ¿Pueden las hormigas concebir lo que es un ser humano? No, no pueden. Y eso es lo mismo que nos pasa a nosotros. No podemos ni aproximarnos intelectual ni emocionalmente a lo que es eso. Ése es uno de los problemas.
–¿Hay muchos otros problemas?
–Claro. Además, va a ser infinitamente más poderosa que nosotros y vamos a ser hormigas también en eso. ¿Pueden las hormigas controlar a los seres humanos y decirles que no pisoteen el hormiguero? No, no pueden. Y nosotros vamos a estar en la misma situación. Y no lo digo yo sola, lo dice gente como Geoffrey Hinton que es uno de los padres de la Inteligencia Artificial y Premio Nobel de Física del año pasado. En 2023 se despidió de Google para pode avisar que la Inteligencia Artificial puede acabar con la especie humana. Si no nos ponemos ahora a controlarla, no la vamos a poder controlar más.
–¿Estamos a tiempo todavía?
–Lo bueno es que ese futuro todavía no está escrito, pero tenemos que ponernos las pilas y empezar a escribirlo ahora. Hay otro problema con la Inteligencia Artificial y es que puede controlar nuestras creencias. La Inteligencia Artificial puede hacernos esclavos y hacernos pensar lo que ella quiera, mutar lo que ella quiera, hacer lo que ella quiera. Los neurocientíficos más importantes, entre ellos Rafael Yuste que dirigió el proyecto BRAIN durante el gobierno de Barack Obama, llevan años reclamando como voces en el desierto que se incluyan los neuroderechos en la carta de Derechos Humanos. Incluso han hecho una fundación de los neuroderechos.

Esos derechos son cinco y son tan elementales como el derecho a que nadie te meta nada en tu cabeza sin que tú lo autorices. Otro es que las nuevas técnicas de la Inteligencia Artificial no alteren de manera desigual nuestras capacidades neurológicas porque de aquí a diez o quince años el cerebro humano va a poder ser implementado de una manera brutal. La Inteligencia Artificial logrará que haya cerebros diez veces más inteligentes que el humano más inteligente, diez veces más inteligentes que Einstein, diez veces más inteligentes que Marie Curie.
¿Y quiénes podrán ser así de inteligentes? Los ricos. Entonces se va a crear una raza de ricos súper inteligentes y una masa de pobres comparativamente idiotas que serán esclavillos de esta gente. No se puede pensar en un futuro más distópico que éste. Pero está dentro de lo posible.
–Bueno, el actual presidente de Argentina dice que en el futuro la política será cuestión de la Inteligencia Artificial, una afirmación que me parece la de un ignorante.
–Es que vivimos en un mundo delirante. Ha habido otros momentos de la historia que fueron así. En los años 30, la República de Weimar fue igualmente delirante. Los discursos de Mussolini y de Hitler parecían igual de delirantes e igual de reales y las circunstancias eran parecidas. ¿Cómo es posible, por ejemplo, el terraplanismo? De cuando en cuando, como dice un personaje de mi último libro, los pueblos deciden suicidarse por medio de la ignorancia.
Un futuro que es presente
–Aunque tu novela transcurre en el futuro, comienza en Madrid el 22 de enero de 2111, creo que está hablando del presente. ¿Es así?
–Sí, está hablando del presente. Siempre he dicho que mis cuatro novelas de Bruna son las más realistas que he escrito. En el mundo que habla nuestra lengua hay un prejuicio tremendo con la ciencia ficción. La gente no sabe lo que es, cree que habla de cosas esotéricas y raras, pero es todo lo contrario. Lo que te da la ciencia ficción es un herramienta metafórica poderosísima para hablar del aquí y del ahora, para ver el presente y poder desentrañarlo de la forma más profunda. Sucede algo que me da miedo y es que desde que publiqué la primera novela de Bruna en 2011 se está cumpliendo todo lo que digo en esa serie. Hace unos días hubo un apagón en España y Portugal. En la novela anterior a ésta, Los tiempos del odio, hay un apagón total en España y Portugal. En mi novela se trata de un acto terrorista que intentan disimular hablando de una emisión electromagnética del Sol, de la que también se ha hablado cuando se dio el apagón reciente. Así de realista es lo que escribo.