¿Que tienen de particular los cuidados en el monte, en la alta montaña o la puna? ¿Son iguales esas tareas a las que se suceden en las casas de las grandes ciudades? Las múltiples y específicas experiencias de mujeres cuidadoras que están atravesadas por el género, la territorialidad y la multiculturalidad, son parte de las reflexiones que impulsan activistas e investigadoras de las comunidades indígenas y rurales en diversos puntos del país.

Mariana Ortega es docente en la Facultad Regional Multidisciplinar Tartagal de la Universidad Nacional de Salta. Es comunicadora social, doctora en Ciencias Sociales y oriunda de Tartagal, donde aún vive, en la provincia de Salta.  Ortega es también activista e integrante del colectivo de mujeres indígenas “Arete” de la Radio Comunitaria La Voz Indígena.

Desde 2015 realiza trabajo de campo etnográfico con mujeres y comunidades originarias de Tartagal. Actualmente trabaja en una investigación sobre la experiencia de las “madres del monte”, las mujeres que cuidan y protegen el territorio contra el desmonte. Pese a su amplio currículum, antes de comenzar la entrevista, aclara que habla desde los orígenes de su familia, que es campesina de Bolivia. Así conozco cómo se organiza la vida en la ruralidad” cuenta en diálogo con Tiempo Argentino.

-Desde tu experiencia como activista e investigadora, ¿qué crees que tienen de particular las experiencias de las mujeres de comunidades rurales?

-Para mí es importante tener en cuenta de qué estamos hablando cuando decimos ruralidad. Es decir, hay zonas que están cerca de la ruralidad pero que fueron o están siendo lentamente incorporadas a esquemas más cercanos a la urbanización. No podemos decir que se trata de una ciudad si la comparamos con otras grandes ciudades, pero sí esta integración hace que se vayan incorporando otras lógicas, sobre todo de ordenamiento territorial, y es uno de sus principales focos de resistencia y de conflicto, porque significa el retraimiento de lógicas de convivencia con el monte nativo, por ejemplo, y de dificultades para abastecerse de los recursos que el monte ofrece a partir de la pérdida de este.

-¿Existen puntos en común entre el modo de organizar los cuidados en la ruralidad y en los centros urbanos?

-Hay una convivencia de todas estas prácticas. Una mezcla. Sí creo que una de las diferencias grandes es cómo se tipifica el trabajo en entornos más urbanos, incluido Tartagal, para las mujeres o las feminidades trans, quienes no tienen las mismas condiciones, sin duda están mucho más precarizadas y más excluidas. Mientras que en la ciudad el trabajo femenino está más orientado a las instituciones o los comercios, es decir en lo público, en los entornos rurales las mujeres trabajan en la casa, en la producción familiar y en la realización de tareas de cuidado y de producción que son formas de trabajo, creo que ahí hay una diferencia en esa ocupación de espacios extra domésticos o la salida a estos lugares.

En lo político hay una diferencia también ahí sobre las mujeres indígenas particularmente que se han dado cuenta de estas lógicas de transgresión de esos límites para ocupar espacios. En el caso de las mujeres rurales pueden realizar tareas múltiples y organizarse entre las propias mujeres, primas, tías, abuelas, para organizar el cuidado y las tareas que se realizan ahí. A diferencia de lo que pasa con que hay que delegar esa función mientras uno está fuera de la casa y el cuidado de los hijos, por ejemplo, a otras personas en entornos urbanos. Lo que sí veo es que las mujeres aportan mucho a la economía y trabajan fuertemente en el cuidado y en tareas institucionales. Es interesante observar que hay una retracción del autocuidado por una limitación material de tiempo: si una debe cuidar a otro, poco es el tiempo que puede destinarse a sí misma, por ejemplo, para ir al médico, para hacerse controles, para hacer otras actividades que no sean ser responsable del cuidado de alguien, pero al mismo tiempo, sobre eso hay una responsabilidad asumida, en el caso de las mujeres rurales. Hay una idea de “es mi responsabilidad cuidar y hacerme cargo de esto”

¿Es posible explicar la distribución de los cuidados en la ruralidad solo desde una mirada sobre los roles patriarcales en la sociedad?

-Es necesario mirar los cuidados con perspectiva cultural o intercultural. No todas las sociedades organizan las tareas de cuidado de la misma manera. No todas las sociedades tienen la misma concepción sobre el cuidado. Por ejemplo, lo que yo observo aquí es que hay una concepción colectiva o comunitaria del cuidado, con respecto a los niños y niñas. Hay redes parentales que participan de ese cuidado de forma activa en espacios que también son comunitarios y de redes parentales que son muy amplias. Me refiero a que viven todos en un mismo territorio común y cuidan de los hijos, hijas de unos y de otros, de todas esas familias de un modo en el que no existe tanto esta idea de la “privacidad”.

