Periodismo y poder: pues entonces, ¿quién lo tiene?
Está cada vez más claro que nos toca ejercer el oficio en un marco y en un tiempo en el que lo que más importa es el balance entre oferta y demanda. Lo sintió en carne propia un periodista del palo político. “¿Poder? Y sí, pero muy cada tanto y cuando les conviene.
Ahí, por un ratito, te dejan que espíes sus naipes. Pero los que verdaderamente juegan a las cartas son ellos”. ¿Quién tiene el poder?, vale preguntarse y responderse con sinceridad cuando se habla del poder del periodismo, livianamente calificado como “el cuarto poder”. No es disparatada la sensación (por momentos, también convicción) de que los efectos de la globalización sumados a los de la revolución digital liquidaron al periodismo tal como nos lo transmitieron muchos de los veteranos alquimistas que nos precedieron. La información disponible (que dista bastante de ser toda la información) es utilizada principalmente por grupos económicos concentrados o monopólicos para afianzar sus intereses y asegurar sus negocios y ganancias. Ha quedado bastante atrás la necesidad de contar con investigaciones que cambien rumbos, que transformen, que revelen, que sacudan al mundo establecido. Importa el caso que llene páginas y minutos de aire, el escándalo que lastime a gobiernos y salve de culpa y cargo a intereses privados y empresarios.

Calificado periodista de agencia noticiosa, especialista en temas profundos del deporte, conductor de audiovisuales, Ezequiel Fernández Moores escribió en la revista Temas un texto muy esclarecedor. Citó a uno de los fundadores del diario francés Le Monde que, directo y conciso, dijo de nosotros los periodistas que éramos “como los choferes. Algunos se sentirán al manejo de un viejo Citroën y, otros, en cambio, se creerán más poderosos conduciendo un Mercedes Benz. Pero ni uno ni otro dejan de ser choferes. Los dueños de los autos son sus patrones. El chofer podrá cada tanto sentir que comete alguna travesura. Pero, en definitiva, es el dueño del auto el que indica hasta dónde se puede llegar”. Ezequiel parte de ese pensamiento, que parece tener mucho conocimiento de causa, y lo acerca al territorio del que es especialista. “El periodismo deportivo quedó condenado al entretenimiento. Así también, el periodista deportivo quedó condenado al rol de animador, relator de hazañas que entusiasman a las multitudes. ¿Cómo hacer para informar sobre altas y bajas del espectáculo deportivo cuando cualquier periodista sabe que el propietario del medio en el que trabaja es también parte interesada en el negocio?”. Lúcido y valiente en su análisis, Ezequiel entiende que “antes los dirigentes deportivos tenían fuerza para negociar desde una posición de poder, porque sabían que eran los dueños de la materia prima. La situación es distinta. Los dueños de los medios se han convertido también en dueños del espectáculo”. Menciona en el artículo las prácticas monopólicas que, en ocasiones, obliga al periodista, tenga poco o mucho renombre, a adaptar su pensamiento o a mimetizarlo con el de la empresa. Su conclusión es verdadera y dolorosa: “El problema no es exactamente aquello que decimos. El problema, en realidad, es todo aquello que callamos”. Esa fisura a la que Fernández Moores alude cruza los tiempos. En cualquiera de las actuales escuelas de enseñanza del periodismo pueden leerse en libros especializados o en definiciones precisas pero insuficientes, como “periodismo es difundir todo aquello que no sea propaganda” o “periodismo es eso que los poderosos no quieren que se sepa”.
Seguramente, los colegas que en 1938 organizaron en Córdoba el Primer Congreso Nacional de Periodistas no solo lo hicieron motivados por el propósito de lograr mejores condiciones de trabajo, sino para discutir con conciencia de clase las decisiones empresariales. Tuvo que pasar un tiempo hasta que, en 1946, el Congreso de la Nación votó la ley 12 908, la misma que con serias lesiones y fracturas expuestas aún rige (o debería hacerlo) el ecosistema laboral periodístico. Muchos hicieron posible esa gesta. Pero la historia reconoce a algunos elegidos. Por ejemplo, al prestigioso periodista Octavio Palazzolo que fue el que le acercó el borrador de la futura ley al coronel Perón, cuando este cumplía funciones en la Secretaría de Trabajo y Previsión. Ya como presidente, Perón sumó voluntad para que el documento alcanzara estado de derecho.
