Hubo un tiempo en el que la memoria no era un objeto de culto, se integraba naturalmente a las peleas de la hora. Se ponía en juego, no sólo para conmemorar a los mártires del pasado, sino para combatir a los verdugos del presente. Una gran operación político-ideológica producida en los años ’80 del siglo pasado hizo que el legado deje de interpretarse como una sucesión de experiencias de lucha y pasó a ser un fuerte sentido del deber en defensa de los derechos humanos. El combatiente se transformó en víctima y la memoria en una pieza de museo.

La internacional del fin del mundo, el documental realizado por Violeta Bruck y Javier Gabino del grupo Contraimagen se inscribe en la primera opción: la tradición de todas las generaciones muertas no oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos, sino que las lecciones de sus batallas se transforman en el mejor homenaje por el rescate de su fuerza vital.

La Internacional… propone un recorrido por un periodo fundamental en la historia del movimiento obrero y la izquierda argentina: los años en los que fueron influidos y marcados a fuego por la irrupción de la Revolución Bolchevique en Rusia. Lo hace a través de la vida de cuatro referentes: Pedro Milesi, Mateo Fossa, Mika Etchebéhère y Liborio Justo. Testigo y participante de la Semana Trágica de 1919 y del 17 de Octubre, la vida proletaria de Milesi incluye su desde su estadía en la gélida prisión de Ushuaia hasta su intervención activa como consejero del clasismo cordobés de los años ’70. Obrero de la madera, Mateo Fossa, cumplió un rol dirigente en la llamada “Huelga de la Construcción” de 1936, un poco olvidada, entre otras cosas, porque triunfó. Fue enviado como representante sindical argentino a un congreso en México y tuvo la oportunidad única de intercambiar ideas con León Trotsky. Mika Etchebéhère protagonizó sus luchas en la Argentina, pero sobre todo, tuvo su guerra de España. Fue partícipe del acontecimiento que más conmovió al mundo popular en el siglo XX: la Guerra Civil española en la que ofició de capitana en las milicias del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Liborio Justo fue mucho más que el hijo de Agustín P. Justo: trotskista temprano, escritor prolífico, historiador, fotógrafo y viajero incontenible. Retrató la crisis del ’30 en EEUU y documentó el desastre; lo hizo por las dudas, no vaya a ser que en el futuro no le crean lo que sus ojos veían en el corazón de la principal potencia del mundo. Además, se propuso que su vida cruce tres siglos y lo logró.

Las cuatro trayectorias atraviesan acontecimientos decisivos: huelgas con tendencias insurreccionales, el gran movimiento de la Reforma Universitaria y sus pulsiones más izquierdistas, las batallas de las sufragistas o el internacionalismo que habitaba en sus corazones ardientes. Los cuatro también están unidos por el tránsito que fue de la oposición al comunismo oficial hasta el paso por el trotskysmo. La presencia de esa corriente hoy en la vida política argentina tiene anclas mucho más profundas que una combinación electoral.

Los realizadores logran enlazar con éxito varios planos narrativos: el recurso clásico del documental en el que la protagonista (Violeta) indaga en esas historias que la inquietan, junto a testimonios de personas que conocieron o estudiaron los itinerarios de los personajes. No se privan del recurso de la ficción que poco a poco va adueñándose del espectador y alcanza un momento en el que se fusiona con la búsqueda de la protagonista en una entrevista mano a mano con uno de los personajes (Mateo Fossa). Un diálogo que parece una conversación con la Historia, una interpelación del presente al pasado, pero también -y sobre todo- del pasado al presente. Se nutre también de escenas del libro El verdugo en el umbral de Andrés Rivera, uno de los escritores nacionales, quizá, más traducibles a otros lenguajes (al cine o al teatro: ahí está El Farmer de Pompeyo Audivert y Rodrigo de la Serna, sólo como una nuestra). Un escritor que hizo de la borgeana economía de palabras, la potencia de su literatura. Rivera, además, tuvo relación con Pedro Milesi como lo cuenta en el documental la incansable Natalia Duval, hoy más conocida como Susana Fiorito, directora de una fundación y biblioteca que lleva el nombre de Milesi y funciona en un barrio popular de la ciudad de Córdoba.  

La internacional… corre las fronteras del documental tradicional en una apuesta audaz de la que sale indemne. Se alimenta de un impresionante material de archivo textual, audiovisual o fotográfico. Jorge Luis Borges, el escritor más encumbrado por el manejo de las formas, le dijo alguna vez al periodista Antonio Carrizo: «Yo no concibo que se escriba sin emoción. Lo demás es suponer que la literatura es un juego de palabras y esa es la mayor tentación que puede sufrir un escritor”. Emoción o pasión es lo que sobra en los textos rescatados en La Internacional… “Yo las vi en un conventillo delante de un grupo de mujeres que cargaban sus brazos morenos y flacos con criaturas demacradas por la miseria, hablar en frases grandilocuentes de los derechos políticos de la mujer, del deber de emanciparse, de la libertad femenina. Y las mujeres del conventillo miraban a las sufragistas con ojos que hablaban de muchas penas, del dolor de ver padecer hambre a sus criaturas, del sufrimiento de largas horas dobladas sobre la tina de ropa que se lleva en cada golpe de cepillo trozos de su cuerpo maltratado. Eso decían los ojos de las mujeres del conventillo que escuchaban a las sufragistas y como una muda interrogación de asomaba en ellos: ¿acabará con la concesión del voto a la mujer todo este calvario que recorremos desde la cuna? Deben ustedes convencerse de que mientras exista la explotación cruel de la masa que trabaja, mientras haya una clase que todo lo da y otra que lo absorbe todo, mientras la vida sea para unos una cómoda quinta de lujos y tranquilidades, y para otros un mísero cuartucho maloliente y miserable, la mujer no será independiente”, escribió Mika Etchebéhère a los 19 años.

Las imágenes fotográficas irradian sentimientos, pasiones tristes o alegres. Odio por los muertos que 200 mil obreros trasladaron en cortejo desde Barracas a Chacarita, caídos en la Semana Trágica; o también deslumbramiento ante las palabras de un orador que con desinteresada energía transmite sus ideas esclarecidas.

“Existe una cita secreta entre las generaciones pasadas y la nuestra. Hemos sido esperados sobre la tierra. A nosotros, como a cada generación precedente, nos ha sido dada una débil fuerza mesiánica sobre la que el pasado tiene derecho. Esta exigencia no se puede despachar a la ligera”, escribió Walter Benjamin.

La internacional del fin del mundo invita a una cita que, por ahora, tiene lugar en el cine Gaumont de la ciudad de Buenos Aires con funciones a las 16.30, pero se desplegará por todo el país y también alcanzará las orillas del mar Adriático porque el documental fue seleccionado para participar en el 34º Festival de Cinema Latinoamericano que se desarrolla en la italiana ciudad de Trieste. Quienes lo vean podrán descubrir, entre muchas otras cosas, cómo pudo ser que los orígenes del movimiento obrero argentino estuvieran moldeados por las ideas de un “viejo sastre”.