Es tiempo de vendimia, y quienes anden por la Provincia de Buenos Aires no tendrán que irse hasta Cuyo para vivir la experiencia de probar un buen vino y ver cómo se produjo. En suelo bonaerense el sector vive un auge en los últimos años. De los 24 municipios donde hay vides, unos 10 ofrecen alternativas de enoturismo. A pasear, probar y disfrutar… ¡Arranquemos el viaje!

Vinos Buenos Aires es el circuito del enoturismo en la Provincia que promueve la producción de nuevos proyectos para ampliar la oferta y, al mismo tiempo, generar empleo. Un reflejo del círculo virtuoso que generan las iniciativas turísticas para las comunidades. Son lugares bellísimos por los paisajes: están ubicados en sierras, campos, cerca de las playas, y ofrecen diversas experiencias. Hay bodegas en Tandil, Junín, Berisso, Campana, Coronel Suárez, Tornquist, Coronel, General Pueyrredón, Pringles, Villarino, Campana, Las Flores y General Pueyrredón. «Son una excelente opción para un plan diferente y cerca de las grandes ciudades», remarca a Tiempo la subsecretaria de Turismo bonaerense, Soledad Martínez.

La fiesta de la vendimia bonaerense está cada vez más cerca. Marzo es el mes tradicional donde converge esta celebración, pero mientras tanto, se pueden visitar las distintas alternativas y hasta tener viñedo propio.

La marca Vinos Buenos Aires fue lanzada el año pasado con un catálogo y un estudio donde relevaron todos los emprendimientos que se despliegan por territorio bonaerense, en los que trabajan diferentes variedades de uvas con las que elaboran excelentes vinos con el sello distintivo de cada región. En ellos las bodegas brindan experiencias de enoturismo con  visitas guiadas, catas dirigidas, degustaciones, charlas técnicas y gastronomía temática con maridaje.

Historia y experiencias

Hoy puede resultar más común hablar de los caminos del vino en la provincia de Buenos Aires, pero la historia vitivinícola bonaerense abarca más de un siglo, sólo interrumpido en 1934 con la Ley Nacional N° 12.137 que prohibió la vitivinicultura en Buenos Aires y otras provincias, y limitó esta producción únicamente a Cuyo.

Hacia el año 2000 esa prohibición quedó sin efecto y permitió un nuevo impulso productivo. Ir cumpliendosueños con los que se recuperaron viñedos antiguos o se implantaron nuevas vides para explorar la producción de bebida nacional en suelo bonaerense.

Eduardo Tuite es el dueño de Viñas & Bodega Gamboa, ubicada en Campana, a 73 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, con la Reserva Natural Otamendi como paisaje de fondo. Su clave es relacionar el producto y el lugar a la experiencia: «Nuestro proyecto es cercano porque es algo de la Provincia de Buenos Aires. Pero es cercano también porque cualquiera se puede sumar a hacer su propio vino. Todas las personas que lo visitan lo pueden sentir también propio», le explica a Tiempo. En general, en las bodegas argentinas el vino dejó de ser solo la bebida dentro del envase. El entorno y los atractivos que se ofrecen en el lugar pueden hacer la diferencia. Al sabor hay que acompañarlo de otros sentidos. 

Actualmente Gamboa tiene un segundo proyecto que es el de Madariaga, a 15 minutos de Pinamar. «Lo comenzamos hace dos años y ya tenemos tres hectáreas de vides implantadas, este año vamos a sumar más. El objetivo principal de Gamboa es pasar buenos momentos, conectar con la naturaleza, aprender sobre la elaboración de vino, sobre la vitivinicultura y pasar un buen rato con amigos en familia», concluye Tuite.

La posta del vino

Saldungaray es un pueblo del partido de Tornquist, ubicado en el amplio valle entre las sierras de la Ventana y Pillahuincó. A la belleza natural (despertar en el camping viendo el arroyo al pie de las sierras es una recomendación) se le suma la historia: durante la mal llamada «campaña al desierto», Juan Manuel de Rosas estableció allí en 1833 la posta El Sauce que conectaba el Fuerte Independencia —actual Tandil— con la Fortaleza Protectora Argentina, en la Bahía Blanca. Hoy es un lugar de visitas turísticas, como el frente del cementerio, una de las obras cumbres del arquitecto Francisco Salamone.

Pero Saldungaray también se convirtió en una meca del vino de la provincia. En esas tierras del sudoeste bonaerense la familia Parra innovó con sus vides generando en su momento una de las primeras propuestas de enoturismo en la región.