En un texto excelente publicado en la revista independiente Cítrica (proyecto de necesidad y urgencia de ex trabajadores del diario Crítica cerrado en 2010) y firmado por Mariano Pagnucco, se dice que desde esos momentos fundacionales hay marcas y grietas que siguen vigentes. Las más importantes se refieren a la condición de los periodistas. La nota se pregunta: “¿Seres librepensadores que vuelcan sus ideas para intervenir en la esfera pública u obreros del pensamiento que ponen su fuerza de trabajo al servicio de patrones que lucran con el resultado de su labor?”. Preguntas similares también se hacían en los tiempos en que diarios como La Prensa, La Nación, Crítica o La Razón ocupaban la centralidad informativa.

Aquí importa el recuerdo de Palazzolo. “Por un lado estaban los que hinchados de una enorme vanidad seguían alimentando la leyenda del periodista […] quijotesco, heroico, que solo vivía para difundir ideas. Por otra parte, estábamos los que habíamos superado ese magnífico pretexto, destinado a pagar sueldos de hambre, a enriquecer a las empresas o a solventar los lujos de algún director-propietario”.
Nada ilustra mejor acerca del verdadero poder del periodismo y de los periodistas, la historia contada por el cronista al que la revista en la que trabajaba le confió la misión de seguir a sol y a sombra la visita de Christina Onassis a la Argentina. Desde que se dieron la mano por primera vez hasta su despedida, el hombre no se perdió ningún movimiento. “En un momento me creía un magnate del jet set. No era para menos, andar de un lado para el otro con la heredera de una de las mayores fortunas del mundo. Pero no. Compartimos el remis hasta la mansión de una amiga y antes de bajar, me volvió a dar la mano y me dejó una propina”.
La pelea por el título
Es la inicial llamada de atención, ese guiño que de la cabeza de página le inyecta interés y curiosidad a la cabeza del lector. Es la puerta de entrada a una noticia, a una historia, a una revelación que se desconocía. Toda información periodística empieza por el título y, si es bueno, atractivo, apropiado, mucho mejor.
Ahí anda el dicho de redacción: “Dame un buen título y te armo la mejor nota del mundo”. En la tarea periodística el título es una estrella indiscutida. Cuentan que en uno de los tantos diarios en los que aportó tiempo y talento el joven Ernest Hemingway, una autoridad insidiosa quiso ponerlo a prueba. “Arme un título de seis palabras y de tres líneas”. Sin atormentarse y después de dar algunas vueltas escribió The Old Man And The Sea, lo que con el tiempo se convertiría en el título de su novela más conocida: El viejo y el mar.

Entre nosotros, también hay un título ingresado al salón de la fama. En la sección deportiva de un diario, a Américo Barrios le pidieron que hiciera un título en tres líneas con palabras que tuvieran solo tres letras. Su magistral respuesta fue “Hoy hay Box”. Durante largo tiempo, Barrios (seudónimo de Luis María Albamonte) se destacó en radio. Allí creó un título de oro para su sección de aguafuertes ciudadanas: “¿No le parece?”. Le doy mucha importancia a los títulos.
Encontrar uno adecuado me hace feliz, me deja tranquilo, me alivia de una pasajera aridez de inspiración y me instala en la ruta de lo que necesito y quiero decir. Aclarado esto, debo reconocer que, aunque amo jugar con las palabras, no he sido un buen titulero. Sin embargo, una vez, evocando a Manuel Belgrano y a la creación de la Bandera encontré uno que todavía me gusta: “El que la hizo, y la izó”. Y cuando digo que no figuraré en el libro de oro de los títulos, pienso en alguien como Juan José “El Nene” Panno. En el suplemento Líbero de Página/12 hizo varios títulos memorables. Seguramente relacionando el éxito de la telenovela Ricos y famosos y hablando de los sueldos de los jugadores escribió “Riquelmes y famosos”. Luego de un partido en el que Juan Román la había descosido eligió “Imperio Román”. En un mal momento futbolístico de Boca para volanta jugaron con “Pésima actuación” y para título principal frotaron la lámpara y salió “Boca jugó como el otro”. Tiene en archivo una colección de titulares sugerentes. Un remero de apellido Fernández de la Concha había ganado una regata importante pero la diferencia con quien lo siguió era mínima. Crónica tituló “Fernández de la Concha ganó por un pelito”. Y esta otra de Olé, probablemente el más machirulo de la historia del periodismo. Cuando las Leonas ganaron una medalla importante en un torneo de hockey pusieron en tipografía gigante: “¡MACHAS!”, recuerda Panno.
