Una tienda de campaña hecha jirones se bambolea sobre unas ramas que apenas se mantienen a flote sobre el agua. Llueve con violencia y los rayos parecen hacer vibrar la tierra. No se trata de las aguas de Mediterráneo, bien cercanas a un par de centenar de metros, sino las inundaciones que genera la devastadora tormenta. Esas aguas no tapan ciudades sorprendidas por el vendabal o campos que no absorben semejante volumen de agua caída. Tapan la destrucción provocada por Israel. Tapan la sangre provocada por la guerra sin cuartel que sigue manchando la montaña de piedras depositadas tras cada bombardeo. Tapan la muerte y la desgracia acumulada de cada gazatí que se resiste a creer que los dioses puedan enviarle tanto sufrimiento.
Esta semana no se trata de los muertos que produjeron las bombas enviados por el ejército israelí, que siguen sucediéndose bajo cualquier pretexto, a pesar de que el supuesto alto el fuego de hace dos meses, tan alardeado por el gobierno de Benjamín Netanyahu y por un amplio sector del mundo que le entrega su complicidad.
Esta semana no se habla de la muerte de niños por la hambruna, o de la sempiterna ausencia de ayuda humanitaria, o del aislamiento tremendo que afecta los servicios a alimentarios y de salud más básicos de una población que apenas sobrevive. No, esta semana las imágenes que llegan de Medio Oriente no son las de nenes hambrientos, edificios derrumbados, profesionales clamando por ayuda humanitaria, toda la gente implorando por una paz verdadera.
No. Esta semana, una de tantas imágenes fue la de un niño de no más de nueve o diez años lanzándose desde esa tienda de campaña que empezaba a hundirse en las aguas turbulentas generadas por una tormenta excepcional en la Franja de Gaza y aledaños.
Ese niño que se vio solo, que entró en pánico, que sucumbió ante la desesperación y que se arrojó a las aguas. Ese niño que, al cierre de esta edición, permanece desaparecido. Ese niño, otra de las miles de víctimas «menores de edad» que padecen las siete plagas de Gaza.
De otros tres sí se conoce el paradero: un bebé de ocho meses, una niña de nueve y un niño de siete murieron por hipotermia, según la información suministrada por informaciones de la agencia palestina de noticias Wafa. Dos, de al menos una veitena de personas fallecidas a consecuencia del frío y las lluvias que azotan al enclave. La mayoría de las víctimas mortales se concentran en Beit Lahiya, al norte de Jabalia, cerca de Beit Hanoun (allí se derrumbó una casa) o en el campo de desplazados de Al Shati (edificios bombardeados colapsaron debido a las lluvias). Las comisiones de rescatistas llegaron a contabilizar casi 5000 peticiones telefónicas de ayuda. Se calcula que unas 29.000 tiendas de campaña quedaron inservibles o fueron devoradas por el agua o fueron arrastradas por los fuertes vientos.
Es que hacía al menos un año que el cielo no aportaba una gota de lluvia a la tierra de la región. Tanto ruego por un alivio y el cielo responda de ese modo… El comisionado general de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA), Philippe Lazzarini, alertó que más de 795 mil personas están en riesgo en zonas llenas de escombros.
La noche y el invierno
«La noche de ayer fue especialmente complicada. La tormenta destruyó edificios que ya estaban dañados y mató a muchas personas. Incluso hubo un niño que murió de frío (N.deR: fueron tres en total) y muchas tiendas de campaña se inundaron. La gente tenía sus cosas en el agua, los colchones y la ropa estaban mojados y hacía mucho, mucho frío. Una compañera me ha dicho que le preocupa más la llegada del invierno que los bombardeos actuales, debido a las terribles condiciones de vida que se viven hoy en Gaza”. Caroline Seguin, coordinadora de emergencias de MSF en Gaza, describió la tremenda situación en la que se encuentra la población de Gaza, empeorada tras la tormenta.
Encima se acerca el invierno y las bajas temperaturas se sumarán a los infinitos pesares, ya descriptos. No es un dato menor: «El año pasado vimos un enorme aumento de las infecciones respiratorias en los niños, así como de la diarrea, y, por supuesto, todos los heridos que viven dentro de las tiendas tendrán grandes dificultades para curar sus heridas y probablemente sufrirán un aumento de las infecciones en las heridas», reafirma Caroline.
Y recuerda: “Es muy duro para los recién nacidos, sabiendo que, con la última hambruna, tenemos muchos niños que nacen con bajo peso, por lo que son muy frágiles. Empezar la vida en estas condiciones, bajo tiendas de campaña que se mueven con el viento, es tan difícil…” «