Ese es el título que Fyodor A. Lukyanov eligió para el artículo publicado en la revista digital de Russia Global Affairs de enero pasado. Lukyanov es investigador en la Alta Escuela de Economía de Moscú, profesor en la Facultad de Relaciones Internacionales y miembro del Club Valdai, un foro internacional de debate acerca de los asuntos del mundo. No, no es el Davos ruso, el Valdai es en serio.
“Las políticas domésticas siempre tienen relación con la política exterior, borrar fronteras es una de las características de la globalización”, escribe al principio del texto. Esto plantea nuevas interrogantes: “ahora se trata de ver qué dimensión pesa más, si la dinámica interna de los principales países en los asuntos del mundo o viceversa”. Desde ya, no es posible utilizar las categorías del pasado para realidades diferentes en plena dinámica de la historia, habida cuenta que “algo es cierto: las teorías de las relaciones internacionales son inútiles sin una perspectiva sociológica. Es imposible saber lo que pasará el “gran ajedrez” si no entendernos los sentimientos públicos en cada casillero”. Está en juego “la legitimidad, entendida como la habilidad de cada gobierno en el reconocimiento público de la capacidad para gobernar”. Claro.
Con la caída de la Unión Soviética que termina con las democracias populares, nos dice Lukyanov, ahora la norma son los sistemas electorales con multiplicidad de partidos políticos, e incluso las dictaduras pasaron de moda. “Crear o al menos imitar las instituciones democráticas es lo correcto que hay que hacer”. Por demás, los derechos democráticos conquistados por las masas no parece que puedan ser arrebatados.
Sin embargo, y es todo el problema de la legitimidad y de las elecciones en el mundo contemporáneo, las democracias liberales no han podido mejorar la situación de los pueblos, lo que trae como consecuencias el descreimiento y la indiferencia acerca de las bondades de tal sistema político. Naciones como China o los Estados del golfo, que no responden a los parámetros liberales, apunta Lukyano, están entre los países con mejor futuro y también crecen en importancia internacional. De hecho, en los países con más tradición democrática -vemos que apunta al occidente colectivo- las elecciones son apenas un procedimiento formal para mantener las relaciones de fuerza existentes. Trate usted de ser legislador en Estados Unidos sin ser multimillonario. Vea. Es el gobierno de los establishment, que busca la legitimidad perdida en la comunicación de amenazas fantasiosas, como el regreso del comunismo, la guerra rusa o las oleadas de inmigrantes. De tal modo cada día de elecciones es presentado por los medios masivos de comunicación como un combate para prevenir un determinado peligro que acecha a la democracia, pero jamás para cambiar algo. Lo que por cierto suele alimentar los extremismos liberticidas, como en Argentina.
Con este escenario internacional, Rusia va a elecciones entre el 15 y el 17 de marzo. Si bien existen partidos de oposición, dos liberales y el partido comunista, lo más probable es que la victoria de Vladimir Putin sea contundente en las urnas. Recordemos que la Federación de Rusia es un país capitalista desarrollado que debe asumir una guerra defensiva contra la agresión de la OTAN. El bloqueo occidental no ha surtido efecto pese a la confiscación de haberes rusos en el exterior. La reorientación de las exportaciones hacia China e India funciona, para mayor agrado de cada participante. Rusia se despliega en el Sur Global. La política de sustitución de importaciones es un éxito, como lo fue en otros momentos el masivo traslado de fábricas a la región de los Urales en 1941. Por supuesto que existen dificultades. Pero es propio de estadistas recordar los momentos épicos de la historia para alcanzar los objetivos del presente.
En el discurso del 20 de febrero frente a los legisladores de la Federación, Putin destacó la necesidad de la soberanía científica y tecnológica, la economía mixta, las ayudas a las familias, el empuje a la educación en todos los niveles, el desarrollo de obra pública en función social, entre muchos más conceptos. Más que una apertura de sesiones, expuso el programa político para los próximos años. Lo realizado con anterioridad es lo que brinda la credibilidad necesaria para encarar nuevas etapas con apoyo popular. Mientras, los medios masivos occidentales ven el Navalny en el ojo ajeno y no el Assange en el propio. Predicen la caída inminente de Putin y de Rusia… como desde hace 20 años. Pero la rusofobia no solucionará los problemas políticos, económicos y sociales de una Europa ya resignada a al destino de península.
Ya sea por un juego de espejos que atrasan, o por simple dialéctica, occidente es hoy más parecido a la Unión Soviética de lo que es la Federación Rusa. Concluyamos con un célebre refrán de la época comunista atribuido al disidente Alexander Solzhenitsyn: “Saben que nos mienten. Saben que sabemos que nos mienten. Sabemos que saben que sabemos que nos mienten. Y aun así, siguen mintiendo”. ¿Y ahora? ¿Quién miente? ¿Quién pierde legitimidad?