Para Manuela Parra, una de las dueñas del emprendimiento y también presidenta de la Asociación Viñas y Bodegas Bonaerenses, aún hoy tienen que contar cómo es producir uva para hacer vinos, sin montañas como ocurre en los destinos clásicos de Cuyo, Salta o La Rioja: «en el resto del mundo, los viñedos están en valles», comenta a este diario. Y explica: «la actividad productiva se maneja con sus propios tiempos. El visitante llega y puede observar algo de todo eso en el lugar. Hay un intérprete que va a ser la guía, que le va a contar de qué se trata, eso que está viendo y cómo es el proceso».

Este verano la bodega funcionó con una apertura diaria. Ahora en tiempo de cosecha, el visitante puede observar el trabajo que se está realizando: «no es participativa, pero los turistas sí pueden observar y conocer el trabajo», resalta la especialista sobre una experiencia que se puede vivir todos los días con visitas guiadas (1000 pesos) y los fines de semana incluye  catas dirigidas con una picada (8000 pesos).

Acá nomás

Cuando hablamos de vino argentino de calidad la mente nos lleva a miles de kilómetros de distancia. Pero en Berisso, cerquita de La Plata, ya es un clásico recorrer las instalaciones y los viñedos de la cooperativa que elabora Vinos de La Costa. Son unos 14 integrantes, productores viñateros, que cultivan uva en parcelas que van de la media hectárea hasta los que más tierras poseen, que alcanzan a las tres hectáreas.

«Soy la tercera generación en ‘el vino de la resistencia’, como decimos nosotros. En 2001 se recuperó la actividad, en el 2003 hicimos la cooperativa y en 2013 el Instituto Nacional del Vino nos reconoció como uva vitis vinífera a la uva americana, la Isabella. Hacemos un vino común, la venta se distribuye en base proporcional a lo que cada uno aportó», cuenta Martín Casali.

Como toda producción de la tierra, depende de factores externos. En este caso afectó el clima lluvioso de los últimos meses: «no hay mucha producción, hay zonas complicadas , fue un año húmedo, creció bastante el río, pero estamos cosechando». Ya lo hicieron con la uva blanca y en estos días están sacando la famosa Isabella. Algunos de estos viñedos tienen 80 años de existencia. «Es nuestro legado familiar histórico», subraya Casali. Y aporta un ingrediente extra: la forma de producir en cooperativa que conlleva «todo un desafío, especialmente el de romper con el individualismo».

La huella de la inmigración

La experiencia del vino en Berisso es singular porque está unida a la inmigración masiva de hace un siglo por su historia portuaria. En las tierras bajas de la isla y del monte costero los pioneros cultivaron sus quintas de hortalizas, frutales y viñedos.La implantación de la vid americana bajo el sistema de parral se adaptó a las condiciones locales, y su resultado fue un vino diferente, de aroma frutado y particular sabor, que es reconocido desde hace un siglo en la región donde se destacan los tintos de uva americana o Isabella, y también de ciruela, blancos y rosados.
Hoy es un clásico la visita guiada a las quintas y a los viñedos para lo cual hay que reservar lugar y tener movilidad propia. Está abierto martes, jueves y sábados de 10 a 17. Previamente hay que comunicarse en Instagram con @vinocostadeberisso. El punto de encuentro es Avenida Montevideo esquina 81 en el barrio Los Talas, donde se inicia la visita a la quinta de uno de los productores y luego al establecimiento Cooperativa de La Costa. Allí se recorren las viñas, se ve la elaboración y hay degustación (el costo es de $ 4500 pesos con vino de regalo).

El viñedo propio

El viñedo en Bodega Gamboa se divide en 130 parcelas que comenzaron a comercializarse en noviembre del 2022: si alguien está motivado y sueña con su vino propio puede sumarse como socio. ¿Cómo se logra? Con un presupuesto de 15 mil dólares.
Ya está vendido el 80% del proyecto a compradores amantes del vino. Cada socio o socia que adquiere una parcela tiene derecho a 150 botellas por año y participa de actividades propias del mundo del vino que la bodega propone en exclusiva: cosecha, poda, brotación, trabajos del suelo, incluso culturales. Además, el nuevo socio puede crear su marca y diseñar su etiqueta: cuentan con un estudio de marca y otro de diseño gráfico.
Puede comercializar sus vinos, sumarse a exportaciones y acceder a partidas extras de vinos a costo para ventas puntuales. Además, participa de espacios exclusivos con su sala con nombre propio, comparte con amigos y familia almuerzos y encuentros, y cuenta con un locker para guardar sus vinos y una cava central con capacidad para 6000 botellas donde sólo los socios tendrán acceso.