Merca, mandanga, falopa, dama blanca… No es verdad que en inuit haya decenas de palabras para referirse a la nieve, pero sí existen en castellano para hablar de la cocaína. En el idioma de Cervantes puede pedirse un pase, un tiro, una línea. “¿Una rayita?” es el título del nuevo libro del escritor y periodista David López Canales. Una obra que trasciende el interés lingüístico sobre la droga en España. Más bien analiza el crecimiento de su consumo -según los fríos guarismos se triplicó en los últimos 20 años en la península ibérica- y sobre todo fomenta una conversación ausente sobre su condena, sus vínculos con el capitalismo a destajo, la búsqueda del placer y la geopolítica. Una crónica luminosa, blanca y radiante.
Publicado en la madre patria por Anagrama, en la colección Nuevos Cuadernos, el delgado pero potentísimo escrito del autor de El traficante y El tablao en otro mundo es un espejo deforme de la España de las últimas décadas, donde la cocaína dejó de ser un capricho de élite para convertirse en la línea que marca la frontera entre la jornada laboral y la noche liberadora, producción y excesos. Work hard, play hard, Modelo puro y sin corte del capitalismo salvaje circa siglo XXI.

La reina blanca
España ha llegado a registrar el 13,3% de la población que ha consumido cocaína alguna vez en la vida, situándose a la cabeza de Europa y muy por encima de países con contextos socioeconómicos similares. La cocaína se ha posicionado, junto al cannabis, como la principal droga ilegal que motiva las admisiones a tratamiento, superando incluso a la heroína en demanda de auxilio sanitario. El miedo y la preocupación social han disminuido (al punto de ser un problema anecdótico en encuestas de preocupación), lo que ha contribuido a la normalización que el ensayo analiza.
A mediados de los 2000, estudios del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) que analizaban las aguas residuales del río Ebro para medir los metabolitos de drogas, arrojaron una cifra alarmante que puso a la ciudad de Miranda de Ebro en el mapa mundial de la adicción: se sugería un consumo de cocaína per cápita superior al de ciudades como Londres o Madrid. La noticia generó un escándalo local y una profunda indignación; la ciudad se sintió estigmatizada. Si bien la ONU tuvo que disculparse públicamente años después por errores en la interpretación o extrapolación de los datos que desataron la polémica, el autor subraya que «tras la mentira de Miranda de Ebro, sin embargo, se escondía una verdad». El suceso sirvió para demostrar que el consumo no era solo patrimonio de la costa gallega (histórico punto de entrada de la cocaína al Viejo Mundo) o las grandes capitales, sino un fenómeno transversal que llegaba hasta el interior. De hecho, análisis posteriores han situado a otras ciudades, como Tarragona, en la cima del ranking europeo de cocaína detectada en aguas residuales, confirmando la expansión en la geografía española.
Dividido en tres apartados -España, Mundo, Nosotros-, el libro es una crónica exquisita, un tratado sociológico, un manual de supervivencia y mucho más. Desde dealers hasta químicos, desde el rey de la cocaína boliviana hasta el jet set madrileño, sin olvidar el prohibicionismo y la búsqueda del placer. Escritos sobre la cocaína, viejo opio de los pueblos en este valle de lágrimas.

Una muestra de «¿Una rayita?»
Fernando Campo era el alcalde de Miranda. Él se define como un viejo roquero y asegura que ya lo era entonces, y eso significaba estar acostumbrado a todo en política y tener la capacidad de sorpresa anestesiada. Por eso, cuando se publicó la noticia, su primera reacción fue pensar que no era posible. Conocía su ciudad y a sus habitantes, y no había ningún informe de la policía ni de la Guardia Civil que apuntara a ello. Tampoco el perfil de la ciudad, de clase trabajadora, cuadraba. El equipo de prensa realizó un dosier. La noticia circulaba por todas partes, de España a Inglaterra o Estados Unidos. El Ayuntamiento se reunió en un pleno y todos estuvieron a favor de estar en contra del informe. Para entonces ya estaban allí los medios preguntando a los vecinos por sus vecinos. Lo que en otro momento hubiera sido una fiesta, la invitación a practicar delante de las cámaras una de las cosas que mejor se hacen en España, que es hablar mal del vecino, esta vez resultó todo lo contrario. El pueblo estaba indignado. Aquello no era posible, decían unos, repitiendo lo que ya se había convertido en una letanía de su alcalde. Nunca lo hubieran pensado, decían los más crédulos. Alguno creía que habían venido de fuera a mear en el río.
¿Por qué?
Una raya, una línea, un tiro, una fila, un pase. Un gramo. Un pollo, dos pollos, tres pollos, como las canciones infantiles. Ponerse, meterse, esnifar, esquiar, peinarse, aspirar, ir drogado, ir puesto, ir colocado, ir pasado.
Y el mundo, por supuesto, siguió girando.
En 2023 y 2024 el índice volvió a señalar a España. Esta vez a Tarragona. Era la segunda ciudad de Europa con mayor consumo de cocaína, por detrás de Amberes y con casi el triple que Barcelona. De nuevo se habían analizado las aguas residuales. Ahora lo había hecho el Observatorio Europeo de Drogas y Toxicomanías.
Pero el globo no se detuvo.