En la liga de los títulos están clasificados algunos resueltos con una sola palabra, pero que, de tan fuertes, lo dijeron todo. La muerte de Perón fue reinterpretada por los medios. Para ponerse cerca de la condolencia colectiva Crónica eligió la palabra MURIÓ.
Ante el mismo acontecimiento, el diario Noticias prefirió titular con “DOLOR”. Cuando la edición de Clarín del 10 de diciembre de 1983 (la histórica jornada en la que se recuperó la democracia) llegó a sus lectores, vieron en vistosa tipografía la palabra LLEGAMOS. Ya en democracia, el diario Sur presentó una tapa negra y en letras blancas la expresión INDULTO. La llamada de Crónica ante el fallecimiento de Diego Maradona fue simple y contundente: “ADIÓS”. La antología no deja afuera a otros títulos igualmente impactantes, pero resueltos con dos palabras, como el de La Opinión apenas ocurrido tras el golpe de 1976: “Intervención Militar”. Los tres que se consignan a continuación salieron en Página/12: “Adiós YPF” (cuando capitales españoles se hicieron cargo de la petrolera estatal); “Fuerza todos”, al día siguiente del fallecimiento de Néstor Kirchner y “Sí, quiero”, tras la sanción del matrimonio igualitario. Con el polémico argumento de que era “la guerra de todos” los medios no pudieron superar la exigencia de la información única y crearon textos y títulos de inoportuno triunfalismo. “Vimos rendirse a los ingleses (La primera revista en llegar a las islas)” y “Seguimos ganando”, aparecidos en Gente y una serie de la revista Tal Cual como “La Thatcher está loca” o “La bruja Thatcher”, son apenas unos pocos, pero representativos de la manipulación.
Con sistemática voracidad, el periodismo y sus oficiantes se apoderaron de títulos originados en otros territorios. Fueron usados y vueltos a usar, pero todavía tienen vida por delante. De la mano de la literatura llegaron “Sin novedad en el frente”, “Triste, solitario y final”, “Historia universal de la infamia” o “A sangre fría”. De la pantalla grande al papel en blanco viajaron (Mujeres, o lo que venga mejor) “Al borde de un ataque de nervios”, “La fiesta inolvidable”, “Último (tango o no necesariamente) en París”. Con música incorporada aumentaron el repertorio Esos locos bajitos, Las vaquitas son ajenas, Solo le pido a Dios o el Oíd mortales del Himno. Dribleando en el área de la creación, la célebre sentencia de Diego Maradona “La pelota no se mancha” tuvo múltiples usos. El discurso político fue otro venero. Desde “Las patéticas miserabilidades” que Hipólito Yrigoyen dedicó a sus adversarios, efectivamente patéticos y miserables, hasta la actual “Motosierra” que solo imaginando su sonido llena de desazón. Pero hubo otros que llenaron páginas y tapas. “La más maravillosa música” (copyright de Perón), “No pudo, no supo, no quiso” (propiedad intelectual de Alfonsín) o el “Estamos mal, pero vamos bien”, del presidente Menem. Hay titulares tan usados que merecerían ser suplentes. Este es un podio, seleccionado con condenable arbitrariedad. Puesto 3) “Barajar y dar de nuevo”; 2) “El sueño terminó” y 1) “¿Qué hay de nuevo, viejo?”. Aunque, como dijo alguien, el público se renueva. Se sugiere no insistir con ellos porque el desgaste es grande.
