Un hombre que escribe es Abelardo Castillo. También el film documental que lo registra hablando sobre el sentido de escribir, sobre los ‘70, diarios, revistas y talleres literarios, sobre Sylvia, su mujer, y donde se define como un hombre que escribe. “Empezamos a filmar y filmamos dos entrevistas  y Abelardo decidió hacer una pausa, cuenta la directora de Un hombre que escribe, Liliana Paolinelli-. Eso nos desbarató los planes porque la idea era filmarlo con cierta frecuencia para tratar de lograr un material desde distintas disciplinas.”

La idea original era que Castillo fuera entrevistado por diferentes figuras, algunas propuestas por la realizadora y Paula Grandio (dirección de fotografía y cámara) que produjeran conversaciones entre dos personas que no se conocían o lo hacían poco, y en algunos casos sólo a través de sus respectivas obras. Pero no funcionó. “Después de la entrevista con María Moreno él planteó que tenía que pensar un poco porque lo cansábamos.” No especificó mucho, pero sí alegó que “toda la dinámica del rodaje lo ponía un poco nervioso, y otro poco lo ponía nervioso el hecho de que no le mandaran antes las preguntas de la entrevista: él sabía mucho lo que quería decir y en ese punto era bastante estructurado”. 

Así que la estudiante de cine en la Universidad Nacional de Córdoba que hizo su debut cinematográfico con Por sus propios ojos (2007) y siguió con Lengua materna (2010) y Amar es bendito (2013), puso en pausa el proyecto para meterse con Margen de error (2019) y El baldío (2021). Y volvió a la carga, ya con el escritor ausente en este mundo: Castillo murió en 2017. “Eso había sido a fines de 2015 y estaba participando en el taller de él con miras a hacer la película, pero en el 2016 participé como tallerista aunque no me resignaba a la idea de no filmarle una sesión un poco con miras a hacer la película. Y después en el 2016 participé en el taller. Había diseñado el documental en torno a algunas de sus clases, pero bueno, eso no se pudo dar.”

Como seguramente le habrá dicho alguna vez Castillo en algún encuentro en su taller, la frustración no es enemiga y menos final del deseo narrativo, así que Paolinelli volvió a la carga, aunque más como la alumna que se enamora de su texto que de una escritora que se pone a podar cual El joven Manos de Tijera para darle belleza a su obra. 

Castillo y sus palabras

“A mí me gustaba mucho el material de las dos entrevistas, realmente me encantaba, pero no sabía si daba para un documental: cada una dura dos horas cuarenta, y me parecían que estaban bárbaras así, sin corte.” La consulta con la editora Lorena Moriconi le dijo que estaba en lo cierto, pero no sin cortes: “Por ahí como a mí me gusta la literatura yo me banco más de dos horas escuchándolo, me parece todo hermoso lo que dice”, dice Paolinelli como si aún le durara el embeleso que le produjo el maestro. Entonces la idea se convirtió en cortar las entrevistas con pequeñas transiciones mostrando textos de Castillo, o ejemplares de El escarabajo de oro, la mítica revista de los 60 y 70  que dirigió el escritor y marcó una época.


“Su prosa, la forma de escribir, qué contaba; esa prosa no es muy común de ver. Los ensayos me encantaron de más grande, todo lo que él cuenta sobre la literatura, eso era muy este muy absorbente, magnético cuando hablaba de literatura”, enumera Paolinelli las virtudes que la llevaron a encantarse con Castillo. Pero más que nada, el haber sido uno de los últimos ejemplares de una especie que hace acordar a una forma de hacer literatura, y arte en general, propia del Siglo XX.

Fina estampa, Abelardo Castillo.

“Tenía una idea completa del arte, de la historia, además en el documental ves cómo se expresa: no hay persona capaz de armar la frase y el pensamiento en una sola  cosa, no tiene esas muletillas al hablar, parecía que hablaba como si estuviera escribiendo un texto. Un tipo capaz de anudar toda su concepción del arte o de la vida y capaz de expresarla de una forma bella.” 


De esa mirada de la alumna sobre su maestro nace la decisión del primer plano permanente en el que Castillo habla en Un hombre que escribe. ”El sentido es dar una sensación de detención y escucharlo, escuchar a un tipo hablar y pensar de la forma en que lo hace él. Es importante en esta época en la que están tan subvaloradas las personas de la cultura, las que hacemos arte. Creo que hay que frenarse y escuchar y tomarse el tiempo y no decir resolvemos todo en una definición en diez líneas que es lo que nos permite las redes. Hay una riqueza que vale la pena, que nos habla de la época, de los ‘70, de la literatura.”


Y también de otra mirada, una más afectiva, que el documental lejos de esconder, resalta. “Ese primer plano también coincidía un poco con la mirada que yo tenía en el taller, que nos reuníamos en la mesa y él hablando era una imagen muy atractiva: un poco quería reproducir ese punto de vista mío en el taller.” La discípula no renunció a su mirada pero no pudo captar el mágico espíritu de los también míticos talleres de Abelardo Castillo: “A mí me permitió descubrir que había posibilidades más allá del guión de cine; al escribir un cuento demoro un mes en escribirlo y tal otra más o un año en terminarlos. Pero la posibilidad de leerlo ante los compañeros y frente a él era como experimentar un mini estreno. Mi descubrimiento fue poder crear un texto con una unidad y compartirlo y que ya estuviera terminado en el sentido de que ya podía discutirse, leerse o seguir trabajándolo, era algo concluido. Es mucho más lindo escribir en narrativa.”



Un hombre que escribe

Dirección: Liliana Paolinelli. Participan: Abelardo Castillo, María Moreno, Mayra Leciñana. Viernes de mayo a las 19 en el Cine Arte Cacodelphia, Av. Pres. Roque Sáenz Peña 1150.

Castillo en su casa.
Foto: Diego Paruelo