Hay participación de otras personas, integrantes de las propias familias o de la comunidad en esas tareas de cuidado. Recientemente hubo un fallo de una adolescente que fue institucionalizada, que participó en la radio La Voz Indígena y que estuvo muchos años institucionalizada en un hogar aquí y que la comunidad solicitó a la justicia estar a cargo de su cuidado. Fue otorgada en adopción a la comunidad y en la audiencia se consideró que los cuidados comunitarios que su comunidad podía brindarle eran suficientes para hacerse cargo de la menor y no quitarla de su cultura de su origen.

-¿Creés que esas experiencias demuestran justamente la asimetría entre varones y mujeres en el rol de sostener la vida de sus familias o comunidades?

-Puede ser visto como una forma de asimetría, o como un indicio de que en esas sociedades hay grandes disparidades de género. Pero hay estudios que demuestran que estas mujeres, a partir de esas tareas, ganan estatus y jerarquía dentro de sus comunidades. Por ejemplo, la maternidad también es una práctica garante de estatus y de alta estima dentro de estos grupos lo que les permite cierto grado de autonomía con respecto a los varones. Entonces, la participación de las mujeres en la economía, el grado de aporte femenino a la economía comunitaria es también un síntoma de estatus y de autonomía, o puede leerse en esos términos a partir de algunos estudios, por ejemplo, con el pueblo guaraní, que evidencian cómo las mujeres que hacen todas estas tareas y también venden productos en las ferias, son las que aportan, las que llevan todos esos ingresos y les permiten a los hombres, por ejemplo, garantizarse algunas condiciones de vida.

¿Qué aporta mirar estas relaciones de género desde la interculturalidad?

-Las mujeres ocupan un rol de predominio en la sostenibilidad de la economía. Por eso creo que es importante mirar esto tomando en cuenta las características socioculturales de esas relaciones que por supuesto se van transformando pero que en esa transformación tienen su riqueza. No podemos uniformizar y pensar que todas las tareas de cuidado son exactamente generadoras de disparidades, aunque en muchos casos sea así. Creo fundamental ver qué dicen esas actoras sobre esos procesos, cómo se ven a ellas mismas en esas tareas y así poder evitar esas miradas miserabilistas que consideran que todas las mujeres de pueblos originarios son empobrecidas y están padeciendo y que no tienen ninguna posibilidad de ser autónomas, sino que están totalmente subyugadas al dominio masculino. Creo que ahí hay mucha proyección o muchas lecturas basadas en criterios eurocéntricos lo que genera miradas tendientes a objetivar por demás o estereotipar a esas subjetividades ajenas. 

-¿Existe organización política de las mujeres rurales e indígenas?

-Son mujeres que sí están organizadas y se mueven para mejorar sus vidas, para transformar las vidas de sus comunidades y también enfrentarse a problemas como la violencia de género, también los problemas relacionados con la pérdida de territorio y las amenazas que esto implica. Se enfrentan a eso con mucha valentía. Y creo que eso es absolutamente conmovedor, pero además es interesante observar cuando vemos las luchas de las mujeres o de las feminidades a lo largo del mundo. No solamente es el feminismo, sino que hay otras manifestaciones de las luchas de las mujeres. El feminismo es un camino, pero también hay otras manifestaciones.

¿Qué desafíos implica para los feminismos estas realidades?

-Creo que el feminismo debería poder ver esta diversidad y heterogeneidad de problemas a los que se enfrentan las mujeres en los distintos territorios. Ver a lo que se enfrentan y poder escuchar y acompañar también desde las diferencias. Se trata de entender las trayectorias, entender el porqué de las demandas y de nuevo entender esas liberaciones situadas. Creo que ahí está el camino. Hay muchos factores que también están incidiendo en las prácticas de lucha y en las cosas a las que se enfrentan las mujeres rurales, por ejemplo, más allá de la cuestión de género. Por lo tanto, hay que poder mirar todo el panorama y entender, acompañar y respetar la autonomía para poder plantear puntos en común.

Cuando miramos la división sexual del trabajo, que tiene que ver con las tareas o los roles que desempeñan de acuerdo a las formas en las que están reglados los géneros dentro de cada grupo, podemos ver que las mujeres son grandes aportantes a la vida y el sostenimiento de la vida colectiva, individual de estos grupos. Son las mujeres las que desarrollan las tareas de recolección, las tareas de limpieza, las tareas de cuidado, las que cuidan no solamente de los animales, de los niños. Cuidan de los varones, hacen el fuego para hacer el pan que llevan los niños al colegio y así podría enumerar mil cosas más: hasta la recolección de agua, que no es sencilla en esos entornos. Son la base fundamental de la existencia de estas sociedades y de la reproducción de estas sociedades.