Con mucha frecuencia el arte de titular es tema central en las redacciones, en donde quien proponga más desenfado y gracia en sus títulos se habrá ganado un lugar único. Desde su aparición en 1987, Página/12 apeló a fotomontajes, dibujos de Rep o Daniel Paz y en especial a títulos tan ingeniosos como provocativos, tan críticos como humorísticos. La década menemista les permitió ejercitar al máximo sus chispeantes interpretaciones políticas. En marzo de 1991, enojado por denuncias que comprometían a sus funcionarios, Menem acusó al diario de practicar periodismo amarillo. La respuesta fue la publicación de una edición impresa en papel amarillo con la marca Amarillo 12 en tapa. El 8 de julio de 1992 la marca del diario mutó a Página Once. Toda la edición venía con el rótulo de “Kosher”. En este caso, salieron al cruce de un enojo del empresario Jorge Antonio que ante una información que lo involucraba, se consideró perseguido y acusó a Página/12 de ser un medio de judíos. En la portada llevaron una foto del veterano ex secretario de Perón, trucada con bigotitos tipo Hitler y la marca del día fue El diario de Ana Frank. Una vez aludieron a las continuas prácticas deportivas del presidente y esa edición llevó por título Pelota 12. Y en otra, para referirse a la presencia de Menem en salones exclusivos o a sus enredos amorosos trocaron la marca a Radiolandia 12.
El periodista Fernando Capotondo contó a este libro una anécdota deliciosa que vivió en 2003 en el diario Crónica, por entonces todavía en manos de Héctor Ricardo García. Se estaba por aprobar la ley de matrimonio igualitario y García –vaya gesto audaz– propuso publicar un suplemento dedicado a las minorías sexuales. El diario ya venía cuestionado por enfoques u observaciones que en la actualidad serían motivos de denuncia homofóbica. Pero la idea de García se concretó. Crónica del Orgullo Gay comenzó a salir en la edición vespertina de los viernes. “Me eligieron a mí para dirigirlo, porque, en comparación a otros jefes, más veteranos, tenía una mirada más moderna. Trabajé mucho para ponerme muy al día, tomé contacto con las organizaciones haciéndoles entender que tenían el diario a disposición. Tal como el gallego había adelantado, la venta del vespertino empezó a aumentar”. Algo común, de cuando la edición de medios impresos era más artesanal, era que el diagramador encargado acostumbraba a ponerle títulos chistosos. Y ahí ocurrió lo imprevisto. Habían preparado un informe especial sobre la homosexualidad en las Fuerzas Armadas, un tema tabú aún hoy y, haciendo una de las suyas el diagramador se divirtió identificándolo como “Milicos trolos”. Capotondo dice hoy que intentó parar las rotativas, pero no pudo hacerlo. La edición ganó la calle y lo que podía haber sido un escándalo, no pasó de ser una anécdota memorable. “Enseguida pedí verlo a García, con el propósito de poner mi renuncia a su disposición. Pero llegué, él tenía la página abierta, me miró, se sonrió y me dijo: ‘Che, Capo, me gustó el título’. Lo que pasó después también fue sorprendente. Empezamos a recibir mensajes desde las organizaciones felicitándonos por habernos metido con ese tema, tan poco tocado, y, en especial, elogiándonos el título”, cierra la historia Capotondo y recuerda que a partir de ese momento controló mucho más de cerca las bromas del diagramador.
La bio del maestro
Mi nombre y apellido completo es Carlos Alberto Ulanovsky Viniarsky, aunque también me conocen como Carlos Ulanovsky, Ula, Uli, Carlitos o Tito. Nací en Buenos Aires, Argentina, en 1943. Soy el padre de dos hijas y el abuelo de nieto y nieta. También hincha de Racing, periodista y escritor, en ese orden. Como periodista me inicié en 1963. Desde entonces trabajé en numerosos medios gráficos de la Argentina y de México en donde viví siete años. Trabajo en radio desde 1972, hasta hoy. Trabajé poco en televisión, durante diez años fui docente de especialidades periodísticas y fui curador de las muestras-homenaje a Niní Marshall, Tato Bores y Les Luthiers.
Como escritor publiqué veintiséis libros, varios de ellos con muchas ediciones: fueron investigaciones históricas sobre la radio, diarios y revistas y televisión de nuestro país; análisis del lenguaje cotidiano; biografías; crónicas, ensayos y dos novelas. Este es el libro número 27 y el segundo que publico en Marea Editorial. El primero fue Seamos felices mientras estamos aquí (2018).