El próximo 10 de diciembre culminará en Argentina otro doloroso capítulo de la experiencia neoliberal, que trajo las políticas y los resultados de siempre. El legado que deja resulta indiscutible. La pobreza mostró un alarmante aumento, hubo un crecimiento sostenido de la desocupación, cierre de pymes, salto del endeudamiento, baja de los salarios reales y crecimiento de las tarifas públicas, entre otros tantos males a heredar. Este es el escenario con el que se encontrará el Frente de Todos cuando inicie su gobierno.

La emergencia en temas concretos, como la alimentación, demandará sin demoras decisiones importantes. A su favor, para tratar de dar vuelta semejante legado, el nuevo gobierno contará con el apoyo de la mayor parte de la población.

Los resultados electorales del pasado 27 de octubre dejaron una enseñanza clara: que las mayorías están en contra de las políticas implementadas en los últimos años y que están a favor de comenzar una etapa distinta al neoliberalismo. Afortunadamente se abre un nuevo capítulo en la historia del país, una nueva orientación de sus políticas públicas y un nuevo alineamiento internacional.

Sin lugar a dudas el escrutinio definitivo seguirá reflejando el contundente rechazo a las políticas de estos cuatro años. Cuesta encontrar una primera vuelta donde los resultados hayan sido tan contundentes a favor de un candidato. Sin embargo, desde el oficialismo y la prensa dominante se trata de instalar la idea de que el verdadero ganador fue quien salió segundo, una hipótesis que no resiste ningún análisis. De hecho, el propio Marcelo Bonelli afirma en su nota (Clarín, 1/11/19): «Marcos Peña intenta –con su marketing– transformar la derrota en un triunfo. La arremetida final de Macri lo dejó mejor parado y el resultado dejó un escenario más equilibrado. Pero eso no esconde lo esencial: la derrota (…) Macri encabezó el único gobierno oficialista que no logró la reelección. Fue el primer presidente de la historia que buscando la reelección no lo consiguió». Una buena síntesis de lo ocurrido.

Las comparaciones con otras elecciones no dejan de ser importantes. Hay que recordar que luego del resultado de 2015 se intentó hacer creer que el proyecto iniciado en el 2003 estaba agotado y que sólo quedaba abrazar la vía de los mercados. Sin embargo, en ese momento la diferencia en el balotaje fue de 2,68 puntos. La catástrofe social a la que llevó el ajuste, que incluyó la vuelta al FMI, hizo que la experiencia neoliberal no resistiera más que un mandato.

En estos días se habló de que la polarización observada constituyó en los hechos un adelantamiento del balotaje, pero no alcanza para desmerecer los resultados de la primera vuelta. No significa que no haya habido algunos sectores que modificaron su voto respecto de las PASO a favor del oficialismo. Pero, después de todo, ¿no era eso lo que se buscaba con el «plan alivio» posterior a las Primarias?

La pretendida sensación de alivio, si ocurrió, duró poco. Consumadas las elecciones, el actual gobierno volvió a dejar en claro que su compromiso no es con la ciudadanía sino con los sectores que en todos estos años han salido beneficiados. El viernes se efectivizó una suba de las naftas del 5%, y vendrán otras dado que se ratificó que los precios volverán a ser «libres». Se adelanta así el cronograma que estipulaba que hasta el 13 de noviembre los combustibles se mantendrían sin cambios. La ausencia de balotaje seguramente fue la que aceleró los ajustes. En esta línea aparecen los últimos anuncios de aumento en las prepagas (4% en noviembre y 12% en diciembre). También es inminente la suba de los planes de telefonía móvil, y luego vendrían el gas y la luz. Sería bueno que este gobierno no continuara con estas políticas.

Con sus decisiones, la actual gestión sigue impactando en la inflación y erosionando el poder adquisitivo de los hogares. Los últimos datos de los salarios y precios muestran que en agosto de 2019 el poder de compra de los trabajadores era un 7,9% más bajo que un año atrás (12,8% fue la baja en privados no registrados). A esto se le suma el deterioro del mercado laboral, que mostró en agosto una baja interanual de empleo formal (-2,3%), monotributistas (-1,1%) y autónomos (-2,5%). El delgado hilo que conduce a la pobreza y la emergencia es lo suficientemente visible. Con datos actualizados a septiembre, una familia tipo precisa ingresos por 34.784 pesos mensuales para no ser pobre y 13.913 para no estar por debajo de la línea de indigencia. En este marco, propuestas como la flexibilización laboral sólo podrían llevar a una mayor caída de los salarios y al empeoramiento de la situación social.

Lo que hace falta, de manera urgente, es la implementación de otras políticas, más allá de que algunos analistas insistan con su habitual discurso. En el último informe del Centro de Estudios de Orlando Ferreres se dice: «En líneas generales, no hay mayor espacio para llevar a cabo políticas de estímulo de demanda, y será una condición necesaria que se comience a transitar el camino de las reformas estructurales». Incluso si fuera cierto que no hay espacio para hacerlo, lo que ciertamente no es el caso, ¿no sería bueno dejar de dañar la demanda con los aumentos que se vienen, que repercuten directamente sobre el ingreso disponible de los hogares, la demanda interna y retroalimentan la espiral de caída de la economía?

Este análisis no desconoce que los resultados también muestran que hay sectores que han elegido diferentes opciones durante todo el proceso eleccionario. Por lo tanto, pensando en un proyecto para las mayorías, aún queda un gran camino por recorrer en el esfuerzo por sumar a quienes todavía tienen reservas o prejuicios y terminan votando en contra de sus propios intereses. El poder comunicacional que poseen las fuerzas que se oponen al bienestar de las grandes mayorías populares ha ejercido una importante influencia en los estratos medios urbanos. Hay que profundizar el diálogo con estos sectores. No es más que la famosa batalla cultural, la más importante de todas. Tenemos que seguir insistiendo, argumentando, explicando y yendo a todos los ámbitos posibles para ampliar ese caudal de ciudadanía que está a favor de determinadas políticas de bienestar, sin enojos ni estigmatizaciones, sabiendo además que el neoliberalismo y la lucha por el predominio de las ideas atraviesa a toda la región.

Es por eso que los lamentables acontecimientos ocurridos en Chile no deben pasar desapercibidos desde este lado de la Cordillera. El presidente Sebastián Piñera describía a su país el 8 de octubre pasado como un «verdadero oasis con una democracia estable», en «crecimiento» y con «salarios que están mejorando». Tan sólo 12 días después se produjo un estallido social fuertemente reprimido por las fuerzas de seguridad y que implicó varios «toques de queda», algo que no ocurría desde la época de la dictadura pinochetista. El descontento popular se encargó de desmentir las bonitas frases de Piñera, avaladas también por los grandes medios de comunicación. En cambio, salieron a la luz las consecuencias de un modelo neoliberal que fue altamente elogiado por las élites económicas y los países centrales durante varios años. Los mismos aplausos que en su momento cosechó Carlos Menem en 1998 en la Asamblea del FMI, tres años antes del estallido en Argentina. En términos de la batalla por el predominio de las ideas, el levantamiento popular en Chile constituye una estocada directa al mito de bienestar que las élites construyeron alrededor de un esquema que es excluyente por definición. «