Si algo tiene en claro Donald Trump es que para volver tiene que jugar fuerte. Y tan claro lo tiene que en la misma semana en que –ya se la veía venir– un jurado de Manhattan le ordenó pagar 83,3 millones de dólares a la escritora Elizabeth Jean Carroll en un cargo por difamación, una causa que podía opacar su triunfo en la interna republicana de New Hampshire, llamó a sumarse a la rebelión del gobernador de Texas. Y por si el tema no resultara espinoso, sugirió que los atentados contra las Torres Gemelas del 11S de 2001 fueron una operación de falsa bandera. Una declaración que no alcanzó relevancia para los medios internacionales y que sin embargo representa la crítica más feroz contra el modelo expansionista que Estados Unidos aplicó desde entonces con la excusa de luchar contra el terrorismo.

La polémica declaración se produjo en Laconia, pequeña ciudad del condado de Belknap que recuerda a ese extremo del Peloponeso donde reinaron los espartanos, tras haberle ganado ampliamente en la primaria republicana de New Hampshire a la exembajadora en la ONU Nikki Haley. Una semana antes, en Iowa, Trump había derrotado a Ron DeSantis y la propia Haley. El  gobernador de Florida comunicó luego que se bajaría de la pelea. El que para los medios hegemónicos pintaba para ser el republicano favorito del establishment apenas consiguió el 15 de enero el 21,2% de los apoyos y se convertía en un escollo para alguna candidatura de unidad que destrone al polémico expresidente de su aspiración a tener un «segundo tiempo».

Trump no sólo lidia contra sectores de su partido sino con lo que llama el Estado Profundo, que genéricamente es la burocracia estatal y los servicios de inteligencia, a los que acusa de bloquearle las reformas que quiso llevar adelante entre 2017 y 2021. Si hay una interpretación del 11S y sus consecuencias que sectores críticos del imperialismo –tildados incluso de «conspiranoicos»– lanzaron desde el 11S, es que fue una operación para justificar las invasiones de Afganistán e Irak y el despliegue de leyes y sistemas de vigilancia sobre la población en aras del presunto combate del terrorismo.

En este marco, las palabras de Trump pueden sonar a música hasta en simpatizantes de la izquierda. Vale la pena ponerlo textual. Hay reproducciones varias en las redes sociales. Así lo muestra el Telegram de QAnon de España, la organizació de ultraderecha que apoya a Trump.

https://t.me/Qanon_Spain/28427

«Queríamos impedir que el terrorismo llegara a nuestro país, pero yo no podía hablar de eso porque no quería mencionar el asunto y que algo sucediese de inmediato. Así que durante cuatro años cerré mi boca. Pero ahora hablo de eso todo el tiempo.

No hubo tal ataque exterior contra el World Trade Center. No existieron ataques como ustedes percibieron aquí y en otros países.

Y, por cierto, ahora nos implicamos otra vez en Medio Oriente y vean lo que está sucediendo. Te implicas en Medio Oriente y… ¡allá vamos otra vez con el Medio Oriente!

Gastamos 9 billones de dólares, matamos millones de personas, tanto de nuestro lado como del otro lado, ¡millones de personas! ¡Nueve billones de dólares! ¿Y saben qué tenemos? ¡Nada! ¡Nada!

Tenemos muerte, tenemos sangre ¡para nada! Invertimos nuestra sangre y dinero público, como se dice, nuestra sangre y nuestro dinero público y nuestra sangre es más importante que nuestro dinero público. Es una vergüenza, una vergüenza».

En esta mención, Trump alude a su Acuerdo Abraham, con el establecieron relaciones Emiratos Árabes Unidos e Israel y que pretendía hacer lo propio con Arabia Saudita, lo que implicaba una reconfiguración general de esa región. Si es que podía dar solución a los palestinos. Ahora, Trump promete que si es elegido presidente terminará con la guerra en Ucrania de inmediato y afirma que si él hubiera estado al mando, esa guerra nunca hubiera comenzado.

¿Texit en puerta?

La otra espina que el empresario inmobiliario clavó esta semana fue su apoyo irrestricto al gobernador Greg Abbot en su puja con la administración Biden (ver página 20). Esa disputa ya envuelve a la mitad de los estados, que desde el sur esclavista vienen mancomunándose hacia el centro del país y que amenazan con rememorar aquella sangrienta Guerra de Secesión de 1861 a 1865.

Si uno se atiene a los mensajes de cada lado, parecería haber un punto de no retorno. Los tejanos se jactan de tener un ADN rebelde con el que constituyeron una república independiente de México, entre 1836 y 1845. Tuvieron en ese lapso una bandera que es muy parecida a la actual de Chile y que lucen con orgullo en los edificios públicos. No eran muy progres, ya que lo primero que hicieron fue restablecer la esclavitud, abolida en México. Ahora amenazan con irse otra vez porque reivindican su derecho a no dejar entrar a más mexicanos por la frontera sur.

«Nos solidarizamos con nuestro querido gobernador  Abbott y el estado de Texas en su uso de toda herramienta y estrategia, incluidas las vallas de alambre de púas, para asegurar la frontera. (…) Los autores de la Constitución de Estados Unidos dejaron claro que en momentos como este, los estados tienen derecho a la autodefensa», escribió en un comunicado la Asociación de Gobernadores Republicanos. Los momentos a los que hacen referencia son los de una invasión extranjera, como definen a la migración a través de la frontera sobre el río Bravo. Desde Moscú se refriegan las manos y deslizan que si la estrategia del Estado Profundo de EE UU era desmembrar y debilitar a Rusia, como indica un informe de la Corporación Rand, quizás el tiro les está saliendo por la culata. 

México y Ucrania, socios del silencio

La frontera sur de Estados Unidos, por esas paradojas de la política exterior de Joe Biden, repercute también en la guerra en Ucrania, ahí nomás de la frontera rusa. Es que el presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, advirtió que el pacto que negocia las Casa Blanca con congresistas del Partido Republicano para habilitar más ayuda a Kiev estará «muerto al llegar» si no hay una contrapartida para frenar la inmigración irregular en el sur. Se trata de un paquete adicional de 60 mil millones de dólares que Biden pretende desde hace algunas semanas para sostener a las fuerzas de Ucrania contra Rusia y que en el contexto de la campaña electoral 2024 la oposición no duda en utilizar a su favor.

En aquella otra frontera, en tanto, Moscú y Kiev se cruzaron nuevamente en el Consejo de Seguridad por el derribo de un avión militar ruso en el que murieron 65 prisioneros ucranianos que iban a ser intercambiados.

«Toda la información que tenemos hoy –por el jueves pasado– demuestra que estamos ante un crimen premeditado y bien pensado», dijo el embajador ruso adjunto ante la ONU Dmitri Polianski, quien agregó que las autoridades ucranianas «conocían muy bien la ruta para el transporte de soldados hacia la zona de intercambio».

«Ucrania no fue informada del número de vehículos, vías o medios de transporte de los cautivos. Eso solo puede representar un acto intencional ruso para poner en riesgo la vida y la seguridad de los prisioneros», respondió la embajadora adjunta de Ucrania, Khrystyna Hayovyshyn.